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EL KIRCHNERISMO COMO ESTRUCTURA DELICTIVA

Por Dani Lerer “El kirchnerismo no dejó delito sin cometer. No son políticos que se corrompieron. Son delincuentes que llegaron al poder”. La frase incomoda, pero sintetiza una verdad que muchos todavía eligen esquivar. Porque no se trata sólo de corrupción. No se trata de sobres, valijas o empresarios amigos. El kirchnerismo, en su núcleo más íntimo, funcionó como una organización criminal con objetivos políticos. Durante años, buena parte del periodismo y la política trató de encuadrar lo que ocurría dentro del esquema clásico de “corrupción estructural”. Esa idea cómoda según la cual todos los gobiernos roban, pero algunos “además hacen”. Esa lógica, casi resignada, sirvió como anestesia. Pero lo del kirchnerismo fue distinto. No fue una degeneración del poder. Fue el poder tomado, desde el inicio, por personas que entendían al Estado como una herramienta para enriquecerse, blindarse y perpetuarse. Néstor Kirchner asumió la presidencia con una obsesión: que la política sea negocio. Desde Santa Cruz trajo su manual. Caja, lealtad, miedo. No formó un gabinete: armó una maquinaria. Su legado más duradero no fue un modelo económico, ni un pacto social. Fue una matriz: el poder como botín. Cristina profundizó esa lógica con un relato de impunidad. El “relato nacional y popular” no fue sólo un discurso ideológico: fue un escudo. Mientras se apropiaban de la obra pública, del transporte, de la energía, del fútbol, de la justicia y hasta del Indec, tejían un relato épico que convertía a los denunciantes en enemigos del pueblo. La causa Vialidad, el escándalo de los bolsos de López, Hotesur, Los Sauces, el pacto con Irán, el asesinato de Nisman: cada expediente judicial no fue una excepción, sino una pieza más del sistema. Pero el kirchnerismo no robó solo plata. Robó tiempo. Robó instituciones. Robó generaciones enteras de argentinos que aprendieron a desconfiar de todo, menos del líder. Construyó un país donde robar no era pecado, si el que robaba decía estar del lado “correcto” de la historia. Y todo se volvió relativo: la justicia era "lawfare", los medios eran “concentrados”, la inflación era “psicológica”, la pobreza era “invisible” o “culpa del macrismo”. Hoy, con Cristina acorralada por la justicia y en su ocaso político, el relato se sostiene por inercia. Pero la estructura está vacía. La Cámpora es una máquina sin motor. El PJ, una carcasa que ya no canta la marcha. Y los que antes callaban por conveniencia, hoy ensayan autocríticas tibias, tardías, recicladas. Decir que el kirchnerismo fue una asociación ilícita no es exageración. Es apenas la descripción más precisa que permite la ley. Por eso molesta. Porque desnuda una verdad incómoda: no fueron políticos corrompidos. Fueron delincuentes que llegaron al poder. Y lo usaron, sin pudor, para quedarse con todo.
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