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Actuar por amor y no por miedo. La tarea más necesitada y menos entendida
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Para hablar de este tema, en esta oportunidad quiero compartir una anécdota que me
sorprendió mucho cuando pasó por el entendimiento y sabiduría que me dejó. También,
explica a la perfección la diferencia de ambos estados, y por qué es tan importante
movernos en todas las áreas de nuestra vida a través de la primera opción.
El amor, entendiendo por esta energía el estado de presencia absoluta, siendo
conscientes del acto más repetitivo en nuestras vidas y ese que menos percibimos a
veces por “próspero, abundante y milagroso”, nuestra respiración.
Puede que a esta altura del texto se entienda todo menos que antes, pero no te vayas.
Seguí leyendo que estoy segura de que, al final de todo, se terminará comprendiendo.
Y, si llegaste hasta acá, tenés que saberlo. Es algo super importante.
La historia es cortita; y les aseguro que me hizo entender un concepto que, de las
tantas veces que me lo habían explicado, nunca había llegado a interpretarla con mi
mente.
Resulta que en esto de andar por el camino del desarrollo personal, practicando el
autoconocimiento, aprendiendo acerca de cómo manejarnos mejor o intentando
desarrollar una mentalidad que nos haga vivir una vida más plena y lograr el éxito en la
vida misma, en el medio del cotidiano aparece la premisa de “movernos por amor y no
por miedo”.
Este concepto no me terminaba de quedar claro, hasta que pude comprenderlo gracias
a un bananero. Sí, sí. Una planta de banano que me habló y me lo explicó a la
perfección. Y no, no estoy fumando nada raro al escribir esto, por lo que toca quitar el
juicio que tenés en este momento conmigo y esperar a ver con qué puedo sorprenderte
hoy, ya que me estás prestando un poco de tu preciada atención.
Un día, dejaron un plantín de plátano en la vereda de mi casa. Era de una amiga que
no sabía qué iba a hacer con él. Entonces, lo abandonó. Al verlo ahí, pensé que podía
ayudarlo un poco y lo planté en el jardín...
El bananero creció más de diez metros y arrasó con todo lo prolijo del jardín,
generando una escena salvaje, convirtiendo mi patio en una selva.
Yo estaba feliz, pero mis hermanos no. Así que hicieron de todo para deshacerse de
él. Los entendí y los ayudé y también pensé que al plantarlo me había mandado una
macana.
Pero, bueno, yo solo había hecho algo que pensaba sin tener información de nada y sin
siquiera leer en ningún lugar lo que podría pasar si le daba espacio a esa planta.
Logramos sacarlo y, de pronto, al tiempito una hojita de nuevo salió... Entonces, tomé
feliz ese brote de planta y la metí en un balde con agua. Ahí quedó por un tiempo,
hasta que empecé a ver que estaba creciendo.
Decidí, acorde la información del pasado, que esta vez sería diferente: la plantaría en
una maceta en el patio tresero. Ahí no iba a crecer tan rebelde, y yo podría controlarla.
Pasó el verano, el otoño y se apoderó de todo el patio. Un día, se me ocurrió pensar si
ese banano podría vivir en el interior de la casa, ya que estaba empezando a adornar
los espacios con distintas plantas.
Me puse a investigar un poco y, para mi sorpresa, aprendí que podían conservarse muy
bien en el interior del hogar, con una temperatura de 22 a 26 grados.
No dudé y le pedí a mi hijo que la entrara. En ese momento, leí también los cuidados
que requería esta planta. Por el lapso de tres días, le di todo lo que había leído acerca
de las necesidades que tenía.
Seguido a eso, empecé a ver cómo se quemaba la punta de las hojas y, además, gotas
de transpiración.
Entonces, me preocupé y comencé a pensar en cómo mejorar su situación.
En medio de la obsesión por ayudar, empecé a tener más miedo de que la planta se
muriera y yo no pudiera salvarlala. Entré en un bucle (como tantas veces), en donde
más me abrumaba y más me preocupaba.
