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Vacía tu taza
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Cuenta la leyenda que el maestro estaba bebiendo té tranquilamente cuando el guerrero llamó a su puerta. Azorado por haber subido corriendo los muchos escalones que llevaban a la puerta del anciano, el guerrero se sentó frente a su anfitrión tan pronto pudo. Devoró con ansia las bolas de arroz que el maestro le ofrecía como cortesía y, con la boca aún llena, comenzó a explicar todos los títulos y trofeos que había acumulado con los años.
El guerrero era joven, pero se había dedicado con fruición a sus tareas, por lo que atesoraba suficientes relatos y galardones como para mantener al anciano escuchando mientras el sol caía y se fundía con el lomo de las montañas. Ya era noche cerrada cuando el joven guerrero terminó de contar sus hazañas. “Maestro” -dijo entonces- “He venido a que me enseñe los secretos del conocimiento zen”.
El anciano venerable le miró por encima de sus lentes de media luna y calló. En silencio, ofreció al guerrero una taza de té y comenzó a verter el líquido de una tetera pequeña y reluciente. Con aire distraído, como sin darle mayor importancia, sirvió el té hasta que la infusión rebosó la taza, derramándose por el costado del recipiente y manchando el mantel, la mesa y el suelo.
“¡Maestro! ¡La taza ya está llena, no puede seguir sirviendo té!”, advirtió el impulsivo guerrero. “Exacto” -respondió su interlocutor- “Usted ha venido a mi casa para estudiar mis artes, pero ya trae la taza llena, ¿cómo creyó que podría aprender algo?”. Ante el silencio confundido e iracundo del guerrero, el maestro prosiguió con tranquilidad: “A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada”.
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