Ese día, Olivia despertó muy enojada porque el celular no encendía. No había cargado la batería durante la noche. Cosas que suceden con los dispositivos... Tenía que disponerse a tomar el colectivo en el lugar y horario de siempre, para cumplir con los horarios del trabajo. Todo era repetitivo... Todos los días la misma acción: se despertaba por el sonido del despertador y daba un salto desde la cama, como si un conejo gigante la empujara para salir a perseguir esa zanahoria. Luego iba al baño para higienizarse, se cambiaba el piyama, calentaba agua, preparaba el café de siempre y lo colocaba en el vasito térmico con brillitos que compró en la feria. Cerraba la puerta de su casa y salía, aun cuando no había amanecido. Entonces emprendía el mismo camino... Pero ese día, algo cambió. Llegando a la veredita donde tomaba el colectivo, vio unos papeles verdes tirados. Así lo creyó al mirarlos desde lejos... Solo bastó con agacharse para darse cuenta de que ¡había encontrado billetes de 100 dólares desparramados entre el pasto! Sin dudarlo, los manoteó rápido, como si fuesen un puñado de hojas, y los tiró con total disimulo dentro de la cartera. Llegó a la garita de siempre para tomar el bondi, todavía sin caer en lo que estaba pasando. Fue así que se subió al primer colectivo que vino (aunque no fuese el correcto). ¡Qué importaba! Tenía mucho dinero encima como para estar sola en una garita esperando el bondi. Bajó en la próxima parada, donde había más gente, y allí, un poco más tranquila, tomó el colectivo correcto. Al llegar al trabajo, le comentó en voz baja a su mejor amiga lo sucedido: —No lo puedo creer... Mirá lo que encontré tirado en la calle —dijo, abriendo su cartera para mostrar el contenido. Ella le respondió, sorprendida: —¡Qué suerte! Pero... ¿cómo puede ser que nadie lo haya visto antes? Olivia respondió: —Es que, a esta hora, la gente que va a trabajar está atenta mirando las notificaciones de sus teléfonos.