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EL SILENCIO ENSORDECEDOR DEL MILEÍSMO CON ROVIRA Y LOS SENADORES MISIONEROS

Por Dani Lerer El estruendo suele venir tanto del ruido como del silencio. Esta semana, el oficialismo libertario hizo mucho ruido contra el PRO, una vez más. Pero el verdadero escándalo fue lo que no dijeron: ni Javier Milei, ni sus funcionarios, ni sus militantes más ruidosos dedicaron una sola palabra de condena a Carlos Rovira y a los dos senadores misioneros que, con su cambio de voto a último momento, hicieron caer Ficha Limpia en el Senado. La ley que prometía sacar de la cancha a los políticos corruptos, fue boicoteada en la cara de todos. Y sin embargo, el silencio. ¿Dónde quedaron los leones? ¿Dónde quedó el discurso de la lucha contra la casta? Parece que hay castas que son más tolerables que otras, sobre todo cuando esos votos se necesitan para negociar gobernabilidad. Porque mientras el mileísmo denunciaba “la casta” con una mano, con la otra sellaba pactos con los mismos feudos que perpetúan la impunidad en las provincias. El caso de Misiones es emblemático. Carlos Rovira —que lleva décadas manejando la provincia con mano de hierro desde las sombras— logró el silencio del oficialismo nacional. Hay poderes reales a los que Milei no se anima a desafiar, o no quiere. Y no se trata de una distracción. Se trata de una decisión política. El mileísmo eligió mirar para otro lado. Eligió callar. Eligió que la coherencia quede relegada cuando hay negociaciones por detrás que requieren dejar pasar ciertos “detalles”. Como si la corrupción no mereciera indignación si viene disfrazada de gobernabilidad. Mientras tanto, los cañones siguen apuntando al PRO, el único partido que, con todas sus contradicciones, intentó mantener una coherencia institucional en el Congreso. Desde la presidencia de la Cámara de Diputados hasta la Ley Bases, el PRO acompañó con responsabilidad. ¿Y la respuesta? Desprecio, ataques y operaciones. No sorprende. Desde hace meses, la estrategia del oficialismo parece clara: convertir al PRO en enemigo útil. Pelearse con el que más se le parece para ocupar su lugar. Y así, con cada embestida discursiva, el libertarismo busca vaciar al PRO desde adentro, mientras se abraza, en los hechos, con quienes representan lo peor de la política del interior. La pregunta es cuánto tiempo más se puede sostener esta doble moral. ¿Cuánto más va a bancar la sociedad que se ataque al que acompaña y se justifique al que traiciona? Porque si los valores son negociables y la vara cambia según la conveniencia, entonces el relato de la “nueva política” se desmorona solo. Resulta difícil no preguntarse si la bronca libertaria con el PRO responde más a una estrategia electoral que a una diferencia ideológica. Tal vez en el mileísmo ya hicieron las cuentas y saben que su futuro político depende de devorar al PRO para quedarse con sus votos. Pero si ese es el plan, deberían al menos sincerarlo. Porque lo que no se tolera es la doble vara: gritar “¡la casta!” mientras se negocia con ella en silencio. La política argentina está llena de contradicciones, pero pocas son tan evidentes como esta. Y el electorado no es tonto: tarde o temprano, también empieza a escuchar los silencios.
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