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Mariano

Arte
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A cara o ceca con monedas de cartón

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Son esos días en que una botella vacía es una brújula señalando el norte a los que esperan llegar al aeropuerto de la intuición. Son esas tardes en las que el amanecer es un sueño lejano, y el alba un viaje sin retorno, donde colisionan respiración y presentimientos. Son esas noches donde llueven cicatrices extranjeras, se besan al azar fotografías y se recuentan las sílabas de los estremecimientos. Son esas semanas de envenenar sombras, de disolver en el aire lo incomprensible, de apostar a cara o ceca con monedas de cartón. En lugar de ondear banderas, hay quien prefiere capturar relámpagos en un block cuadriculado… Son esos octavarios que resplandecen como balas que se desangran en ríos de inútiles verdades, en el disímil territorio de las pesadillas previsibles. Son esos meses de hacendar carcajadas de cabellos perfumados, de guardar decímetros de dicha para tiempos menos esbeltos. Son esos trimestres de mañanas afiladas por ambos lados, donde un campanario exhibe suturas como límites, obsequio de los siglos de los siglos. Son esos años de argumentos filosóficos más confusos que socráticos, de expropiar el lenguaje que predica caminos alternativos a la devastación. Hay quien prefiere aluzar el fondo del espejo con el opaco brillo de un corazón de barro… Son esos lustros en que unas hileras mal acomodadas de entusiasmo son lo único que nos pertenece en este mundo. Son esos septenios donde los perros ladran fascículos coleccionables, de damajuanas abarrotadas de medallas de oro falsificadas. Son esos decenios en los que el destino derrama melodías, donde la caligrafía de las emociones escupe letras hambrientas. Son esos quindenios de volver sobre el álbum de siempre, de asentirle a las imágenes, de regalar sonrisas tibias en forma de ladrillo. Hay quien prefiere naufragar en un espejismo, teñido de un decoro con faltas de ortografía… Son esos decalustros, crisantemos pisoteados por agrónomos borrachos, recital de eventualidades desnudas, ojos de cíclope, manos de odontólogo. Son esos siglos de soñar con golondrinas sin verano sobre renglones arqueados, saboreando el filo del helado corazón de los puñales. Son esos milenios de sabernos espectadores, desplumar altercados prehistóricos y diurnos, de ansiar tapar el cielo con paladas de somníferos. Son esas eternidades de escupir uvas y salvoconductos, de llegar hasta el fondo de la cancha y tirar un centro repleto de demagogia. Hay quien prefiere colgar un reloj en el margen derecho del resplandor de una ciudad sin tiempo…
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