Habita en el interior del otoño una suave música susurrada por la brisa que mece los árboles al tiempo que los pájaros cantan su canción dulce. Aquellas hojas rojizas me cuentan sobre el cambio eterno, mientras en su deshojar entregan a la tierra lo marchito, lo que ya no sirve mas para que se pueda transformar. Sus tonos son la sangre de las heridas que van sanando, heridas de ese árbol que se cansó de llorar. Suspira el sauce mientras todo se tiñe del aroma a tierra húmeda y el crujir de las hojas, en una danza inmortal. Instante congelado en una foto, una pintura, que llega al alma con solo mirar. Instantes perfectos, magia otoñal. Veo a lo lejos un puente ¿quién lo cruzará? Es el puente que conecta aquel paisaje otoñal con la profundidad del corazón. Allí, todo se vuelve etéreo, luminoso y liviano, como las plumas de las aves que habitan el sauce llorón, que sigue derramando lágrimas sin razón. El no es como el árbol, su alma sigue vaciando tristezas del mas allá. Miro, y al mirar, reparo en el río. El río que fluye sin cesar, río que se lleva los sueños que no llegaron a ser realidad. Río que trae nuevas ilusiones al que se anime a contemplar. Otoño, dulce, misterioso, que me hablas en tu idioma el lenguaje universal de la sabiduría ancestral. Otoño, destellos de oro y fuego que encienden la chispa de mi interior. Otoño, fugaz, envuélveme en tu paz.