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EL BOCA DE RIQUELME: UN CLUB TOMADO POR EL POPULISMO

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Por Dani Lerer Boca ya no es simplemente un club de fútbol. Es un aparato emocional, político y mediático colonizado por una lógica populista donde todo se subordina al culto de una figura: Juan Román Riquelme. Lo que alguna vez fue un proyecto de reconstrucción identitaria, terminó siendo una maquinaria de poder autorreferencial, cerrada y verticalista. El resultado es un club que dejó de pensarse a futuro para vivir en una eterna nostalgia del pasado. Desde que asumió como dirigente en 2019, Riquelme impuso un modelo que ya no es deportivo, sino cultural. Se trata de un Boca donde la única verdad es la del líder, donde la tribuna se convierte en escudo, y donde la crítica es traición. Se gobierna con gestos simbólicos, frases de vestuario, enemigos externos, y una mística inflada que ya no alcanza para explicar el deterioro institucional del club más grande del país. En 2025, Boca volvió a quedar afuera de la Copa Libertadores. Otra vez. Con un plantel sin funcionamiento y sin respuestas. Y sin embargo, el discurso oficial sigue hablando de identidad, de esfuerzo, de volver a las raíces. El mismo relato que sirve para justificar todo: desde los fracasos deportivos hasta el desorden dirigencial. Ya no se exige ganar, se celebra "sentir la camiseta". Lo más inquietante es el contraste entre el Riquelme crítico y el Riquelme dirigente. La gestión está plagada de decisiones erráticas, personalismo extremo y opacidad absoluta. Cambios constantes de entrenadores, operaciones mediáticas contra jugadores propios, escándalos en el armado del padrón electoral, y un Consejo de Fútbol convertido en un club de amigos sin formación dirigencial. Nada de eso se discute puertas adentro, porque el que no aplaude, estorba. El populismo de Riquelme no se mide solo en gestos tribuneros. Se expresa en una conducción que desprecia la institucionalidad, manipula los canales formales de poder y transforma el amor de los hinchas en obediencia política. Las elecciones de 2023 marcaron un punto de inflexión: listas impugnadas, padrones inflados, jueces recusados, y un aparato de propaganda que presentó cualquier objeción como un ataque "anti-Boca". Una lógica calcada del manual populista clásico: la patria o el enemigo. Mientras tanto, el club retrocede en lo estratégico. Boca perdió protagonismo internacional, perdió peso en los organismos del fútbol, y se encapsuló en un microclima donde solo importa lo que diga Román. Solo hay relato. La paradoja es brutal: Riquelme volvió para "rescatar" a Boca del poder y terminó concentrándolo como nunca antes. Su figura, que debería estar por encima de todo, se convirtió en el obstáculo principal para que el club recupere el orden, el diálogo y el profesionalismo. El Boca de hoy es un club rehén de su propio pasado glorioso. Gobernado con romanticismo, pero sin gestión. Sostenido por la idolatría, pero carente de rumbo. Un club tomado por el populismo.
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