Comunicación IVSoñé que quería verte y todo salía mal. Iba a ir en bici y listo, pero cuando fui a buscarla, me di cuenta de que la goma estaba pinchada. Al principio del sueño había potencia, a partir de acá es la urgencia. Sumado a eso, mis viejos están en desacuerdo. Me empujan a hacer otra cosa, como ellos hacen. Una comida. Familia. Mis viejos obligan con amor, ofrendas y compromiso. Con el argumento de la costumbre, de la pausa y del ritual de domingo. Yo no quiero. No es lo que quiero. Me quiero ir, pero me siento. Después no hay colectivos. Es tarde y quiero verte y lloro lloro lloro desesperada. Lloro en público. Lloro en la calle. Lloro como niña pequeña, como a veces me pasa. Como niña también culpo a mis padres y estoy desesperada por verte. Aumenta la tensión y la urgencia es desconsuelo porque sé que aunque lo necesito con todo el cuerpo, mis viejos están en desacuerdo. Alquilo un colectivo. Un colectivo entero para mí sola. No me importan los costos. No le tengo miedo al absurdo. A las cosas que salen mal no las pienso porque me estallan en la cabeza con violencia y me aturden. No me dan tiempo. Quería salir temprano, pero atardece. La posibilidad de que ya no estés me duele en la panza. Los vidrios en el estómago me cortan al respirar. Ahora es mi hermano buscando opciones. No entiende que no quiero saber de peces ni ríos, que yo te quiero solo a vos. Adentro del bondi sigo llorando. Adentro del bondi toda la familia me acompaña porque, aunque en desacuerdo, se preocupan. Yo culpo a mis padres por las cosas que pasan. Por todas las cosas. Los culpo por la muerte de los árboles, por las plazas con hamacas rotas, por el hambre de los chicos que no tienen familias que los acompañen a buscarte en un colectivo alquilado, a través de la tarde en extinción durante el día de descanso, en medio de un llanto desolado, aunque estén en desacuerdo. Es tarde y yo no quería esto. De pronto, un bicho horrible me ataca. Es duro y asqueroso. El bicho me saca del paco y abrazo a mi mamá, que apoya la cabeza sobre mi cabeza y me toca el pelo. No pude verte y me desperté desesperada. Ayer fue tu cumpleaños y no me viste llegar con un vino y la torta. Pienso en cuán encarnizadamente te extraño, con cuánta terquedad. Todavía es de noche, pero ya casi suena el despertador. Esta vez es temprano y aprovecho el tiempo libre para un mate. Lo hago con lentitud, detenida entre las muchas cosas que están como fijadas y las pocas cosas que se mueven. Te conocí en la Facultad de Filosofía y Humanidades. Te saqué una foto en la Plaza, el 25 de mayo de 2010. Estabas echado boca arriba con los ojos cerrados y el sol te daba en la cara. La plaza estaba llena y vos solamente hablabas para mí. Sonó el despetador cuando todavía era de noche y me metí en la ducha. Después de soñar y mientras me bañaba, me di cuenta de que me dolía todo el cuerpo. Pensé que ese dolor eras vos. Enseguida me dije: “no, boluda. Ayer hiciste ejercicio”. El pensamiento Disney me pisa la cabeza. Me acordé de cuando fuiste a buscarme con bombones de regalo para mi mamá y me agarró un deseo desgarrado por volver atrás y cambiarlo todo, de construir una máquina del tiempo. Que no seas un órgano doliente no significa que pueda con la muerte de la posibilidad de habitación. Que no te extrañe encarnizadamente no quiere decir que esté lista para abandonar los lugares en los que todavía estamos para siempre, donde somos felices. El sol empezaba a asomar cuando salí de casa. https://www.youtube.com/watch?v=4y0O7gAQEFUVer más
