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MENOS DIRIGENTES Y MÁS LÍDERES

Si hay algo que la comunidad judía argentina nunca tuvo es falta de instituciones. Hay escuelas, clubes, templos, mutuales, federaciones, movimientos juveniles y un sinfín de organismos que organizan, gestionan y estructuran la vida comunitaria. Pero entre tantos espacios, lo que realmente falta no son dirigentes. Faltan líderes. Porque una comunidad puede tener decenas de personas ocupando cargos, firmando documentos y aprobando presupuestos, pero si no hay una visión, un horizonte, un sentido de propósito, lo que queda es pura burocracia. Y la burocracia, por eficiente que sea, no inspira, no moviliza y, sobre todo, no construye futuro. Un dirigente administra, un líder transforma. Un dirigente convoca a una reunión, un líder convoca a una causa. Un dirigente responde a las urgencias del día a día, un líder piensa en las próximas décadas. Y hoy, en la comunidad judía argentina, sobran los primeros y escasean los segundos. No es un problema de personas, sino de mentalidad. Durante años, la dirigencia comunitaria se concentró en gestionar estructuras y apagar incendios. Se enfocó en la estabilidad, en el mantenimiento, en la continuidad. Y en ese camino, dejó de lado la pregunta más importante: ¿hacia dónde vamos? La consecuencia está a la vista. Jóvenes que no encuentran en la comunidad un espacio relevante. Instituciones que repiten los mismos modelos sin cuestionarlos. Falta de respuestas a desafíos nuevos como la identidad judía en la era digital, la integración con la sociedad argentina y la redefinición del sionismo en tiempos de crisis global. Y a este escenario se le suma un problema aún más grave: la corrupción y el uso de las instituciones como trampolín para intereses personales. La comunidad ha sido testigo de dirigentes que anteponen su propio beneficio a la misión colectiva, que transforman cargos honorarios en herramientas de poder y que administran recursos comunitarios con más opacidad que transparencia. Cuando la dirigencia se convierte en un juego de favores, de egos y de influencias, lo que se pierde es la confianza, y sin confianza, ninguna comunidad puede sostenerse en el tiempo. Liderar no significa hacer discursos grandilocuentes ni dar entrevistas en los medios. Significa generar un cambio real. Construir espacios donde las nuevas generaciones quieran participar. Abrir el debate en lugar de cerrarlo. Asumir el riesgo de innovar en vez de aferrarse a lo que "siempre se hizo así". La comunidad judía argentina tiene historia, recursos y talento. Lo que necesita es visión. Necesita menos personas ocupando sillas y más personas desafiando el statu quo. Menos dirigentes preocupados por la próxima elección y más líderes preocupados por la próxima generación. La pregunta no es quién ocupa el cargo. La pregunta es quién asume la responsabilidad de marcar el camino. Por Dani Lerer
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