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Leonardo Romani

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"Probabilidades"

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“Probabilidades”.- de Leonardo Romani David siempre fue malo para la matemática. No puede decirse que las odia porque ni siquiera llega a entenderlas. Para odiar a algo o a alguien debemos tener algún justificativo, un porqué. De no tenerlo nuestro odio será tan sólo un desprendimiento caprichoso e infantil. Por eso resulta falaz afirmar que David odia a la matemática. Simplemente porque jamás llegó a entenderlas. De primero a quinto año se llevó la materia a marzo y nadie sabe bien como hizo para aprobar en dicha instancia. Así fue como eligió la carrera de Derecho, la cual le aseguraba ver la menor cantidad de números posibles en su vida. Pero de vez en cuando la matemática se empeñaban en meterse un rato en la vida de David, de jodidas que son nomás. Esa es una de las razones por las que toma whisky sólo y sin hielo. Es que fueron varias las veces que intentando prepararse un trago confundía las proporciones de bebidas blancas y jugos, despertando a la mañana siguiente en un calamitoso estado en el piso de la casa de sus padres o en una plaza dependiendo la calidad de las bebidas. Todos los días las matemática nos encuentran. Todos los días calculamos las chances de quedar afuera del mundial de fútbol, o la cantidad de harina de un bizcochuelo, o cuan ricos seríamos si no hubiésemos comprado esa bicicleta fija. Es cierto que aquellos que compartan la falencia detallada con David perderán mucho dinero mientras miran con la boca abierta y expresión taciturna las distintas promociones en los supermercados, pero es muy probable también que sean adorados por taxistas, mozos y repartidores de pizzas cuando sus propinas excedan por mucho los usos y costumbres. Sin embargo, y contradiciendo al emperador Augusto, se puede vivir perfectamente sin saber matemáticas. Si no me creen pregúntenle a David, a quien esa grotesca ignorancia que lo acompañó a través de los catetos e hipotenusas de su vida un día se mezcló con toda la ironía de este mundo, una buena dosis de sarcasmo, dos terceras partes maldad y una doceava parte de suerte para preparar un licuado exquisito que David bebió una noche. La noche, al menos hasta hoy, más memorable de su vida. Es que la vida tiene esas cosas, cuando uno cree que logró un buen lugar en la mesa se puede quebrar una de las patas de nuestra silla. Pero hay veces que cuando llegamos ya no hay lugar ni silla para sentarnos, pero de golpe la mesa entera se desploma y toda la comida se va directo al piso para que se deleite todo aquel que sea más rápido que la lamida del Diablo. Es que aquella noche, única e inflamable, vino justo después de la última clase en la Facultad de Derecho. Esa noche en la cual David se acercó a Valeria, la morocha más linda de toda la universidad, la invitó a salir y ella aceptó sin dudarlo y entusiasmada ante la sorpresa de sus tres amigas. Esas tres amigas a las que un rato antes nuestro héroe vivo (“bah, el único” diría entre dientes el Indio Solari) les había preguntado cuales eran las probabilidades de que Valeria aceptara salir con él. Esas mismas tres amigas que luego de mirarlo y mirarse le contestaron “olvidate, tenés un uno por ciento de chances de que salga con vos”. Pero David no entendió nada, y fue. FIN
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