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La Cacería (Parte I)
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August Abraxas leía con tranquilidad, a su lado Balder estaba de pie, contemplando la ventana. Desde que habían partido que era el único que estaba al lado de su jefe, inclusive a X lo habían desplazado. Por un instante Balder pensó que lo había hecho para indagar sobre su persona, pero no le había dirigido la palabra en ningún momento, salvo para dar pequeñas indicaciones.
Se encontraban en la lujosa habitación del hotel dónde se realizaba el Mercado Negro.
X y el resto de los miembros de la guardia personal de August se encontraban en las inmediaciones del lugar, cada uno cumpliendo su respectivo rol.
August, parecía importarle poco su seguridad, o confiaba mucho en su personal porque lucía tranquilo. Alternaba la lectura de un libro de funda roja, con su celular. Cuando llegaron al hotel, no saludó a nadie, y quien los recibió y acompañó hasta la puerta únicamente les otorgó información sobre las comodidades del lugar, y el servicio de habitación. No esperó respuesta alguna por parte de August y Balder. Luego de hablar se marchó, rápido, se notaba que estaba nervioso.
—¿Qué hace mi querido padre? —preguntó Marianne a Balder por celular. La mujer tenía planeado ir al Mercado Negro, tomandoló a él como guardaespaldas personal, pero su plan se había frustrado con la elección de August. Por lo que decidió luego de pensarlo, en darle a su padre la lista de objetos que deseaba y se fue de vacaciones, ya que según ella necesitaba un lugar con nieve y estar lejos de su familia.
Balder no contestó, no era el momento.
—¿Alguna vez has asistido al mercado? —preguntó August, cerrando el libro.
—Jamás.
El hombre se levantó y se acercó a él.
—Es una gran farsa —dijo y esbozó una sonrisa—. Las reliquias por las que ofrecemos importa poco y nada. El verdadero mercado son ustedes.
—¿Nosotros?
—Sí —respondió August y encendió un cigarrillo—. El verdadero mercado es ver la situación de cada guardián. Aquel que tiene el guardián más débil, usualmente es el que termina siendo atacado con el paso del tiempo. Por eso nos juntamos una vez por año, para saber quien improvisó para mejor, quien perdió un guardián importante, que guardián perdió poder.
—Entiendo —dijo Balder, mirando a August—. Si me disculpa, no soy muy amenazante, espero no causarle algún problema.
—¿Dudas de mi criterio muchacho? —preguntó August y sus ojos brillaron—. Necesito que estés atento y que seas vos mismo. En especial, que seas aquel que encontró Los Ojos del Dragón.
No todos somos unos millonarios que se mantienen únicamente por el poder de la fortuna familiar, creo saber dónde encontraste lo que te pedí, y sé que cualquiera de mis hombres que se hubieran enfrentado a tus adversidades no estaría entero.
Balder asintió y miró cómo August se servía un poco de café.
—¿Sabes por qué ese muchacho no se quedó acá para servirnos?
—Pensé que deseaba tranquilidad, privacidad.
—No. —dijo August y sirvió otra taza de café que le extendió a Balder—. Odio que me sirvan. Lo que para mi especie, es algo que demuestra el lugar que ocupamos, para mi no hay nada más patético que depender de otros en este tipo de cuestiones.
—Gracias —dijo Balder, tomando el café que le ofreció August, sin entender el motivo por el cual el hombre estaba diciendo estas palabras, o mostrándose tan humano con él.
Cuando el reloj marcó las siete, salieron en dirección al anfiteatro dónde se haría la primera subasta. El hotel se había cerrado completamente para las familias, así que era caminar por los pasillos vacíos, como si se tratara de un lugar únicamente habitado por ellos. Cuando llegaron a la escalera principal, ya que hicieron todo el tramo a pie, (August no confiaba en los ascensores) se toparon con un un hombre regordete y pequeño vestido con un traje rojo, a su lado caminaba un hombre grande y alto, dos metros de altura y músculos que apenas disimulaba con una gabardina color verde, llevaba gafas negras y al cruzarse con ellos esbozó una ligera sonrisa.
—August —dijo el hombre pequeño con voz chillona—. ¿Trajiste un guardián o un amante?
—Podría seguir tu ejemplo y traer ambos —respondió August con una sonrisa.
El comentario no le gustó al guardián que apretó los puños, Balder preparó sus sentidos, con ese pequeño gesto entendió que se encontraba ante algo que a pesar de su apariencia, había perdido toda humanidad.
—Cuidado August—dijo el hombre chillón—. Guro no tiene mucho sentido del humor y no quiero ser responsable de ninguna muerte el día de hoy.
—Entonces es imperioso que controles a tu perro —dijo August con desprecio.