En ese momento, como si fuera un acto de salvataje de mi cuerpo, empecé a sentir la
necesidad de hacer silencio y dejar de buscar la solución por todos lados. Como si algo
me hablara y me dijera que no busque más y parara con la obsesiva idea de salvarla.
Requería calma y no pensar en nada y, mucho menos, preocuparme... De la noche a la
mañana, solo contemplar la planta sin depositar una gota más de emoción frente a ella
(acto que pude comprobar al estar muy atenta a lo que estaba sintiendo, mientras
estiraba y alargaba mi cuerpo meditando frente a ella), la planta al fin me habló...
Se me vino toda la sabiduría junta. Con mi mente en blanco, aparecieron las palabras;
y, aunque era mi propia voz dentro de mi cabeza, esa sabiduría no era mía. Hasta ese
momento no la tenía en la cabeza o, al menos, eso pude comprobar al estar tantos días
obsesionada con buscar la información fuera.
De esta manera, o la planta me habló o la sabiduría del universo se apersonó; o no se
lo que habrá sido, pero muchas certezas salieron de esas palabras en mi cabeza. Entre
otras cosas, me dijo que no necesitaba nada más que el sol y el agua que, de vez en
cuando, yo le echaba.
Que, mientras me ocupara de correrle la cortina para que entrara el sol, no era
necesario más nada.
Y entonces ahí vi claro todo. Como si fuera en piloto automático, me había manejado
mal desde que la había entrado. Y que, mediante una alarma silenciosa emocional, me
moví por miedo, nunca me percaté de que lo estaba haciendo, fue una reacción
instantánea.
Como resultado de este hecho, pensé en cuántas veces me manejaba igual,
soportando esa carga emocional con el fin de que nada saliera mal. Le metia la presión
del miedo llenando de mucha información para llegar a la solución y, al final, generaba
un sentimiento horrible que solo hacía que yo sientiera el mismo miedo.
En conclusion, la planta me dio una gran lección, por lo que agradecí su amorosidad
para mostrármelo todo.
Ella seguía ahí, de pie, amorosa como podía, brindando el verde precioso a mi hogar. Y
yo, ahora agradecida, la veía fuerte y alta, mediante mi corazón lleno de alegría.
Ya no había miedo ni ningún otro malestar. Era únicamente el amor incondicional por
esa planta, que solo era “presencia y vida” en ese lugar.
A esta altura, ya habrás comprendido lo que quería explicar sobre cómo hacemos las
cosas muchas veces y cómo es que, automáticamente, nos movemos sin siquiera
pasarlo en limpio o tenerlo en cuenta.
Por ejemplo: nunca me había percatado de que esos tres días (estando yo en
automático) me había movido así. Fue solo cuando me detuve a no pensar en nada y
estar totalmente atenta al bienestar de mi interior, meditando y elongando el cuerpo,
“soltando esa necesidad de control”, que fui capaz de percibir la verdadera información.
Y la solución apareció sola, por la planta, por mí o por alguna cosa mágica en la
respuesta perfecta para la solución inmediata.
No fue mientras me preocupaba cada vez más, que yo logré entender. Por el contrario,
fue cuando dejé de pensar en cómo ayudarla y empecé a sentirme bien y focalizar mi
energia en darme amor a mí misma.
Recuerdo bien que en el proceso de soltar, con la obsesión de esos días, me dediqué a
otra cosa: cociné, bailé, canté canciones de Got Talent. Esas que me emocionan hasta
las lágrimas y me hacen vibrar de amor el alma antes de irme a dormir.
Y ya ven, luego de regar amor dentro mío, recordándolo en distintos sitios que a mí me
hacen experimentarlo, el entendimiento nació. Solo, sin que nadie lo andara buscando.
Y así, con ese amor que no es más que la expresión de presencia pura, funciona mejor
todo. Y ahí, en ese estado, empezamos a atraer sin necesidad de estar empujando
más nada.
Pero eso... Eso es otro tema, ya lo hablaremos en otro artículo…
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