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Flavio Rodriguez

Escritura y literatura
Cafecito de $50

Catalina, la que de verdad murió dos veces

Entre los dramas más usuales de la época se encontraba la muerte por catalepsia, que dio origen a diversas historias de pánico, más que miedo. Estas historias fueron ficticias algunas (como en el caso de Rufina Cambaceres), pero otras indefectiblemente reales, como la de Catalina Benavides. De ella vamos a hablar. Era una dama de la alta sociedad, tan bella que la apodaban con el nombre de una estrella (“el Crucero del Norte”) y su familia se relacionaba comercialmente con Rosas. Se casó con el menor de los hermanos Álzaga Carrera, llamado Francisco de Paula, hijo del héroe de las Invasiones Inglesas, Don Martin de Alzaga. Este contrae deudas de juego y junto a sus cómplices amigos Jaime Marcet y Juan Arriaga, engañan a Francisco Álvarez, a la sazón compañero de juergas pero aparte prestamista. Álvarez era de menor status social así que no lo consideraban un par aunque sin embargo poseía mayor poder económico, por ello lo mantenían cerca. Le piden un préstamo que rápidamente pierden en partidas de cartas y para no devolverlo asesinan a Álvarez a puñaladas y ocultan el cadáver en un baúl lanzándolo luego a un aljibe en desuso en la misma quinta familiar de los Álzaga. Unos muchachos que se introdujeron en la quinta “La Noria” a robar naranjas, descubren accidentalmente el cuerpo sin vida del prestamista y lo informan a las autoridades. Apresan a Francisco de Paula, lo encarcelan, ahorcan a sus dos cómplices en Plaza de Mayo, y un día antes de que lo ejecuten logra escapar. Se pide la captura y luego de unos años se instala en el monte chaqueño en donde forma familia con una aborigen, olvidándose de Catalina y manteniendo un perfil bajo hasta su muerte, acaecida el 4 Enero de 1884 en Paso de los Libres, Corrientes, a los 81 años. Motivado por esta “mancha social” Catalina Benavidez comienza a estar en boca de todos y por supuesto también cae en desgracia, su propia familia política la obliga a abandonar la casa familiar pese a que ya estaba embarazada de su fugitivo esposo y (apartada por esa sociedad que solo la apreciaba no por lo que era sino por la belleza, juventud, relaciones y dinero que poseía), menos de 15 años después se la comienza a ver como mendiga por las calles de Buenos Aires, vendiendo empanadas y pastelitos. Lamentablemente sufría de una condición cataléptica (desmayos con signos vitales imperceptibles para la época) y cierta tarde, sufriendo una convulsión, cayó desmayada en las cercanías del Cabildo. Colocan su cuerpo supuestamente sin vida recostado contra una de sus paredes a fines de que algún familiar la reconociera para hacerse cargo de la sepultura. La descubre al pasar por allí quien había sido su nuera Ana Francisca de Álzaga Carrera, hermana de su ex esposo, quien se apiada de su alma y, creyéndola muerta la hace colocar en un féretro y sepultar con vida dentro de la bóveda de los Alzaga en el Cementerio del Norte (bóveda en Recoleta donde también a futuro se encontraría la malograda Felicitas Guerrero). Sin embargo y luego de unas horas Catalina reaccionó, se “despertó” a tiempo y logró romper el ataúd primero (que en el caso de ella, indigente, era de madera de pino) y salir de esa bóveda rompiendo la reja de una desesperada patada. Pero este incidente fue en la madrugada, así que como no había nadie no solo en el cementerio, sino en la zona (que era campo abierto), corrió hasta el pórtico de ingreso y por el extremo pánico y desesperación murió de un infarto fulminante, abrazada a la reja de acceso, de la que quedó colgando de un brazo. A la mañana siguiente la volvieron a sepultar, esta vez sí, muerta para la eternidad. Fue un verdadero revuelo para aquella sociedad en donde los chimentos corrían como reguero de pólvora. Tan es así que el matrimonio de Ana Francisca de Álzaga con Manuel Frageiro una o dos veces por semana recibía en horas de la madrugada y de boca de los chistosos de siempre un grito anónimo desde la calle. Algo así como “Vayan a ver a Catalina, que se despertó y otra vez está vagando!!!”. Situación ante la que Manuel Fragueiro le decía a su esposa que siguiera durmiendo, que él iba a constatar que pasaba. Por supuesto no “pasaba” nada, solo las risotadas de los tontos muchachitos ocultos detrás de los árboles. Esto sucedió incontadas veces, hasta que casi un año después un día Manuel Fragueiro (ya agotado de tanta burla improductiva), se dirigió por última vez hasta la bóveda Álzaga en el Cementerio del Norte, pero ahora acompañado por una pala de punta. Por supuesto ni noticias de Catalina. Pero (agotado) de todas formas ingresó con sus llaves a la bóveda, abrió el féretro, dejo a la vista el ya corroído cuerpo de Catalina Benavides y con un certero golpe de pala cercenó el otrora perfecto cuello de la malograda doncella, colocando (esta vez) su cabeza entre sus piernas. Eso sí, desde ese día, Manuel Fragueiro pudo dormir plácidamente. Esta es la triste y verdadera historia de Catalina Benavides “el Crucero del Norte”, aquella que de verdad murió dos veces…
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