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Hernan Montenegro

Escritura y literatura
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Los ojos del Dragón (Parte III)

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Balder despertó a una habitación sumergida en la oscuridad. Escuchó la respiración de lo que parecía ser un animal a un costado. Le costó unos largos segundos entender que aún debía estar dormido. —Bien, veo que ya podemos conversar —dijo la voz en un ligero gruñido. —No tengo intención alguna de hablar con vos. —Eso me importa muy poco. —¿Cómo hacés esto? —Yo no lo hago. Este lugar tiene más poder del que crees muchacho. Demasiado poder. —Si, claro. —No tengo intenciones ocultas. Jamás hablé con otro portador del anillo. Ni sabía que era posible realmente poder conservar mi voluntad, sin embargo desperté acá, en esta casa y te vi luchar. —Y también tomaste control de mi cuerpo —dijo Balder, que ahora podía ver la silueta en forma de lobo que arrastraba una cadena. —Sí, debo admitir que en mi vida humana me gustaba mucho ir a la guerra. Ver semejante oponente, fue muy tentador. —Casi me matas. —Pero no lo hice. Sin embargo, de no haber perdido la conciencia, dejándome tomar el control en el último segundo, vos nos hubieras matado. —Ya estás muerto. —Sabés a qué me refiero. Cuando uno porta un objeto, el objeto lo porta a él. Sé muy bien lo que hay en tu interior, encerrado. La puerta. —¿Y sabés lo que hay detrás de la puerta? —Claro que sí, muy pocos logramos ver detrás de la puerta pero aquellos que lo hicimos tuvimos nuestra recompensa. —¿Recompensa? —Sí, poder. Un poder que luego pagamos para toda la eternidad, pero debo admitir que fuimos lo suficientemente sabios para aceptar el regalo de ella, y retirarnos, ninguno pretendió lo que vos hiciste, que es controlarla y encerrarla. —Yo no quería esto —dijo Balder, sentándose en la oscuridad, enfrentando los ojos dorados del lobo—. Ella quiso esto. —¿De verdad? —De verdad —respondió Balder, que sabía que no tenía sentido alguno mentirle a su interlocutor—. Cuando me morí, por un instante, colgado en ese árbol, me convertí en la puerta que ellos habían buscado por tanto tiempo. —¿Y qué pasó? —Tuvieron miedo de entrar. Dudaron, lo que no sabían es que cada minuto, para mí era más largo. —Si, el tiempo en el mundo olvidado se maneja de otras formas. Lo sé —respondió el lobo intrigado por el relato de Balder—. Dices que ella tomó la decisión. —Sí, ella me dijo que de ser liberada en nuestro mundo, devoraría todo, que no era el momento, que si yo quería podía darme la oportunidad de vengarme, siempre y cuando encontrara la manera de volver a cerrar la puerta. —Tiene sentido, ella siempre fue más inteligente que todos nosotros. Dudo poder volver a hablarte mientras duerme lejos de acá. Te pido perdón por generar este espacio, pero tenía que conocerte. —Tuve peores conversaciones en mi mente —dijo Balder dedicando una sonrisa al lobo. —Te recomiendo que sujetes la cadena, eso te hará despertar. Balder agarró la cadena con la mano izquierda y sintió un ligero cosquilleo. —Hasta que nos volvamos a ver, Balder —dijo el lobo. Despertó en lo que quedaba del primer piso. A su lado, lo que quedaba del guardián era únicamente el modelo que habría hecho su maestro de Menthut en arcilla bañada en sangre. No había desaparecido, y eso fue algo que lo alegró a Balder. Bajó las escaleras y encontró la puerta que llevaba a un sótano. El sótano estaba vacío, pero sentía la energía detrás de una de las paredes, así que tocó con su mano izquierda la pared y la pared se desvaneció, dando lugar a una escalera caracol. Descendió, sintiendo las energías que protegían el lugar y finalmente encontró lo que parecía ser una cripta, con el sarcófago situado en el centro de un lugar que