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Episodio 20: "Del Agua grande a la Piedra Furada"
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Sabíamos que los ñoquis serían el plato principal de la velada.
Teníamos calabazas tipo Cabutia y dos hornos eléctricos para cocinarlas...
La harina, nuestra sal condimentada de fábrica, y especias.
El tuco debía hacerlo Agustín. Su abuela María Elena aclararía que el resultado de esa salsa no cumplía con el carácter del Tuco, pudiéndolo llamar simplemente de salsa de tomate.
El cabutia después de la cocción parecía algo acuoso. De todas maneras, la cancha de Celeste conseguiría contrarrestar esos excesos de agua sin que los ñoquis se tornarsen bolas pesadas de harina de trigo.
Chia había prometido la salsa de crema brasilera y hongos de pino por ella cosechados.
Había otra cumpleañera que se permitía tan solo recibir
El papá de la familia que conocimos en "Gaby Chipa" había mutado en una especie de Rally Barrionuevo rubio.
Desde la cocina se escuchaba una voz con un ímpetu y una integridad que parecía provenir de algún artista consolidado de Folclore del Noroeste Argentino, de esos que cierran los Festivales o que llenan un Luna Park.
La peña estaba rodando.
Gonza también tocaba su guitarra y nos deleitaba con alguna de sus canciones.
Antes de servir la pasta que -por cierto- dio cierto y alcanzó para un buen plato para cada comensal (Celeste amasó ñoquis para ocho), Agustín tuvo que tocar Eitileda. Su canto de cumpleaños.
La torta era un budinazo, en su mayoría conformado de porotos negros hervidos, que hacían las veces de chocolate. Si bien los porotos en sí conllevan su propio dulzor, el agregado de hojitas de Stevia, una vez apagado el fuego, los torna más propicios ainda. Los otros ingredientes: un poquito de avena, cuadrados de Águila al 70 por ciento y dulce de leche con stevia....
Las velitas fueron sopladas y los deseos pedidos.
El día 11 de Agosto se terminaba entre zambas, chacareras y algún rocanrol.
El Hostal la Calma se seguía preparando para la Gran Peña que tendría lugar en su inmenso parque en la parte de adelante, el Domingo 19 de Agosto.
Había que destapar más canaletas, bajar ramas de palmera que colgaban jovatas y desprolijas, limpiar la pileta (que lindaría con el escenario, de acuerdo a estudios exhaustivos de los organizadores) y unos cuartos. La máquina de cortar pasto y la bordeadora debían seguir sonando, así como los rastrillos y las escobas pasando...
Mientras tanto Encanto Jacarandá debía conseguir un vuelo desde Foz de Iguaçu até Salvador da Bahía.
Nos habíamos confiado con la idea de ir al aeropuerto en los días próximos y tratar de pegar un espacio vacante en esos vuelos que salen bien torabas por algunas cancelaciones de último momento, realizadas por pasajeros arrepentidos u otros motivos.
Esa oportunidad no era oportuna y parecía ser susceptible de importunarnos.
Pretendíamos hacer el cruce y partir directamente.
Buscar un espacio para morar en el Sur del Estado de Paraná no tenía mucho sentido.
Estábamos bien en La Calma y queríamos que fuera nuestra última posada antes de llegar a Itacaré.
Retirarnos con una peña de Argentina era acorde a lo soñado.
Danzar sobre acordes coloridos de zamba. Zapatear y zarandear acordes de séptima de chacarera.
Exacerbar los golpes del bombo que de por sí se escucha a la legua.
Bailar bailecitos.
Mandarle cumbia a algún huaynito....
Y adentrarse en otros ritmos: en esa algarabía litoraleña, en el desparpajo del chamamé que llega corriente en contra desde Corrientes.
Animarse a lanzarse en alguna galopa; chotis; valseado; polkita rural; banerón; corrido; y cualquier canción misionera que sonara aquella noche.
En los días previos, tocamos otra vez en la Aripuca.
Durante la presentación y tras la declamación de una poesía de "Creciente", una señora llegó con los billetes hasta el escenario, para hacerse del último ejemplar del libro disponible para la venta.
Había guiso de lenteja para todo el personal, pero a nosotros nos tocó pizza.
Celeste se tomó un helado de una fruta de la región. Aprovechamos a contemplar algo más de la Aripuca.
