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fernando lencinas

Escritura y literatura
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El peine negro

EL PEINE NEGRO "No creo en fantasmas ni brujas, pero que las hay las hay" Cuando mi abuela aún vivía, siempre bromeaba con los peines. Cada vez que yo no podía encontrar uno me decía: "Tené cuidado, quizás se lo llevó el hombre". Yo me reía, creía que sólo era una especie de broma para asustarme. Recuerdo pensar: "¿Ahora el coco también usa peine?, o tal vez era el hombre de la bolsa el que se lo robaba... quizás tenía el pelo muy largo. En fin, mi abuela y yo sólo reíamos y esas risas terminaban en un cálido abrazo. ¡Cómo extraño a mi abuela ahora que lo pienso! Aún recuerdo su mano arrugada y su rico perfume, mientras escribo frente a mi ventana. A veces siento que ella aparece todavía por ahí, golpeando la ventana y dejándome unos pesos, para luego seguir caminando como era su costumbre. Como sea, esta historia debe ser contada... y aquí vá: Un día fuí a su casa a visitarla y ví sobre la mesa un peine negro. Como nunca antes, creció una duda real en mí, por lo que decidí preguntarle a qué se debía ese dicho que tanto sabía repetir. Con una sonrisa se sentó junto a mí y comenzó su relato, el mismo que hoy les estoy contando a ustedes. Ella tenía dieciséis años cuando esto sucedió en el pueblo. A esa edad, ella ya era una adulta y trabajaba en su propio kiosco. Había conocido a quien sería mi abuelo y con quien se casaría años después. Me contó que en ese tiempo, una enfermedad estaba azotando a todo el país. La viruela en esos años era letal. Muchas personas morían todos los días, y en la vida tranquila de un poblado pequeño, eso se hacía notar. Las tristezas aumentaban y los llantos y dolores crecían en las almas de los vecinos. Lidia, mi abuela, siempre me decía que la tristeza y el dolor podían pegarse no solo en las almas, sino también en los objetos, dándoles una identidad y vida propia. En estos pequeños pueblos, la funeraria es el lugar donde el dolor y la tristeza se acumulaban mucho más que en otros sitios. La gente evitaba pasar por esa esquina ya que podía amargarles el día entero. En tristes ocasiones, de lejos se podía ver al gentío que bajo grandes sollozos se reunía a despedir a sus seres queridos. Los empleados y los dueños de la funeraria cargaban con una gran responsabilidad, y como siempre lo pensé, sus almas se habían forzado a volverse más rígidas para poder soportar tales energías todos los días. A ellos les encomendaban preparar a los seres queridos para la transición que debían pasar al dejar el plano terrenal. Lo que mi abuela escuchó, es que un dia no fué un empleado o uno de los dueños el que cedió ante tanta tristeza, si no que fué un objeto. Un peine negro que era usado para arreglar el cabello de los muertos, terminó absorbiendo todos los lamentos de las ánimas y los pensamientos lúgubres. Una noche en la que los viejos comentaban que "la muerte se había tomado un descanso", unos jóvenes pasaban frente a la funeraria. Estaba cerrada, por eso les pareció extraño ver en la esquina a un hombre de traje negro. Cómo contaría años después uno de esos adolescentes, pudo ver que en su mano el hombre sostenía un peine negro. Nada más ocurrió en ese momento, hasta que en la madrugada el mismo sujeto apareció afuera de la sala de terapia intensiva del hospital. Una enfermera dio luego su testimonio, contando que vio a un hombre de traje negro, con un peine negro en su mano. Al día siguiente, tres personas que se encontraban en esa sala dejaron este mundo. Se empezó a correr la voz, pero en general, para todos era sólo otra historia de fantasmas. Mientras tanto, la viruela continuaba cobrándose más víctimas. Días más tarde, esta extraña y oscura aparición se mostró en la casa del intendente. Dicen que el buen hombre se levantó a mitad de la noche para tomar un vaso de agua, y fue justo en ese momento que mirando por la ventana hacia el patio lo vio. Casi muere del susto; el extraño de traje negro estaba parado allí, con un peine en su mano. Su rostro no podía distinguirse claramente, y si bien era muy blanco, aun así en la oscuridad de la noche no podía verse bien. Inmediatamente el intendente encendió las luces del patio, y para su sorpresa y alivio, allí no había nada. Sin embargo, no pudo conciliar el sueño y al día siguiente, la terrible enfermedad que azotaba al pueblo se llevó a uno de sus hijos. Desde ese momento el rumor del