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Noe Fernandez

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Cumpliendo sueños

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Ni cuando fui niña, ni cuando hice terapia y ni siquiera ahora que se supone soy adulta, pude encontrar la explicación de porqué sueño tanto y tan raro desde que tengo uso de razón. Y aunque llevo años buscando en internet a que se debe, la causa más acertada que encontré es que los inquietos no podemos bajar muchos cambios a la hora de descansar, por lo tanto, el cerebro queda en un estado de vigilia permanente. Algo así como si tuviera hormigas en la parte trasera que creo, vendría siendo el cerebelo. Durante varios años también hablaba de dormida o me despertaba y comenzaba a deambular por la casa en busca de agua, de pantuflas que tenía puestas o incluso para preguntar que se me había perdido. Por suerte, la edad no viene sola y el cansancio de la facultad primero y del trabajo después, me sacaron esas horribles prácticas. Volviendo a los sueños, cuando era adolescente, soñé que me venía a buscar un futbolista muy conocido que jugaba en Independiente para que sea su novia. Por ese tiempo derrochaba facha, pero los años le hicieron estragos así que agradezco que no se haya cumplido. A veces sueño con muertos, otras con gente mala. Hace poco soñé que estaba en una especie de montaña rusa por la Muralla China. Había dragones de bronce color verde y nubes que parecían pedacitos de algodón. A mí edad, a veces también sueño que voy al colegio, pero con uniforme y pantuflas rosas y cuando estoy por pararme en la mitad del patio vacío suena el timbre, que en realidad no es el timbre sino el despertador. Al parecer los 13 años de educación en colegio confesional no fueron gratuitos. Cuando nos íbamos de retiro espiritual al medio de la nada (nos conectábamos con los espíritus del más allá, la mayoría de las veces), nos dividían en grupos para compartir con aquellos con los que no teníamos ni una pizca de afinidad. Entonces, lo que debían ser dos días maravillosos sin clases terminaban siendo dos jornadas de sonrisas de cotillón. Claramente, mi cerebro tiene un archivo que cada tanto hace upgrade pero vuelve a esos momentos. Hace algunas noches soñé que estaba en un retiro de millennials. De la nada llegaba a un auditorio que nada tenía que envidiarles a los templos de la Rosa Mística, mientras trataba de buscar mi documentación en la enorme mochila azul (la mía de verdad) que tenía en la espalda, unas señoras cincuentonas de pollera, saco y zapatos me hacían pasar a una sala que parecía un teatro. Una vez dentro lograba divisar – un asiento sí, un asiento no, porque claramente estamos en pandemia- al menos un centenar de jóvenes de mi edad vestidos desde el formalismo hasta el linyerismo en una gama infinita de estilos. Sonaba Rihana a todo lo que da, mientras en el escenario el presentador, que era una fusión de Mau y Ricky pero del 2048, arengaba a levantar los celulares con las linternas encendidas y poner los smartwachs en una caja común para el centenar de tipos. Tras la jarana inicial, cada uno debía elegir un grupo, como en el retiro. Habían adelantado que se hablaría de las expectativas de vida de quienes no trabajan y siguen viviendo con sus padres, de las motivaciones para empezar proyectos propios, de los hijos pequeños y caprichosos que merecen ser dados en adopción y de los compañeros de trabajo que calientan pescado en el microondas de la oficina entre otras cosas. Me levanté de la silla, me cargué la mochila al hombro, pensé que mi reloj iba a desaparecer en la caja popular y que si alguien me caía mal en el grupo que me tocara no iba a poner sonrisas de cartón sino cara de traste. Cuando estaba en el pasillo rumbo al lugar de reunión grupal, sentí que alguien me empujaba de atrás, pensaba que me habían robado el celular pero sentí una llamada que en realidad era el despertador. Abrí los ojos y caí que todo era un sueño
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