Entrada IIISobre el llanto Creo que conté que lloraba todo el día. Pensé que estaba triste porque lloraba mucho. Llorar mucho también aporta al entristecimiento. A veces me molesta la forma en la que mi cuerpo reacciona andá a saber a qué cosa. Las últimas semanas comía y lloraba, trabajaba y lloraba, me bañaba y lloraba, regaba las plantas y lloraba, me acostaba y lloraba. Mi cabeza eran las discusiones entre Paulas: Paula-Drama y la amiga que romantiza la caca de pájaro sobre el banquito de la plaza. La tercera, indignada y aburrida (AHORA QUÉ LE PASA), se muerde el labio, levanta las cejas y mira para un costado. Otra más con miedo y preocupaciones: "se deprime– llamemos a alguien, llamemos a la psicóloga, hablemos". Paula-PasivoAgresiva y Paula-Impulso poniendo peleas sobre todas las mesas de las personas que no reaccionan como ella quisiera y no hacen como a ella le gustaría. Después, Paula-Culpa, Paula-Frustración: "por qué sos así". Paula-Sola necesitada es Paula-Súplica, deseante es todo expectativa, territorial es Salí-De-Acá. Paula-Responsable: "activemos, estás sucia". Paula que piensa (y no suele ser la más inteligente del grupo), y una más que tiene arranques de apasionamiento, pero es intermitente, y cuando se apaga, todas nos queremos morir. Después me di cuenta de que había empezado a llorar sin emoción, era solamente agua que me caía de los ojos. Un día fui a piano. En bici, de vuelta a casa, me puse a escuchar el preludio que tenía que estudiar. De pronto sentí el aire fresco, vi las sierras, los pastitos verdes, el paisaje rural de las zonas alejadas del centro de Alta Gracia, los pájaros (algunos enormes y otros diminutos) que volaban altísimo o descansaban al sol sobre los postes de las verjas. Cierro los ojos, retengo, los abro y, de pronto, caigo en la cuenta de que estaba llorando. Había desconectado del pensamiento. Fruncí el entrecejo y me interceptó la función analítica para preguntar si en realidad estábamos tristes o si llorábamos por otra cosa. Por placer incluso. https://www.youtube.com/watch?v=adaXr-mZdLwVer más
Comunicación IIIEs once de octubre. Pasaron doce días desde la última vez que te vi y ocho días desde el último contacto por mensaje. Te pedí vernos una vez más y no accediste, y a mis textos finales, no los contestaste. Esperé que respondieras, pese a saber que no lo harías. Me siento un conjunto de pixeles en disgregación y dispersión. Hace diez días que no escucho tu voz. No sé distinguir si te extraño o si estoy duelando mi propia desaparición, deleted like el número en aumento de mensajes eliminados cuando borré nuestra conversación en WhatsApp. Todavía espero. Quedé en vilo por una confirmación de que soy real, de que tengo un cuerpo. La esperanza es algo que se ejecuta aparte de mí, un proceso independiente. Quería llevarte a esa heladería de las sierras, que es una casa rodante en medio de la nada, apenas vinieran los días de calor. Quería cruzar el Río de la Plata en ferry y desembarcar en Uruguay con vos. No sé distinguir si este desgajamiento es consecuencia de tu mutismo o un revival histórico del dolor por no haber sido elegida. El veintitrés de septiembre, una semana antes de la ruptura, caminamos de la mano por el jardín Bustos. Llevamos sanguchitos y un vino, y conversamos toda la tarde mientras paseábamos. No sé distinguir en qué medida te extraño a vos y en qué medida extraño sentir las ganas de estar viva para volver a verte que me generaban tu olor, el contacto con tu piel, tu voz y el sabor de tu saliva. Pero para poder vivir encontramos cualquier excusa. Ahora camino, salgo en bici e ingiero solamente alimentos líquidos: proceso todo antes de que entre en mi cuerpo. Dije que quiero bajar de peso, pero también me faltan ganas de tragar. Al estado lo conozco y no me da miedo. Creo sentir que lo