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ISRAEL NO ES PERFECTO. PERO SUS ENEMIGOS SON GENOCIDAS

Por Dani Lerer Desde hace décadas, Israel carga con una doble vara. Se le exige comportarse como una democracia escandinava mientras enfrenta enemigos que no creen en la democracia, ni en los derechos humanos, ni en la vida de sus propios ciudadanos. Es criticado por responder a ataques que ningún otro país toleraría y, cada vez que se defiende, se lo acusa de "exceso", "desproporción", o directamente, de "genocidio". Pero la realidad es mucho más simple y brutal: Israel no es perfecto. Pero sus enemigos son genocidas. No lo digo como una metáfora. Lo dicen los propios documentos fundacionales de Hamás, lo repiten a diario los líderes del régimen iraní y lo corean sin pudor en las manifestaciones donde se queman banderas israelíes y se glorifica el 7 de octubre como un acto de “resistencia”. Para ellos el problema es la existencia misma del Estado judío. A Israel se le exige que negocie con quienes no aceptan su derecho a existir. Que abra pasos fronterizos con un territorio gobernado por una organización que secuestra a sus civiles. Que se comporte como Suiza mientras vive en el vecindario más volátil del planeta. ¿Hace cosas mal Israel? Por supuesto. Como cualquier Estado, comete errores políticos, militares y morales. Tiene gobiernos que dividen, políticas internas cuestionables y decisiones que merecen crítica. Pero hay una diferencia abismal entre eso… y comparar a Israel con una maquinaria genocida. Hamás no quiere un Estado palestino al lado de Israel. Quiere un Estado palestino en lugar de Israel. Esa es su causa. Y cualquiera que marche con ellos, que los justifique o que repita su relato, está avalando no una lucha por derechos sino un plan de aniquilación. Decir esto no es cerrar el debate, es abrirlo con honestidad. Israel no es perfecto. Pero si sus enemigos ganan, no habrá paz, ni democracia, ni derechos humanos. Solo ruinas, silencio y muerte. Esa misma lógica de odio, por cierto, hoy no se limita a Medio Oriente. Se exporta. Se cuela en universidades de élite, en ONGs, en parlamentos y en redes sociales, donde el antisemitismo reaparece con una mezcla de lenguaje inclusivo y simbología medieval. Lo que antes se gritaba con antorchas, hoy se tuitea con emojis. Y frente a eso, quedarse callado es complicidad. Criticar a Israel está bien. Exigirle estándares altos también. Pero ignorar quiénes son sus enemigos, lo que realmente quieren y el precio que pagarían millones si lo logran, no es neutralidad. Es rendición disfrazada de virtud.
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