Llegó a la cima, donde la brisa soplaba fuerte y una espesa neblina lo cubría todo, con un poco de dificultad pudo ver un gigantesco y oscuro abismo frente a él, unas escaleras descendían al interior del mismo. ¿Escaleras? Se preguntó Ricardo, finalmente pensó que ese tenía que ser el camino. Comenzó el tenebroso descenso, tenía que palpar previamente con sus pies el siguiente escalón porque la oscuridad y el silencio eran total, solo escuchaba su respiración y los latidos de su corazón que aceleraban y desaceleraban. Algo muy al fondo de todo aquello estaba iluminado, avanzó en esa dirección, era un pasillo con luz proveniente del fondo del mismo, las paredes de aquel pasillo eran espejos y al entrar Ricardo vio su reflejo, casi cae por el asombro; era él siendo un niño de unos 11 ó 12 años, lentamente y tembloroso siguió avanzando y se encontró con un cartel que decía LA BESTIA ESTA MUY CERCA Y MUERE AL ESCUCHAR TU VERDAD. Unos pasos más y la caverna más grande del mundo apareció ante sus ojos, adentro estaba lo que parecía un inmenso cerro hecho de aquellos gigantescos tentáculos enredados entre sí, entonces Ricardo se armó de coraje y le dijo: Tenemos el deber de realizar una búsqueda importante, vital para nuestro bienestar, es el laberinto de la vida y nada en el mundo parece ser más confuso; la principal recompensa de esta búsqueda es inmaterial, pero infinita, porque suele trascender, unos están concentrados en tal misión, otros quizás estén confundidos, lo cierto es que hay mucho ruido intentando desorientar, nos dificulta escuchar ese armonioso sonido de fondo que algunas vez percibimos y nos hemos preguntado qué es. Persistir en este viaje nos llena de fuerza, pero encontrarse con la plenitud de nuestras virtudes nos convierte en gigantescas antorchas visibles desde cualquier parte del mundo.