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La república ignorada: desprecio presidencial a investidura e institucionalidad
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Por Dani Lerer
El 25 de Mayo no es una fecha cualquiera. Es el día que conmemora el nacimiento de nuestra patria. Una jornada cargada de simbolismo, donde el presente se conecta con el pasado, y donde la liturgia institucional cobra un protagonismo que va más allá de los discursos. Por eso, lo ocurrido este domingo en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires no puede reducirse a una anécdota de interna política o a chicanas del propio mandatario en redes sociales: el presidente Javier Milei eligió, otra vez, despreciar la institucionalidad.
El destrato fue explícito. Milei ingresó al Tedeum sin mirar, saludar ni reconocer a dos figuras centrales del sistema democrático: la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarruel, y el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri. Los ignoró por completo. No hubo un gesto, una palabra, ni siquiera una cortesía mínima.
Puede parecer menor, pero no lo es. Las formas, en política, importan. No son un decorado: son el escenario donde se construye —o se erosiona— la legitimidad. Y Milei eligió, en un acto público, institucional y republicano, vaciar de significado dos figuras clave del orden constitucional. Villarruel no es una funcionaria más: es su vicepresidenta. Jorge Macri no es un opositor irrelevante: es el mandatario del distrito que lo alojaba. Ambos representan cargos con poder real, con historia, con peso. Y sin embargo, para el presidente, no fueron más que estorbos visuales en una puesta en escena que lo tuvo, una vez más, como único protagonista.
La escena no fue aislada. Fue parte de un patrón. Milei ha construido una forma de ejercer el poder donde el otro —incluso cuando forma parte del mismo espacio— solo existe si se subordina. De lo contrario, se convierte en blanco de ninguneo, exclusión o ataque. Lo hizo con Villarruel desde el día uno: le impidió designar colaboradores, la marginó de decisiones, y ahora directamente la ignora en actos oficiales. Lo mismo con Jorge Macri, a quien ni siquiera reconoce como aliado táctico dentro del PRO.
El problema no es de convivencia personal. Es político e institucional. Porque cuando un presidente desprecia a su vicepresidenta, lo que está haciendo es deslegitimar un rol constitucional. Cuando no saluda al jefe de Gobierno de la Ciudad, está ignorando a una de las principales jurisdicciones del país. Cuando evita la convivencia con otras figuras de poder, está erosionando, de manera deliberada, el principio de representación que sostiene la democracia.
La república no se construye en soledad. Se sostiene en la articulación entre poderes, en el respeto entre cargos, en la tolerancia entre diferencias. El jefe de Estado no puede —no debe— comportarse como un monarca que elige a quién ver, a quién hablarle y a quién ignorar según sus humores del día. La investidura presidencial tiene un valor simbólico enorme, pero no es superior a las demás: forma parte de un equilibrio.
Y eso es lo que Milei desarma, gesto a gesto, desplante a desplante.
Ya lo vimos en otros episodios. El desprecio no es nuevo. Es sistemático. Forma parte de una manera de gobernar que transforma la diferencia en enemistad, la disidencia en traición, y la investidura ajena en irrelevancia.
Este modelo de poder hiper personalista y reactivo no solo es peligroso por lo que hace, sino por lo que instala: la idea de que la democracia se puede ejercer sin democracia. Que se puede gobernar sin consensos, sin formas, sin otros. Y esa idea es, en sí misma, profundamente antirrepublicana.
En el Tedeum, Milei no se enfrentaba a Villarruel ni a Macri. Se enfrentaba, una vez más, a la institucionalidad. Y volvió a perder la oportunidad de mostrarse como presidente de todos los argentinos.
No se trataba de una reconciliación. Ni siquiera de una tregua. Solo de un gesto: extender la mano, reconocer al otro, respetar el cargo que el otro representa. No lo hizo. No quiso. Y en esa negativa no solo despreció a dos dirigentes: despreció a la república que dice defender.
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