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Un caramelo Media Hora

Escritura y literatura
Invitame un cortado en jarrito

En busca de un alfajor

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Son las siete. El viento frío se cuela a través de la lana del pulover viejo y se aferra a mis manos, a medida que avanzo en una calle de lluvia (casi) imperceptible. El agua viene de costado, a penas me acaricia el pelo y los cachetes rojos. Camino con un objetivo. Estoy con antojo de café. Pero más, de alfajor. Diría que desde hace, casi, tres meses ando queriendo uno y mi deseo, postergado. Pero no quiero un alfajor bañado en chocolate, disponible en cualquier kiosco. No. Ando con ganas de un alfajor de maicena, casero y tradicional. Sin coberturas de engañoso chocolate. Con dulce de leche de verdad y mucho coco rallado cubriendo su circunferencia. Fantaseo con que sea fresco, con que al morderlo se deshaga en la boca a medida se vaya mojando con la saliva. El objetivo no es imposible pero tampoco es sencillo en un circuito cafetero en que lo habitual es acompañar el cortado con una medialuna. Camino rumbo al cafecito habitual pensando que, quizás, no tengan alfajor. De hecho, creo que nunca reparé si allí había o no alfajores. En todo caso, ese lugar es el mejor candidato para lo que quiero. A medida me voy acercando a destino pienso alternativas: Plan B, es una porción de torta y el C, tostadas aburridas con dulce y manteca. Cuando llego descubro que hay alfajores de maicena. Verlos, a lo lejos, en uno de esos exhibidores de cristal vintage, me pone de grato buen humor. Espero al café y al alfajor con gran expectativa. Pero al llegar el pedido a la mesa, la ilusión se me empieza a desdibujar. Percibo que la textura y color no son del de un alfajor de maicena "maicena". Lo observo y pienso que este parece tener más harina de trigo que otra cosa. Además, el coco casi no se ve, a penas una que otra manchita blanca... Infiero que el dulce de leche, tampoco a la vista, también ha sido mezquinado. Dudo en si reclamar para que se lo lleven y traigan alguno de mis planes alternativos. Lo miro un rato largo. Ya está. Al final de cuentas, vine para esto. Pruebo un bocado. El alfajor no se está desgranando en mi boca. No solo por su composición, sino también por la posibilidad de que lleve varios días ahí, esperando que alguien lo pida. De hecho, está medio duro, al igual que el escaso dulce de leche en su interior. Decepcionada, bebo el café buscando entibiar la tarde, ahora más gris que antes. El alfajor mordido y rechazado, yace en el platito de loza. Vuelvo a casa por donde vine. La lluvia persiste y empieza a mojarme el pelo. Las hojas del otoño se vuelven resvaladizamente peligrosas. Las luces de los semáforos manchan el pavimento de rojo y verde. Un pájaro solitario hace frente a ruido vehicular y canta impetuoso, fuera de hora, fuera de estación. Pareciera ser el único que disfruta de este tiempo, tan necesario para el desconsuelo.
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