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DOS DE ABRIL
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—¿Qué pasó?— me pregunta mi hijo sin despegar los ojos de las imágenes en blanco y negro que desfilaban en el televisor. Tomé un mate despacito para bajar el nudo en la garganta que inevitablemente me cortó el aliento— ¿Por qué ríen? ¿Por qué lloran? ¿Dónde están? ¿Esas son flores?
Él tiene cuatro años, la misma edad que tenía yo cuando los vi pasar en caravanas frente a la plaza de mi barrio. Subida en los hombros de mi papá los aplaudíamos y vitoreábamos. Ellos reían y también lloraban. Y yo me hacía las mismas preguntas.
Más tarde comprendí que en la nieve no crecían las flores, no eran pétalos los que dejaban atrás, era sangre: la propia y la de los hermanos. Reían por no llorar, lloraban porque no se podía hacer más. Los habían mandado 74 días a un infierno que quemaba por lo frío, y si no, por los disparos. Pero que de cualquier forma ardía.
¿Qué pasó? ¿Cómo le cuento el horror, las mentiras que nos contaron, la masacre de la que fueron víctimas miles de nuestros chicos? ¿Cómo explicarle que nuestro vecino no volvió a ser el mismo desde que su hijo se fue y no volvió? ¿Y que los que volvieron nunca estuvieron aquí del todo? ¿Cómo hablarle de la corrupción que envolvía una guerra infame sin que me atacara la vergüenza? ¿Cómo le digo que los dibujos, los chocolates y las frazadas que enviábamos a las islas para nuestros soldados quedaron olvidados en escritorios de peces gordos que se enriquecían en oficinas templadas, mientras los pibes allá morían de frío? ¿Qué se le dice a un niño que quiere saber, que siente en el pecho todavía el orgullo de ser parte de un país inmenso, cómo mantener viva la Patria en ese corazón sin mentir?
—¿Qué pasó? Que desde 1982 tenemos un montón de héroes, muchos nos cuidan desde lejos, otros viven todavía entre nosotros. Eso pasó. Lloran y ríen porque eso es lo que los hace grandes, porque a pesar del miedo pelearon hasta el último aliento por vos, por mí y por todos. Son valientes como pocos, eran tan fuertes que dejaron flores a su paso, en algunas hasta crecieron cruces que se alzan en tierras lejanas como eterno recordatorio de que por ahí pasaron gigantes. Y está prohibido olvidar.
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