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Micrófonos
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Los veía por la tele, en películas o programas. Siempre me resultaron fascinantes. Sin embargo no sabía que un micrófono pudiera resultar tan intimidante como lo descubrí una tarde, cuando por primera vez un operador técnico dijo la palabra "aire", indicándome que debía empezar a hablar.
Ahora que lo recuerdo, siendo mucho más joven, en la escuela primaria tuve que participar en una pequeña obra interpretando a un prócer. Pero esto era diferente. Los años me fueron volviendo antisocial. No tenía amigos, e incluso llegué a pasar más de un año sin dirigirle la palabra a ninguna persona por fuera de mis padres y mis compañeros de escuela.
Nunca me ha resultado sencillo establecer diálogos con las personas, e incluso hoy me sigue pareciendo una tarea un tanto complicada cuando se trata de gente que no conozco. Integrarme a grupos es algo tremendamente complejo para mí.
Pero allí estaba. Tenía que hablar.
En ese momento desconocía casi todo sobre el medio radial, de manera que estar en ese lugar era una aventura hacia lo desconocido. Lo cierto es que el operador dijo "aire", la música bajó, convirtiéndose en cortina musical y fue el momento de empezar a hablar.
No pueden pasar más de cuatro o cinco segundos de silencio en la radio, así que de algún lugar encontré la fuerza para sobreponerme a los nervios que se manifestaban en forma de latidos acelerados y un cierto temblor en las manos y piernas que se trasladaban hasta la voz.
Esos fueron mis primeros momentos en los cuales realmente estuve solo frente a un micrófono. No puedo decir que lo haya hecho bien, pero al menos pude sortear la situación sin mayores inconvenientes que los mencionados.
El siguiente desafío relacionado con micrófonos se dio algunos años más tarde. Terminaba de salir de la adolescencia -al menos según lo que se dice que es tal cosa- y trabajaba en una oficina municipal. La cuestión es que se presentaba una obra teatral y no había quién oficiara de presentador. Como sabían que yo tenía alguna experiencia radial me enviaron a mí, y otra vez tuve la oportunidad de experimentar los nervios. Pero, siendo ya un poco mayor, me costó un poquito menos leer lo que tenía escrito en una hoja y cumplir con la tarea.
La tercera, y por el momento última situación en la que me tuve que enfrentar a un micrófono fue la primera vez que me animé a cantar ante el público. Fue quizá la que más me costó. Me tomó años adquirir la suficiente confianza como para hacerlo con cierta con soltura, pero afortunadamente he logrado medianamente hacerlo de manera aceptable. Por supuesto soy consciente de que no es gran cosa, pero si hago el ejercicio de compararme conmigo mismo, el avance es considerable. Voy a ser conformista y a intentar seguir mejorando en la medida de lo posible.
Tantos años después finalmente los micrófonos ya (casi) no me dan miedo.
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