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El Freud De la villa

Arte
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María entendió todo. Se empoderó hace unos años luego de una relación posesiva que derivó en una depresión y varios intentos de suicidio. Su infancia en uno de los barrios más populosos en el límite con Capital Federal no fue feliz. Violencia familiar, abusos, hambre, y una madre que no podía con todo; ese es el paisaje que recuerda de aquellos años. Se cansó de amar giles que no la valoraban. Un día decidió que no le iba a faltar nunca más nada en la vida. Costó. Arrancó cartoneando y con sus primeros pesos ahorrados se compró un par de zapatillas. Luego la vida se encargó de brindarle otras posibilidades y comenzó a trabajar de camarera. El próximo paso sería irse a vivir sola. María no cree en la meritocracia. Al que le toca le toca, dice. En sus ojitos ya no se nota la tristeza, esa que cargamos desde niños porque nos criamos en el sufrimiento. María baila, ríe, coge, come en lugares caros pero también entra a las villas por esos siempre tan tentadores choripanes. María nunca se olvida de donde viene. Ayuda a su familia, porque ahora le va bien. No necesita de ningún hombre con ganas de poseer y que le saque en cara en algún momento de todo lo que le brindó. María tiene amantes. María no se involucra en historietas ni tampoco se come cualquier chamuyo. María es compañera. María es un desastre, pero un bendito desastre. María no quiere ser la primera ni la última, ella quiere ser prioridad siempre. Y está perfecto. Si te quieren a medias, vos querete el doble.
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