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¿Un Cafecito ardiente?

RELATOS EROTICOS | Relato de un cornudo

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Mi esposa es la puta de su jefe y no me pone celoso, me calienta. Con solo imaginarla montado otra verga, me excito. Pero no es algo que surgió de la noche a la mañana. Amo a mi mujer, somos un matrimonio feliz y si vieran el cambio de mujer recatada a puta lanzada no me lo creerían. No voy a aburrirlos con el proceso de cambio, pero voy a contarles cómo se inició este estilo de vida. Mi esposa es una gran mujer y no tiene un cuerpo especial, sino normal. Es delgada con unas tetas que llenan la mano, piernas suaves y culo gordo. Ella es morena. Entró a trabajar en una empresa que fabrica muebles de oficina. Ella estaba en el área de compras pero tuvo que suplir a una compañera como asistente y poco después la dejaron efectiva en ese puesto. Uno de sus jefes es Alejandro y es quien la pidió de asistente. A veces, le tocaba hacer viaje de negocios y llamaba a mi esposa para que lo acompañe. Por lo que sé, sus aventuras no empezaron en los viajes, sino más adelante, pero me huelo que ahí empezó a gestarse la tención sexual. Una noche, Alejandro asistió a una cena con su socio y mi esposa lo acompañó. Según me cuenta se quedaron ahí un rato incluso vieron una película, pero salieron tan calientes que se fueron a un hotel. Dejaron que la calentura se apodere de sus cuerpos, se entregaron al fuego de la pasión. Mi esposa me fue infiel. Me puso los cuernos y le gustó tanto que no me lo ocultó. Me lo confesó y me dijo que su jefe tiene un pene grueso que le gustó mucho para hacer sexo anal que era una máquina de coger muy ardiente. Esto me dejó sorprendido porque no me lo esperaba, aunque hemos coqueteado con el mundo liberal pero nunca tan así y siempre juntos. Mi esposa y yo tenemos la idea de crear nuestra propia definición de pareja y no nos limitamos a lo que la sociedad dice que debe ser o hacer una pareja. Siempre el morbo de calentar a otros estuvo y lo disfrutamos juntos. Cuando mi esposa me lo contó, se me aceleró el corazón, pero me excité tanto que la empotré sobre la mesa sin darle tiempo a nada. Me corrió y le seguí dando como perro en celo y la que se sorprendió es ella porque dijo que nunca le había hecho el amor tan intensamente. Esa semana, recuerdo, me dijo que no la espere porque se iba a encontrar con su jefe en un hotel. Los celos me invadieron y se mezclaron con la calentura. Me masturbé como un pajero imaginándola recibiendo verga en diferentes posiciones. Cuando llegó, la besé y la llevé a la cama. No me importó que no se haya bañado. Quise disfrutar cada extensión de su piel sabiendo que otro hombre la había tocado antes. En esos momentos ella deja de ser mía para ser la puta de su jefe y me calienta mucho. Luego me muestra la evidencia lujuriosa de las cosas que le hace y que le hacen y muero de placer. Amo ver y escuchar a mi mujer, su placer es mi placer. Es la complicidad de ambos, saber que ella está cogiendo con otro y que tiene mi permiso. A veces, no van a ningún hotel, se quedan haciendo horas extra en la oficina y yo sé que si están solos algún toqueteo hay entre los dos. El otro día mi mujer me mandó por mensaje: no sabes el oral que le acaban de hacer a tu esposa. Le habían comido la vagina. El sábado pasado, mi esposa desapareció por tres horas. No supe nada de ella, ni siquiera recibí fotos o videos pero se estaba revolcando con su jefe. Cuando llegó me contó todo: Hizo trio con su jefe y un amigo de él. Alejandro le confesó que lo había preparado todo, pero al principio parecía un encuentro casual. Ella se sintió un poco tímida al principio porque con su jefe tiene confianza y el amigo era un desconocido. Pero el alcohol y la excitación fueron rompiendo la timidez. Ella se empezó a soltar y los tres se aventuraron a una orgía tripartita. Volvió hecha una fiera. Estaba feliz y muy satisfecha. Me mostró fotos, me mostró los videos que los tres grabaron. Pude ver con detalle como le zurraban el culo; mientras uno le daba por detrás, otro le daba verga por la boca. Y se turnaban para disfrutarla en diferentes posiciones. Disfrutaba mucho la doble penetración y me excitó mucho escucharla gemir, verla cabalgando un pene mientras el otro tipo grababa. En un momento se quitaron el condón y cogieron a pelo. Se lo mencioné a mi mujer y me dijo que no le importó, que estaba tan ebria de placer, tan mojada y caliente que no tenía límites para sentir placer en cualquiera de sus formas. La trataron como una puta en celo. Como un pedazo de carne que solo servía para llenar sus hoyos. A ella le encanta ser así con Alejandro. Conmigo es más recatada. Sos una puta —le dije— ella me dijo que un día regresaría preñada y la besé con pasión.
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