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Comunicación II
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A las florecitas que me regalaste las guardé en el cuaderno.
Cuando se secaron, lo adornaban hermosas.
Pero a medida que iba moviendo las hojas, las florecitas se rompían, se desprendían, se desescamaban.
Que es lo mismo que decir que mis florecitas se rompían, se desprendían y se desescamaban en la medida en la que aparecía yo.
Intenté cuidarlas, agente destructor.
Las juntaba del suelo.
Cada tanto te mandaba un mensaje.
Después dejé de escribir ante el terror de perderte.
Ahora que nos olvidamos el uno de la otra, mi cuaderno extraña tus florecitas; ellas, tan bonitas, que adornaban las primeras páginas, y se tiraban como en gesto suicida contra el piso, para que mi amor volviera a juntarlas.
Será que todo amor seco no se prende de la ropa.
Pero, ey, las imágenes sí que prenden.
Distorsivas, estranguladas, exangües, mis florecitas.
Como cuando mirás fijo cualquier objeto luminoso por un rato largo.
El globo ocular arde, alimento de mis florecitas.
Resto fosforescente que persiste cuando, de pronto, cerrás los ojos.
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