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Leonardo Romani

Arte
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"Orden y progreso".- de Leonardo Romani

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"Orden y progreso".- de Leonardo Romani Hay cosas buenas, y de las otras. Pero también hay cosas que tienen casi idénticas proporciones de alegría y de tristeza. Cosas agridulces, como esa salsa de color radioactivo que traen con la comida china y que nadie sabe que contiene. Majo preparaba la comida en silencio, un par de horas atrás había retado mucho a Catalina. Catalina tiene siete años, una edad difícil (¿hay alguna que no lo sea?), en la que las ganas de tomar su propias decisiones y la lógica carencia de algunas aptitudes generan a diario situaciones que ponen la paciencia de los padres a prueba. La de Majo ya se había agotado esa tarde y la televisión no volvería a encenderse en el canal de los dibujitos favoritos de Catalina, al menos hasta que la pequeña ordenara su habitación. Cualquiera que sea, o intente, criar a un niño sabe bien que muchas veces ese tipo de órdenes genera efectos contrarios. Es perfectamente natural que los niños no tengan la capacidad de ordenar a esa edad, o al menos de hacerlo bien. Pueden intentarlo pero en la mayoría de los casos el resultado es un nuevo desorden administrado y muchas veces más difícil de arreglar que el caos original. Sin embargo, a menudo se recomienda se encarguen este tipo de tareas a los infantes para que sus limitaciones y los problemas que encuentren durante el desarrollo de la labor sea parte del aprendizaje y por supuesto también para que valoren más el trabajo de los adultos. Así fue como Majo trozaba un pollo en ocho, pelaba papas y precalentaba el horno con los desordenados ruidos provenientes de la habitación de Catalina de fondo. De vez en cuando Majo sonreía cuando escuchaba que algo se caía o que la pequeña mascullaba algunas palabras entre dientes. Majo dudó en agregar un par de cebollas cortadas a la asadera, a ella le gustaba el aroma que le daban al pollo pero Catalina las odiaba y removerlas de su plato era siempre fastidioso. Además le irritaban mucho los ojos y la hacían llorar más que a cualquier otra persona. Aún dudaba si agregar o no las cebollas a la preparación cuando escuchó que la televisión se encendía en el cuarto de su hija a todo volumen. En seguida esos inconfundibles sonidos de dibujos animados y la risa más linda de todas, la de Cata, se metieron a la cocina sin pedir permiso. En cinco firmes, rápidos y parentales pasos Majo ya estaba en la pequeña habitación pintada de violeta. Catalina, sus dos trenzas, y su sonrisa incompleta estaban sentadas en el piso mirando los dibujitos. Majo abrió grande su boca para dar inicio a lo que sería una nueva y enorme reprimenda pero no pudo soltar ninguna palabra. La habitación, aunque con algunas decisiones discutibles, estaba perfectamente ordenada. Los libros en la biblioteca, los juguetes en los baúles rosas de plástico y los peluches perfectamente acomodados sobre la cama. Majo volvió a la cocina en silencio. Mientras miraba las cebollas, intactas aun en el canasto de las verduras, dejo caer un par de lágrimas. FIN
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