Imagen de portada
Imagen de perfil
Seguir

danilerer

Periodismo
0Seguidos
2Seguidores
Invitame un Cafecito

LA MILITANCIA AUTÓMATA: CUANDO PENSAR DEJA DE SER PARTE DEL PROGRAMA

Cargando imagen
Por Dani Lerer Hay una forma de militar que no milita nada. Que no transforma, no convence, no construye. Una militancia vacía de pensamiento, pero repleta de consignas prefabricadas. Es la militancia autómata: esa que reacciona sin procesar, que responde sin escuchar, que defiende sin entender. Funcionan como máquinas programadas con frases hechas. “El modelo nacional y popular.” “Los medios hegemónicos.” “La casta tiene miedo.” “Viva la libertad, carajo.” El contenido puede variar según el signo político, pero la lógica es la misma: repetir, amplificar, obedecer. Nunca dudar. Nunca pensar. El militante autómata no debate, recita. No escucha, espera su turno para bajar línea. Se mueve por reflejos pavlovianos: le nombrás una palabra clave y activa el mismo discurso que ya escuchaste mil veces. No importa el contexto, no importa el interlocutor. Todo es trincheras, y todo el que disiente, un enemigo. Lo curioso es que esta forma de "militar" suele venderse como compromiso político, pero es apenas comodidad ideológica. Pensar es incómodo. Exige revisar lo propio, aceptar grises, incluso arriesgarse a estar equivocado. El militante autómata prefiere otra cosa: la certeza total, el enemigo claro, la narrativa cerrada. Claro que esto no es exclusivo de un sector político. Hay autómatas de derecha, de izquierda y del centro. En tiempos de redes sociales, donde el algoritmo premia la reacción rápida y no la reflexión profunda, el militante autómata prolifera. Porque tuitear es más fácil que argumentar. Porque repetir es más cómodo que comprender. Pero lo político, lo verdaderamente político, ocurre cuando alguien se detiene a pensar. Cuando se incomoda. Cuando se atreve a cuestionar incluso al espacio al que pertenece. La democracia necesita militantes críticos, no máquinas de propaganda. Porque sin pensamiento, no hay militancia. Hay teatro. Y el país, créanme, no necesita más actores leyendo guiones ajenos.
Ver más