Balder no podía creer la actitud de August. O confiaba ciegamente en que Balder arriesgaría su vida en protegerlo, o tenía un as bajo la manga, porque Guro, ya no solo apretaba los puños sino que lo contemplaba, con el rostro serio, sin ocultar el deseo por atacar.
—Te crees tan poderoso —dijo el hombre, señalándole con el dedo—. Desde que ellos desaparecieron te sentís capaz de comerte al mundo. Pero el mundo no es solo tuyo.
—Esas son tus palabras, no las mías. Te recuerdo que el que comenzó esta conversación fuiste vos Ullrich.
—¿Ya discutiendo caballeros? —preguntó una voz femenina desde lo más bajo de las escaleras.
August y Ullrich se voltearon a mirarla, pero Guro siguió contemplando a August y Balder a Guro.
—Ahhh —dijo Ullrich con una sonrisa — Simona, querida. dijo Ullrich y caminó en dirección a la mujer, en cambio Guro por un instante se quedó en su lugar y Balder se preparó para su siguiente acción, pero luego de emitir un leve rugido Guro siguió a su jefe.
Ahora que la amenaza había pasado, Balder contempló a la mujer rubia de ojos saltones y verdes que llevaba puesto un corsé color verde que hacía resaltar sus atributos. La acompañaba lo que parecía ser un hombre de rasgos muy delicados y pequeño que portaba un brazo de hierro. Balder había escuchado hablar de él, un alquimista, que si bien su figura no era amenazante los rumores sobre sus avances en la alquimia eran dignas a temer. Pero ese alquimista seguía siendo humano, por lo tanto podía ser predecible, a diferencia del guardián de Ullrich.
El hombrecito besó la mano de la mujer y comenzó a hablar con ella en voz baja, August y Balder siguieron caminando, por un instante pensó que August la saludaría, pero los ignoró, a pesar de que la mujer lo buscó con la mirada.
Siguieron caminando, en silencio hasta que se adentraron en el pasillo que llevaba al salón de reuniones.
—Me agradas muchacho, en ningún momento te alteraste delante de Guro. ¿Qué piensas de él?
—Que me cuesta saber si sigue siendo un “él” más bien pensaría que es algo más.
—¿Algo como qué?
—Lo más cercano que puede estar uno de nosotros a convertirse en un monstruo.
—Si, Guro tiene poco y casi nada de humano. Año tras año se fue encargando de modificar su cuerpo, todo en búsqueda de obtener más poder. Si bien, todo guardián mantiene sus muertos en secreto para evitar acusaciones, estoy consciente que se habrá encargado de matar a más de un guardián.
—Entiendo.
—Te sonrió al verte. Eso significa que estás marcado.
—Bien.
—¿Tienes miedo?
—No —respondió Balder con honestidad.
Había entendido que a pesar de haber sido aceptado como el guardián de August Abraxas, el hombre era mucho más inteligente de lo que podía haber esperado y lo evaluaba a cada momento, pero a pesar de eso, su orgullo no le permitió fingir un temor que no sentía.
—Bien, ese es el espíritu del muchacho. Si tienes miedo es peor, siempre es peor.
—¿Guro mató a su último guardián?
—No claro que no —respondió August con una sonrisa—. Yo lo maté, con mis propias manos.
Balder guardó silencio y siguió caminando.
—¿Sabes algo de la historia de mi familia?
—Lo que todos saben.
—Entonces sabes que somos algo más que simples ricachones con deseos extraños. Una sangre antigua y poderosa corre por nuestras venas y podemos usarla cuando lo consideramos necesario. Aunque no soy lo suficientemente estupido para creer que me sirve de algo utilizarla en estos contextos. Gente como vos tiene más capacidad que la mía, además de que son descartables. ¿No es así?
Balder siguió caminando en silencio, intentando reprimir el odio que estaba sintiendo por August Abraxas.
—Lo maté porque me ocultó información. Era bueno, pero mis empleados me deben obediencia total. Espero nunca tener que castigarte de la misma manera, porque reitero, me agradas muchacho.
—Entiendo —dijo Balder, y se quedó en su lugar—. ¿Esto es por Marianne?
—Claro que no muchacho —respondió August, con una ligera risa—. Lo que mi hija haga o deje de hacer me da igual. En más, en caso que por abrir las piernas quede embarazada es más interesante que tenga tus genes, que los genes que podría conseguir en caso de estar con los hijos de algunos de los que visitan esta subasta.
A pesar de las palabras, el ambiente estaba tenso, lo sabía, algo en la postura de August Abraxas le hacía sentir a Balder que el hombre sabía quien era, pero tenía que jugar su rol hasta el final, así que asintió y acompañó al hombre hasta el anfiteatro.
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