aprovecho: casi me excita. Compré un libro, aprendí un par de canciones tristes en el piano. Una enfermedad hace un par de semanas que no me permitió moverme de la cama por tres días me dejó esta debilidad persistente que puedo aprovechar para sentir que el mundo es mucho más pesado tras tu partida, por ejemplo. No quiero, todavía, dejar de esperar. Convivo con esta tozudez de existir en estado de desilusión constante. En estado de rotura y tortura. Soy absolutamente capaz de esperar para siempre y no me apura ni la muerte. Mientras tanto, el mundo se abre y esta levedad del cuerpo convertido en datos que nadie interpreta ofrece posibilidades de expansión y extensión inusitadas. El viento, el fuego, la sequía y la extinción de todas las cosas pasan a través de mí, como si fuera un fantasma. Mi gato duerme al costado de la cama y estamos bien. No estoy segura de si me acuerdo de las facciones de tu cara. Sé que, para cuando te comuniques, este amor va a estar deshecho y puedo aprovechar para duelar nuestros desencuentros futuros. No desperdiciamos nada. Cuando todavía era adolescente me enamoré de un hombre que, hasta hace poco tiempo, insistió en reparar las secuelas de un rechazo incluso más saturado que el tuyo. Lo había visto unas semanas antes y nos habíamos besado al atardecer en la vera de algún río cordobés. Después supe por Facebook que había formalizado otra pareja. El reclamo todavía vigente de ese y sus posteriores abandonos es el mismo que aplicaría (de darse) para tu caso y que aplica, en definitiva, para muchos otros casos en el historial de mis desamores, porque yo nunca me quiero separar y, luego, siempre soy abandonada por aquellos a quienes amo (o digo amar), aunque sus comportamientos para conmigo sean inaceptables. –Siempre estás reclamando –me dijo–, aburre. Cosas que pasaron hace mil años. A todo lo transformás en un drama, tenés la necesidad de confrontar: querés convertir toda interacción en un intercambio en el que el otro es un hijo de puta y vos una pobre víctima. No necesito tus reclamos. - Si te aburre, no vuelvas. Ya no me hables nunca, no fui yo la que intentó comunicarse. En la espera eterna vibra esta sed de drama insaciable. Puedo ser la víctima, puedo sentirme miserable, puedo pensar que no me quisiste, que no aceptaste mis defectos. Puedo pensarme defectuosa, puedo corroborar que nadie me soporta por más de un par de meses. Puedo falsear escenarios en los que daba todo por vos, y vos por mí no dabas nada. Puedo volver al suelo y a las lágrimas. A la desnudez fetal de una soledad sin madre. Puedo esperar a que sea de noche y reproducir un disco de Radiohead, de Porcupine Tree, de Evanescence. Todavía duermo con la remera que dejaste. Es un ritual espeluznante. Todas las noches me desnudo completa y me visto nada más que con tu ropa. Entonces me acuesto, apago las luces, tomo conciencia de mí y empiezo a deslizar los dedos por la prenda que está en contacto con mis cueros. Siento los pliegues de la tela como si fueran tu espalda, me represento tu constelación de lunares y provoco el llanto. Todavía no tiré tu cepillo de dientes. Cada vez que lo miro, no puedo evitar preguntarme si habrás tirado el mío. Hay otras cosas que no: el cepillo y los productos para el pelo que me compraste, los jabones y la crema facial que usábamos los dos. Para poder vivir encontramos cualquier excusa y coqueteamos con cualquier trama. A la salida siempre está el amigo que te da una mano, te trae chocolates, te ayuda a reorganizar planes y se ríe de lo mugriento que tenés el pelo. Fuera de mis elucubraciones y en el mundo, todos se ocupan de mí. Mis amigos me aman y toleran. Tengo hasta un televisor. Una adulta joven, no despreciable. Un objeto por el cual es difícil sentir pena.Ver más
