Yo trabajo en las escuelas primarias con niños, niñas y adolescentes y me ha pasado en reiteradas veces que las familias no creen los relatos de ellos, a veces (pero en menor medida), docentes y directivos también lo ponen en duda. Se juegan muchas cuestiones: el adultocentrismo que hace muchos estragos en nuestras infancias: por un lado hace que subestimemos la capacidad de los niñas y niñas, hace que no los escuchemos y le impongamos todo el tiempo nuestros pareceres, tenemos miedo de lo que ellos son capaces de demostrarnos y enseñarnos porque nos interpelan todo el tiempo. Además, como en la mayoría de los casos los abusadores son familiares, se ponen en juego mandatos sociales, miedos familiares, negación. Todas situaciones que ponen al niño, niña en desigualdad de condiciones y terminamos vulnerando sus derechos. Acá lo importante es que prima el relato del niño, niña o adolescente. Todos los organismos, instituciones o ciudadanos que tomemos conocimiento de algo así, en principio debemos creer y contener al niño y debemos denunciar inmediatamente.