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Mariano

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A esta altura de la vida

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A esta altura de la vida es un lujo no andar jerarquizando discusiones que no ameritan ni un femtosegundo de tiempo, cada arruga es una verdad, solo que contada de otra manera. Humildemente nos atrevemos a pedir que si el porvenir ha de injuriarnos, lo haga al menos con la sintaxis adecuada, y nos enseñe a distinguir de lejos a los que acostumbran magullar para no ser heridos. Se pasa de largo y sin frenos de los faraones que se suben al techo de sus preguntas metafísicas, de las transgresiones maniobrables y las melodías de salidas de emergencia y escritorios sin estrellas. A esta altura de la vida el insomnio sabe ser un recuerdo atragantado, que no aprendió cómo sugerir que las ilusiones que activan el sistema nervioso central son ilusiones nada más. Los minutos, más que pasar, tintinean con heterogénea y caprichosa autoridad. Son los mismos que incluso agonizando se mofan de la tendencia de congraciarnos con las ampollas de nuestra alquiladiza estupidez. Son frecuentes los momentos que nos encuentran alérgicos a posibles alianzas con cualquier forma de entusiasmo, días que, con encandilada reverencia extraen un invierno tendencioso del monedero. Permanecen los amigos justos, aquellos que han demostrado un talento especial para encubrir nuestros miedos en tiempos de guerra y ayudarnos a comprobar la viabilidad de los despropósitos. Nos reconstruimos con partes incompletas, rogando que nuestra biografía no la escriba un autor novel. A veces nos sentimos tan pequeños que apenas nos creemos capaces de escalar una baldosa. A esta altura de la vida se van fortaleciendo los terremotos de cosecha propia, después de haber comprobado que las preguntas arrojadas al aire caen luego en forma de bofetón. Desde que la liebre persigue al tigre tenemos claro que no siempre los cauces normales son constructivos, y que no queremos ver ni en figurita a los que dominan la hipocresía a la perfección. Maquillamos decenios de males menores, rompemos la galleta de la suerte con un rifle de aire comprimido, con la insensatez onomatopéyica de pretender domar relojes susceptibles. Van quedando en el camino lagrimones que atrasan la llegada de la primavera; y cuando se arrima la felicidad, se tachan de apuro los renglones escritos anteayer sobre la caducidad de lo imposible. A esta altura de la vida son más las reglas que las excepciones, peinar canas no es una presunción, y entre las causas y los efectos ya no media tanto misterio residual. Las papilas gustativas con caprichos hereditarios deshacen el equipaje de su vehemente filosofía, se fundan con algarabía y beligerancia acorazada reproches sin rumbo como oportunidades pedagógicas. A esta altura de la vida ya está claro que madurez es algo más que ejercitar un par de responsabilidades temblorosas, y nunca falta una copa adicional de estremecimiento cuando las excusas son perfectas. Nada es tan memorable ni tan deplorable. Sacudirse los hombros es limpiar un desorden planetario. Saberse débil es ser fuerte, y cada amanecer sigue siendo un mapa de autopistas, solo que muchas están bacheadas. A esta altura de la vida se firma el empate con tal de no ser el borrador de un dibujante de tebeos…
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