Entrada IIEs principio de año y no puedo dejar de pensar en los finales. Pésima para los cierres: no sé cómo sentirme. Antonia está enferma y quiero estar pendiente, pero la acumulación de negativas me deja en una posición incómoda: quizás no quiera mi amistad (porque está abrumada con su situación personal, por cierre de ciclos, porque en realidad no le caigo tan simpática), pero ¿si la estoy abandonando? Mariana está enferma y quiero verla, pero me detiene la distancia previa. Me detiene la pregunta. ¿Por qué tanta insistencia? No quiero plantear esto como competencia. El problema es la duda sobre la posibilidad y la realidad del amor mutuo ¿Por qué tanta insistencia?: porque también necesito ser amada. Pero no necesito ser amada por Antonia o Mariana, y ellas no necesitan de mi amor, ¿o sí? Otras amistades también salieron de abajo de las piedras: es al parecer que, por estas fechas, acostumbramos a regurgitar experiencias. Juan, por ejemplo, me invitó a ver el campeonato de ajedrez y fui. Toda esa tarde y hasta la noche, impostamos la naturalidad y el buen flujo de artículos caducos ¿Confirma el valor de mi existencia saber/creer que soy pensada por aquellos a quienes pienso? Hace días que me siento sola y sola. Ya casi no pienso en Rodolfo y hay algo de eso que me entristece. Lo vapóreo y con este calor. Partículas dispersas en el aire y con este calor tan plagado de lluvia y mosquitos. El agua que sube y baja, solamente un rato flota en el aire y es suficiente para dejarte todo pegajosa la piel. Que me junté con Juárez y me contó que iba a escribir una novela. Policial. Que me junté con Pérez y dijimos que íbamos a organizar un taller. Literario. Que no tengo ganas de nada y el entusiasmo ajeno me resulta irreal. Me destruye. Después, las clases de piano que ahora son dos veces a la semana con Jota, pero que en la cancha no significa nada. Las ganas que tengo de aprender que de pronto me invaden y de pronto se van, y las ganas de morirme que me deja esa falta. Con todo es igual: las demás personas, la música, la literatura, las plantas, la actividad física, ahora el inglés: ¿y si me inscribo en un curso de pronunciación?, ¿y si me abandono para siempre sobre estas sábanas? Que me junté con Malena y dijimos que íbamos a hacer caminatas. Nocturnas. Que íbamos a visitar el carrito de helado entre las sierras mucho más. Las personas interesantes que dicen uh y hacen ah, el paseo de acá o allá, ¿y si manejamos hacia la costa y trabajamos en un lugar desde donde se escuche el mar?, ¿y si no? Hace días que me siento sola y sola. Esta tarde me visitó una ex estudiante ¿Por qué tanta insistencia? ¿A quién estaba abandonando? ¿Cerrar qué cosa? La psicóloga me preguntó si pedía ayuda. Yo me pregunto por qué mando mensajes que no reciben respuesta. [Abro la PC y googleo La Persona Deprimida Foster Wallace]. Siempre está este riesgo de acentuar el sentimiento de desconexión y soledad, porque nadie quiere estar conmigo cuando me pongo difícil. [Busco Llamadas Telefónicas y hojeo Clara]. Todo el mundo necesita hablar de sí. Una forma de ser amada es brindarse a la escucha. Del desgarro de X, de la necesidad de llenar de Y, de las enfermedades de A, del desamor de B, del fracaso de C, de la falta de hogar de M y los problemas económicos de N ¿Por qué tanta insistencia? La experiencia del relato del desgarro es lo que traigo de vuelta. Literalmente me descompuse, me mareé y me hice caca. Volví sola a casa. Sí, sí, claro que estamos exagerando, no obstante, digo la verdad. Nunca nada se siente tan real como cuando exageramos. A X no volví a escribirle ¿A quién estaba abandonando? La vuelta a casa es comprar tierra, sacar yuyitos, poner semillas y ver qué pasa. En el patio descubrí verduras que no sabía que tenía. Después salí en bici y volví tarde, cuando de nuevo estaba lloviendo, como siempre. Imaginé que escribía un cuento sobre tres hermanas -cada una con su historia personal- que compartían una estadía en cierta casita familiar, vieja y destartalada, a pocas cuadras del océano. Imaginé que escribía una historia sobre amor y celos basada en mí. El personaje estaba desquiciado y la acción desembocaba en asesinato, igualito que El Túnel.Ver más
Entrada IEs raro cómo un comentario cualquiera puede hacerte arrancar para cualquier lado. Y sobre todo, es raro para mí, que soy un ratón de jaula en un laboratorio extraño de la vida intentando aprender algún protocolo -a esto lo digo no sin cierta tristeza, no sin cierta presión en el pecho-, a quien le cuesta que le muevan la taza de lugar. A veces paso minutos y minutos y minutos mirándome al espejo y diciéndome que me gusto y, ojo, que mentira no es; el problema es esa pena que le pongo al juicio, esa lástima que me devuelve al patetismo y a la humillación: - Te quiero y lo siento mucho. ¿Será esa fascinación por la mujer del espejo que no me deja vivir tranquila? ¿Cuál de las dos es el ratón, ella o yo? ¿Es posible que sienta una voz física que me habla desde adentro del cuerpo?, ¿soy yo?, ¿tiene cuerdas vocales? Es este romance del espejo, del reflejo y de la deformación proyectado al mundo de afuera, donde ella no va hasta que se escapa; rota, quebrada; que cuando sale me desangra. Es este romance con ella que me desangra y yo ¿si la amo, la hiero? ¿si me hiere, me ama?Ver más
Comunicación IIA las florecitas que me regalaste las guardé en el cuaderno. Cuando se secaron, lo adornaban hermosas. Pero a medida que iba moviendo las hojas, las florecitas se rompían, se desprendían, se desescamaban. Que es lo mismo que decir que mis florecitas se rompían, se desprendían y se desescamaban en la medida en la que aparecía yo. Intenté cuidarlas, agente destructor. Las juntaba del suelo. Cada tanto te mandaba un mensaje. Después dejé de escribir ante el terror de perderte. Ahora que nos olvidamos el uno de la otra, mi cuaderno extraña tus florecitas; ellas, tan bonitas, que adornaban las primeras páginas, y se tiraban como en gesto suicida contra el piso, para que mi amor volviera a juntarlas. Será que todo amor seco no se prende de la ropa. Pero, ey, las imágenes sí que prenden. Distorsivas, estranguladas, exangües, mis florecitas. Como cuando mirás fijo cualquier objeto luminoso por un rato largo. El globo ocular arde, alimento de mis florecitas. Resto fosforescente que persiste cuando, de pronto, cerrás los ojos.Ver más
Comunicación ITe escribí un correo electrónico y después lo borré. Pensé que quizás podríamos un día hablar por teléfono. Este comportamiento en general y esta comunicación incluso dan la sensación de no ser acertados. Si me muriese en tu corazón y en tu inteligencia, todavía me gustaría corroborar tu existencia en la Isla de Morel. El pasado se proyecta infinito y se mezcla con el presente en forma de la ausencia irremediable. Ser testiga y/o participar de la pantomima de la existencia, actuar como si pudiéramos dialogar con los fantasmas a los fines de lograr la realización personal que solo ocurre en y a través de la mirada ajena tras nuestra propia muerte (¿física?, ¿simbólica?) no es una consecuencia de la locura, sino el imperativo de la sociabilidad. El dispositivo que proyecta el mundo con sus comportamientos aprendidos. La Isla. La soledad definitiva. La pantalla del teléfono móvil.Ver más