hombre del peine se convirtió en algo más. La gente no podía dormir, los que trabajaban de noche vivían con terror de que al caminar a sus trabajos este espíritu mensajero se les apareciera, para avisarles que los cabellos de alguien cercano (o incluso de ellos mismos) iban a ser peinados. Un joven del barrio también fue testigo de tan terrorífico personaje. De noche decidió ir a ver si el almacén de la esquina estaba abierto (siempre que hacemos eso está cerrado). Al llegar al lugar, obviamente se encontró con que todo estaba oscuro y antes de darse la vuelta, vio al mensajero de traje negro. Se paralizó, ya que como todos, él sabía lo que significaba. Cuando pudo recobrarse de ese estado, salió corriendo a gran velocidad hacia su casa, pero el horror no terminaría ahí. Llegando a la entrada, con pánico y adrenalina en su cuerpo, volvió a verlo. El espíritu no tuvo que correr ni nada para aparecer más rápido que el en el lugar. Casi se desmaya del susto cuando sus padres, al sentir un ruido, prendieron las luces. Como siempre ya no había nada, pero al dia siguiente, su abuelo había partido. Muchas veces este ser se apareció, aterrorizando al pueblo y anunciando la muerte de personas, me dijo mi abuela. Fué ahí cuando yo le pregunté: -¿pero vos lo viste? Ella se quedó un rato en silencio, y me dijo que si. Una noche no lograba dormirse. Morfeo, Hipnos o quien sea, no la dejaba entrar en el bello mundo del sueño. Se encontraba dando vueltas y vueltas en la cama, cuando en la cocina sintió un ruido. Ella aún vivía con sus padres, pero ellos sí estaban plácidamente dormidos. No sabe por qué razón decidió levantarse a ver qué pasaba; pensaba que el gato había tirado algo de la cocina, lo que podía resultar muy molesto. Era una noche de verano y descalza caminó hacia la cocina. Las luces estaban apagadas y cuando entró, un terror extremo se apoderó de ella. Sentía que el corazón se le iba a explotar, en su cuerpo el calor y el frió estaban paseando de un lado a otro, y sus ojos más abiertos que nunca, lo vieron. Estaba de espalda, era un hombre de traje, que al mover su mano blanca dejó ver el peine negro. Ella se chocó con cosas buscando el interruptor, hasta que por gracia divina pudo encontrarlo. Una vez más, allí no había nadie. Mi querida abuela, me contó que al día siguiente su padre murió en el hospital. A partir de ese momento, muchos ciudadanos se juntaban a escondidas y con mucho miedo, para debatir qué hacer. Ya nadie se animaba ni siquiera a pasar por la cuadra de la funeraria. El dueño del establecimiento decidió actuar y llamó a un cura para que bendiga todo el lugar, con el fin de tranquilizar a la gente y a este espíritu. Dicen algunos que cuando el sacerdote llegó, pudieron ver una expresión de terror en su cara, una energía muy fuerte se encontraba allí. El padre dijo que bendecir el lugar no iba a ser suficiente. Dando una vuelta por el lugar pudo verlo: un peine negro que se encontraba cerca del lugar donde trabajaban con los cadáveres. Fue en ese momento cuando una tristeza inmensa lo inundó y supo que ningún rezo podría contra tal energía. Inmediatamente ordenó prender los incineradores, ya que el objeto debía ser destruido y purificado con una de las fuerzas de la naturaleza: el fuego. Cuentan las historias que la madrugada que tiraron el peine al incinerador y lo vieron arder por la ventanilla, éste tardó más que un cadáver en desaparecer. Y junto con él, desapareció también el extraño hombre de traje. Esa noche, todos en esa habitación lloraron de tristeza. No es fácil de explicar pero quizás yo también lo entiendo. No sólo era tristeza por los seres queridos que habían perdido, si no también (aunque parezca extraño), el sentimiento era por ese peine. El noble objeto que cumplía su función todos los días, no pudo soportar tanto y fue poseído hasta tomar una forma espiritual. Ni siquiera un objeto pudo aguantar el dolor y la tristeza desgarradora que produce el perder a alguien. Me levanté, ya tenía que irme a mi casa. Saludé a mi abuela con un fuerte abrazo y me fui pensativo. Desde ese día puedo jurar que creo en las energías y sobretodo en las más movilizantes, aquellas que pueden adherirse al alma de uno por mucho tiempo. Ya hace varios años que mi abuela se fue de este plano, pero muchas noches de insomnio pensaba en esta historia, la cual sin entretenerlos mucho más tiempo, les acabo de contar. FIN El peine negro - Fernando N. Lencinas
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