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Andrea Marone

Arte
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UNA MUCHACHA CAMINA A LAS SEIS PM POR LA ALAMEDA. Es verano el desierto nos apelmaza esquina Córdoba y San Martín menduco triángulo de las bermudas. Todos pasan nadie está. Los libreros toman birra, los libros usados se queman al sol. Zona de cotillón y casas de tela (retazos en oferta, seda, gamulán) Se refracta el sol en las bolsas de nylon de los transeúntes. La piba tiene el pelo seco, decolorado medio pajizo. Cumbre del agua oxigenada. Una línea gruesa delineando el párpado bien negra como marca de crayón, falda de cuerina descubriéndole los músculos y medias en red. Facha noventosa, algo vintage, un toque dramática piel trigueña ensombrecida por tatuajes en cada rincón de su fragilidad. Los brazos ahogados con pulseras de tachas. Sostiene una mochila, parche cosido de banda de rock. Adentro, como la sangre que pugna por salir de la costra: leche en polvo, una vela número cuatro de parafina azul. ¿Y el niño? no juega más bien se esconde entre los postes bancos municipales y las caderas de mamá. Hijo de la luna. Tiene ojos transparentes, no es vampiro pero el sol daña su piel. El pelo resplandece como un foco de tungsteno y la piel tan blanca, blanca que las flores de los jazmines le tienen envidia. Podría perderse entre los riscos cuando nieva en la montaña, por fin impropio, por fin desdibujado el cachorro albino de mamita punk.
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