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HEZBOLLAH EN AMÉRICA LATINA: LA BOMBA QUE NADIE QUIERE VER
Por Dani Lerer
Hace tiempo que la presencia del terrorismo internacional dejó de ser un problema exclusivo del Medio Oriente. En América Latina, la influencia de grupos como Hezbolláh —respaldado política, económica y militarmente por la República Islámica de Irán— crece sin freno, amparada en una mezcla de complicidad estatal, negligencia judicial y ceguera ideológica.
Lo que en los años noventa sufrimos con los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel en Buenos Aires, hoy se configura como una red regional. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y hasta sectores del sistema político argentino muestran, con matices, una peligrosa apertura a los tentáculos iraníes. No se trata solo de relaciones diplomáticas, sino de estructuras logísticas, financieras y de inteligencia.
En Venezuela, por ejemplo, se han documentado vuelos directos desde Teherán que no figuran en ningún registro comercial estándar. ¿Turismo? No. Funcionarios sancionados por Estados Unidos, movimientos de efectivo en criptomonedas y apertura de empresas fantasma componen un rompecabezas inquietante. En Bolivia, los vínculos con Irán se consolidaron en acuerdos "tecnológicos" cuyo contenido real aún es opaco. ¿Qué interés puede tener Irán en el litio boliviano? Más del que se cree.
La Triple Frontera —entre Argentina, Paraguay y Brasil— sigue siendo un agujero negro de control estatal. Allí no solo circula contrabando: también lo hacen dólares, armas, y células dormidas de Hezbolláh que han sido reconocidas por organismos internacionales. Nadie ignora su presencia. Pero casi nadie actúa.
La justicia argentina, pese a los avances intermitentes en la causa AMIA, se enfrenta a una muralla de impunidad. El encubrimiento estatal, las maniobras de inteligencia local y extranjera, y el magnicidio de Alberto Nisman muestran que este conflicto no es abstracto ni lejano. Es local. Es urgente. Y todavía está abierto.
Irán no busca solamente influencia diplomática: busca penetración cultural, adoctrinamiento ideológico y expansión estratégica. Lo hace con dinero, con propaganda, y con redes comunitarias que muchas veces funcionan como pantalla. En ese contexto, Hezbolláh es su brazo ejecutor. Y América Latina, su campo de pruebas.
La pregunta no es si Hezbolláh opera en Latinoamérica. Eso ya lo sabemos. La pregunta es: ¿hasta cuándo se lo vamos a permitir?
La región debe despertar. No es alarmismo. Es memoria y prevención. Porque los hilos del terrorismo no solo cruzan fronteras: también explotan en ellas.
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