Abrazame hasta que los domingos dejen de ser nostalgia y los lunes sinónimo de rutina. Bailemos hasta que dejemos de escuchar en loop ese “adiós” que jamás pronunciamos, hasta que un nuevo abrazo desarme para siempre los pedazos rotos mal unidos. Brindemos hasta que superemos la vulnerabilidad, hasta que dejemos de dudar de los días nublados. Abrazame hasta que el “vamos viendo” deje de ser chamuyo, hasta que el “que se repita” sea mejor que la primera vez. Bailemos hasta que nos deje de importar el “qué dirán”, hasta que las risas sean más fuertes que el ruido del caos mental. Brindemos hasta que nos empalaguen las tardes primaverales, hasta que las puestas de sol nos dejen de emocionar. Abrazame hasta que no sienta más el frío una noche cualquiera de julio, hasta que la brisa del verano me empiece a irritar. Bailemos hasta que el mundo deje de ser un café con tostadas masticadas por inercia, una birra caliente que nadie pidió. Brindemos hasta que se nos ocurra otra razón para brindar, incluso, aunque sintamos que ya no nos queda nada más por esperar.