Reiteramos que entre las informaciones disponibles en el interior de la construcción de bambú está aquella que muestra a la selva misionera reducida en un 95 por ciento en los últimos setenta años.
Le hicimos un dedo a una familia y nos dejó en el "Panoramic". Otro de los puntos de atracción de Iguazú. Desde allí se puede ver el Sol ponerse en la triple frontera. Y una vez que su luz se va se advierten combinaciones interminables de luces entrelazándose en los metales de una rueda giratoria gigante.
La tentación de comprar productos evadiendo impuestos estaba a la vuelta de la esquina.
Ciudad del Este, del otro lado del charco, seduce a cualquier persona partícipe de este mundo capitalista.
Nosotros necesitábamos una "minipimer" y un parlantito.
Inexorablemente terminamos atrapados en la Babilonia.
La llegada fue muy interesante. Íbamos tocando quena en el viaje para zafar el pasaje. Nos bajamos con más guita de la que teníamos y charlando con un pibe biólogo, que estaba en el Parque Nacional de Iguazú estudiando la conducta de los monitos. Nos comentaba que ellos hacen bulling para los coatíes.
Conseguimos comprar lo que pretendíamos, y algo más.
Los lentes de Celeste fueron la revelación.
Y este celular (totalmente desconocido en su marca) nos lo llevamos a los golpes.
Toda la Ciudad estaba a merced de la prueba de estos dispositivos que consistía en percutirlos sin piedad, con su pantalla sobre las distintas mesadas, para probar su resistencia.
Un vendedor nos ofreció darnos la diferencia de su bolsillo para equiparar el precio del otro local.
Algo así como 10 guaraníes que sirvieron para comprar cinco mandarinas y dos manzanas, y desprenderse así sin más de los billetes paraguayos que por vez primera detentábamos.
Volvimos. Tuvimos que efectuar algunas operaciones cambiarias, contábamos con algunos verdolagas venidos a menos y unos pesos que debían traducirse en reales. Queríamos llegar a Itacaré con guita para afrontar el primer alquiler, y de ese modo acomodarnos para salir al ruedo.
Con el pasaje comprado en un valor que nos parecía bastante apropiado (hasta que nos llegaron los impuestos), pergeñábamos como haríamos para montar el equipaje que incluía desde papeles a piedras; vinos de Mendoza; y bolsas y bolsones de Yerba de producción industrial y familiar respectivamente...Y el carrito...
La frontera la pasamos con un trámite a medias porque el sistema informático no andaba.
En el aeropuerto -otra vez- transpiramos muchísimo. No parecía haber manera alguna de distribuir los petates. Los pesos de las valijas se excedían de cualquier modo. Habíamos garpado una valija de 23 Kgs, además de las dos de 10 kgs y los bolsos de mano que estaban incluídos.
Los empleados nos hicieron la gamba.
Mientras tanto teníamos charlas muy interesantes con políticos que trascendían la bandera del partido que conformaban.
Aterrizamos en Salvador antes de las 5 de la mañana.
Celeste conversaba con una señora de São Paulo mientras pasaban los minutos...
El primer metró (tren) salía a las 5 am. Debíamos tomarlo hasta Acceso Norte, donde combinaríamos con un Buzú (un colectivo) algo lotado/lleno por los avatares de las horas pico en las capitales, que nos dejaría a orillas del Ferry Bote, una enorme embarcación que cruza rodados y personas desde Salvador a Bom Despacho (puerto de la Isla de Itaparica/Vera Cruz). Una vez allí debíamos abordar o ónibus (micro) hasta Itacaré. Cinco horas atravesando distintos pueblos de la Bahía, para decantar -después de más de 24 horas de gira en Itacaré.
Los colores de la Bahía se iban revelando a través de las janelas (ventanas)
Coqueiros y Mar. Casas desgarbadas de ladrillos huecos a la vista; bananas por doquier.
La mayoría de la gente con raíces -inconfundibles- africanas.
Seguíamos andando sobre tierra roja (barro vermelho).
A las 15:30 horas estábamos en la Rodoviaria (terminal) de Itacaré.
Pequeña Villa de Pescadores en expansión, localizada en el centro del Litoral del Estado de Bahía, en la Costa del Cacao.
Encanto Jacarandá en Itacaré.
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