estaba repleto de distintas reliquias y tesoros. —Así que vos sos el maestro —dijo Balder, pasando su mano por el sarcofago—. Lograste conseguir una colección bastante interesante. Y sin embargo, a diferencia de los demás, no quisiste hacer ningún tipo de declaración, nadie sabe quien eres y debo admitir que lo que estoy viendo son cosas que pensé eran únicamente mitos inventados por generaciones anteriores. Balder recorrió el lugar, hasta que llegó al frasco que contenía los ojos dorados. Los famosos ojos del dragón que había venido a buscar. —Me voy a llevar esto —le dijo al sarcofago—. espero no te moleste. No tengo intención alguna de llevarme nada más. No es necesario que encuentren este lugar. Al subir nuevamente por las escaleras se encontró con la pequeña estatua del guardián, tirada en el suelo del sótano. Aún en ese estado intentaba cumplir con su misión. Y ahí, una idea se le ocurrió a Balder y volvió a la cripta y buscó un diario, un libro, algo debía haber con las memorias de ese hombre y buscó hasta finalmente encontrar la fórmula que había usado para crear al guardián. Con mucho esfuerzo, tiempo y esmero logró armar las fórmulas, colocando los artículos en su lugar y dejó la estatuilla en el centro, solamente hizo una pequeña modificación al ritual, antes de hacer la invocación. Menthut emergió dentro del círculo, tan viva como lo había estado cuando se enfrentaron en el primer piso. —Tú —Sí, yo —dijo Balder con una sonrisa—. Hice una pequeña variación para que no intentes detenerme ya que tengo que llevarme los ojos. —Lo sé. —Pero haces un buen trabajo protegiendo este lugar. Tu maestro, tu maestro fue más inteligente que todos nosotros y decidió ser enterrado. —Mi maestro —dijo en un hilo de voz—. Eran un gran hombre. —Eso parece. Así que me gustaría que sigas con tu objetivo de proteger este lugar de intrusos como yo. Hay cosas que mejor que queden enterradas y olvidadas. Dicho esto Balder rompió el círculo y la criatura fue libre para moverse por la casa, lo primero que hizo fue volver a levantar la barrera que iba al lugar de reposo de su maestro. Balder caminó con tranquilidad hasta la puerta y al salir escuchó que el Menthut lo llamaba desde el umbral. —¿Sí? —preguntó a Menthut —Tú también pareces ser un gran hombre, Balder. —Lo intento Menthut —dijo agradecido por las palabras del guardián—. De verdad que lo intento. Respiró el aire puro cuando llegó a la calle y se quedó un tiempo apoyado en el auto. El chofer salió con tranquilidad, con un cigarrillo en mano. —¿Cómo carajo lo hiciste? —preguntó llevándose el cigarrillo a la boca. —Te dije que era algo sencillo, hombre de poca fé —dijo Balder mostrándole el frasco con los ojos. —Si, claro. Escuché que eras bueno, no creí que eras tan bueno. —No soy tan bueno —dijo y añadió rápidamente—. Escapé con lo justo, para serte sincero. —Soldado que huye sirve para otra guerra, pero huiste con el tesoro así que es más meritorio. Pensé que los ojos del dragón serían más grandes. —Siempre pensé que serían ojos comunes, lo importante es lo que uno puede ver con ellos. —¿Y que se ven? —Supongo que eso lo sabrá el señor Abraxas —dijo Balder, sintiendo un poco de remordimiento al saber dónde iría un tesoro que alguien se había esforzado tanto en cuidar para que no cayeran en las manos equivocadas. —Tienes razón —dijo el chofer, dando una gran calada al cigarrillo—. Lo bueno es que podemos irnos, ¿Te apetece pasar por algún lugar de comida? —Me parece una muy buena idea, supongo que ahí si vas a bajar conmigo. —Claro que sí, seré un hombre de poca fé pero de buen apetito —dijo el chofer y le dedicó una sonrisa. Ambos entraron en el auto, y se alejaron de la casa, mientras Menthut los contemplaba desde la ventana del primer piso.
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