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Leonardo Romani

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"Hasta que la muerte (o algo) nos separe".- de Leonardo Romani

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“Hasta que la muerte (o algo) nos separe”.- de Leonardo Romani La historia, se sabe, la escriben los que ganan. Pero en esta no hubo un ganador, esta historia trata de un empate. Un empate en ese juego diabólico que comienza cuando dos personas que alguna vez se amaron, pasan a odiarse. En la mañana del 22 de octubre de 2021 decenas de móviles de televisión y radio y un centenar de vecinos se amontonaron en la puerta de la casa de Triunvirato 451, Localidad de Temperley, Provincia de Buenos Aires. La noticia que los periodistas deseaban cubrir y lo vecinos comentar era la muerte, con tan sólo unos minutos de diferencia, de un matrimonio de octagenarios muy querido en el barrio. Alfonso y Carmen habían fallecido en el transcurso de la madrugada prácticamente en el mismo momento según la rigidez de sus cuerpos. Llevaban casados 53 años y entre otros iban a llorarlos tres hijos (dos varones y una mujer) y siete nietos (cinco varones y dos mujeres). “Un amor eterno”, “Juntos hasta el final” y “Un amor para toda la vida” fueron algunos de los cursis y obvios zócalos con los que los productores de televisión enmarcaron las historias que los periodistas contaban de Alfonso y Carmen como si los conocieran de toda la vida. No los conocían, para nada. Nadie podía llegar a imaginar, ni siquiera sus hijos y mucho menos sus nietos, que hacía demasiado tiempo que Alfonso y Carmen habían entendido que eso que creyeron sesenta años atrás que era amor tan sólo fue un poco de cariño, y que cuando esa cucharada de aprecio se perdió dentro de ese guiso de resignación, miedo y letanías, lentamente tomo el sabor y la textura del odio. Y no nos engañemos, el odio suele ser mucho más divertido si se practica con precisión y buen gusto. “O nos casamos o nos separamos” le había dicho Carmen a Alfonso una tarde de verano, más aburrida que enamorada. Y se casaron. Pero las soporíferas salidas dominicales de novios pronto fueron reemplazadas por una convivencia fantasmagórica donde muchas veces ni siquiera se sentían venir el uno al otro. Apenas habían pasado un par de años cuando fue Alfonso el que apostó a la libertad y perdió cuando soltó un sábado por la mañan el ultimátum “o tenemos un hijo o nos separamos”. Al año nació el hijo mayor, al que llamaron Gustavo. Tres años después, cuando Carmen volvió a dormir más de cuatro horas de corrido, pudo volver posar su mirada en la de su marido y le fue imposible recordar porque lo había elegido a él en lugar del petisito morocho que trabajaba en la verdulería y siempre le cobraba un poco menos antes de invitarla a salir. "O le buscamos un hermanito a Gustavo o nos separamos” dijo una noche lluviosa de otoño mientras escuchaban tangos en la radio y casi exactamente nueve meses antes que naciera María Inés. El próximo turno le tocaba a Alfonso, los argumentos iban volviéndose menos contundentes y los herederos ya eran tres. Luego de unos días de quejarse por no poder leer el diario tranquilo o tropezarse con algunos juguetes escupió que “o nos mudamos a una casa más grande o nos separamos”. Así fue como compraron la casa de Triunvirato 451, con la venta de la antigua casa, unos pocos ahorros y la ayuda de ambos suegros. En esa casa fue donde deambularon errantes toda su vida, odiándose lo suficiente como para quedarse al lado del otro haciéndole miserable la vida. No hubo infidelidades, ni violencias, ni traiciones, tan sólo desprecio y desdén. Es que muy probablemente se odiaron a sí mismos mucho antes de odiarse entre ellos. Odiaron toda su cobardía, su desgano y sus decisiones. Quizás la única decisión que disfrutaron fue la que tomaron ayer por la noche, mientras perdían sus miradas en el fondo de un plato de comida desabrida. Esa decisión que los periodistas y los vecinos, ni siquiera sus hijos y mucho menos sus nietos, jamás podían llegar a imaginar. Eso que resolvieron hacer como una muestra de respeto hacia el rival, justo después que Carmen lo mirara a Alfonso y le dijera “o nos morimos o nos separamos”. FIN
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