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Entre amigos
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Todavía recuerdo, como si hubiera sido hace un toque nomás, ese momento en el que te vi por primera vez. Estabas sentada a la mesa conversando con Jazmín. Tenías un vestido (corto) y yo un amor (en la mano). Tomás ayudaba a Laura en la cocina a preparar la picada. Fue entonces cuando llegué. Toqué el timbre, Tomi me abrió la puerta, me saludó con un abrazo, como siempre, y me acompañó hasta el comedor. “Te presento a Candela, mi cuñada”, me dijo “y portate bien”, agregó. Le respondí “Sabés que siempre me porto mal, eso lo aprendí de vos”, nuestra respuesta habitual. Me presenté y las saludé con un beso. Después, mientras Tomi fue a recibir a Bruno, que justo había llegado, me fui para la cocina y ayudé a Laura a terminar de preparar todo y a llevar las cosas a la mesa. En una de esas idas y vueltas con las cosas, me dijo “Mi hermana se está quedando acá por unos días, mientras tiene a los albañiles trabajando en su casa. Espero que se integre rápido; vas a ver que es buena onda”. Saludamos a Bruno y nos sentamos todos a la mesa que, como era redonda, estábamos cómodos para poder hablar entre todos. Me senté entre Jaz y Bruno. Lau y Tomi estaban en las sillas restantes.
La noche transcurrió como una de las típicas juntadas de nuestro grupo. En ese entonces, era “mi” grupo de amigos y no el tuyo, pero vos te uniste inmediatamente. Nos reímos mucho con las anécdotas de Bruno con su ex novio, de las clases de canto fallidas de Jaz, de mis chistes malos y del desastre que son tu hermana y mi mejor amigo haciendo las cosas de la casa. Entre tanta charla, no me di cuenta en qué momento se terminaron las pizzas y había perdido la noción del tiempo. Decidimos comprar helado y con excusa de estirar un poco las piernas, me ofrecí a ir a buscarlo caminando; total, la heladería estaba a tres cuadras nada más y la noche estaba hermosa. Además, no suelo aguantar mucho tiempo encerrado en un departamento porque me agarra cierta claustrofobia.
Cuando estaba por bajar, Bruno y vos me avisaron que me acompañarían. Vos querías un poco de aire y él quería cigarrillos, un oxímoron de la vida. Salimos a la calle y empezamos a caminar. Bruno me agarró de la mano y te dijo “No le digas a los demás que nosotros estamos saliendo”, y ante tu silencio, agregó “Es un secreto, porque Marcos todavía no se anima a contarlo”. “Tranquilos, chicos; prometo no decir nada”, contestaste e inmediatamente los tres estallamos en carcajadas y le solté la mano a mi amigo. En ese momento no entendía lo que realmente estaba pasando; con el diario del lunes, todo tiene sentido. Mientras nosotros comprábamos el helado, Bruno fumaba en la vereda. Por suerte, a vos te molestaba el cigarrillo tanto como a mí. Pedimos un kilo de dulce de leche, granizado, mouse de limón y chocolate con almendras. Sabíamos que con esos gustos, dejábamos a todos conformes.
Todo el camino de regreso fue en silencio, pero no dejábamos de mirarnos. En realidad, puede que Bruno nos haya estado hablando, pero al menos yo no lo escuché. Estaba distraído en tus ojos color miel, tus mejillas blancas, tu sonrisa tímida y tus rulos castaños al viento. Ya sé, vos decís que no son rulos, son ondas, pero para mí, es lo mismo. Ya de vuelta en la casa de los chicos, comimos el helado mientras jugábamos al Uno. Creo que no gané ni un solo partido, pero eso no me importó, a pesar de que normalmente soy muy competitivo. Lo único que me importaba era esa sensación reconfortante de bienestar que me invadía.
La noche terminó de lo más normal. Bajamos todos y nos despedimos en la puerta. Jaz alcanzó a Bruno hasta su depto, vos te quedaste en el living de Lau y Tomi y yo me fui a mi casa. Si bien no pasó nada más entre nosotros, ese fue el inicio de nuestra historia, la llave a una nueva vida. ¿Quién hubiera imaginado que el azar (tal vez con un poco de ayuda de tu hermana y mi mejor amigo) nos cruzaría de esa forma? Las semanas siguientes estuvimos mensajeándonos como si tuviéramos diecisiete años y nos vimos en las reuniones de los sábados hasta que empezamos a salir juntos. A los meses, nos mudamos juntos, adoptamos un perro de la calle y formamos nuestra familia. Le pusimos Chano, porque lo encontramos chocado y lo llevamos al veterinario.
Pasaron algunos años y no puedo imaginar cómo llegamos hasta este punto de no retorno. Nuestras vidas cambiaron radicalmente. Vos estás viviendo con Bruno desde que descubrí que me engañabas con él, tras encontrarlos juntos en mi propio sillón un día que volví antes del club porque se había suspendido el entrenamiento. El grupo de amigos, que supo ser una familia por elección, terminó partiéndose en pedazos, como mi corazón. Jaz se fue a recorrer Europa, se casó con un francés, se instaló allá y ya casi no nos habla. Bruno y yo ya no nos dirigimos la palabra. Todavía no logro comprender cómo se atrevió a jugar a mis espaldas y a burlarse de mí, si yo siempre estuve ahí para apoyarlo cuando lo dejó su exnovio. Lau y Tomi no se metieron en nuestra separación, ellos siempre nos respetaron, pero las cosas ya no son como antes. No pasan mucho tiempo conmigo o con ustedes para que no creamos que tienen preferencias o que eligieron “un bando”, o por lo menos eso es lo que me dijo Lau, y la entiendo.
Por tu culpa perdí a mis mejores amigos, a mis hermanos, a mis analistas y pacientes, a mis compañeros de aventuras, esos con los que celebrábamos juntos y también llorábamos juntos, los que estuvieron en todas. Hasta te quedaste con Chano. Ellos ya no están y vos tampoco. Ahora solo falta que me vaya yo.
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