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Noe Fernandez

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Lo que nadie te dice a los 30: Que me van a hablar de moda a mí

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Siempre me cuestioné la etimología de la palabra límite y su concepto. Incluso cuando una profesora de la secundaria, que fumaba como una chimenea y usaba camisas similares a una cortina de baño de bajo costo, lo explicaba con total claridad. No es tanto porque me gusta romperlos sino porque considero que la vida y el universo nos van planteando barreras que hay que superar. Algo así como las pruebas que Mario tiene que hacer en el Nintendo para poder llegar a la princesa. Cuando sos adolescente queres superar la barrera de los 18 para poder pasar a los boliches, cuando tenés 18 queres vencer la de los 20 para que tus viejos se relajen, te den un poco más de libertad y te presten el auto sin miedo a que se los choques. Cuando tenés 29 definitivamente la de los 30 es un antes y un después que no te brinda ni un poquitito de seguridad, especialmente, si todavía tenés comportamientos adolescentes y tenés perro o gato en vez de hijos. Es algo parecido al circus charlie, ese videojuego noventoso donde una nena arriba de un animal con trazos poco nítidos saltaba dentro de un aro de fuego. Podía salir bien o podía salir muy mal. La moda infantil de los noventa también fue algo similar al Circus Charlie. Fuimos a los cumpleaños con vestidos de sisa tirante, moños enormes y cuellos a la base que casi llegaban al ahorcamiento. Sin olvidar las medias blancas con puntilla que nada tenían que envidiarle al mantel de cuando venían invitados a la casa. Y zapatos. Si, ¡zapatos!. Mientras tanto, en la televisión, Xuxa mostraba sus piernas en polleras cortas, botas bucaneras y fantásticos y apretados vestuarios de colores metálicos. Flavia y las Tres Marías no se quedaban atrás. Paralelamente,, nuestras madres se esforzaban por qué nuestros looks casuales de todos los días tengan algún crop top que en ese momento eran conocidos como puperas, claramente, porque se veía el pupo, o hablando con propiedad, el ombligo. ¿Está claro que fuimos la generación que transitó sus primeros años sin pelotero? Creo que sí. Conforme fueron popularizándose, las progenitoras comenzaron a militar por cumpleaños pro pantalones y pro botitas y sandalias bajas que privilegiaran la comodidad en los toboganes inflables. Lo que siguió no pudo ser peor. Mientras Britney y Cristina Aguilera conquistaban el mundo de la música, las pre adolescentes nos enamoramos del tiro bajo y las dos colitas arriba de los ojos, un peinado que ya está en desuso y que nos hacía parecer Gilda después de haber cantado en cuatro bailantas. Usamos pañuelos de colores como las series yankees pero porque estaba de moda Bandana. Hoy, a la distancia, pienso que sus ropas de shows parecían trapos viejos reciclados de un contenedor. También quisimos vestirnos como Floricienta, con polleras arribas de calzas pero por suerte eso duró poco. Aprovechamos ese tiempo para invertir en faldas puntiagudas de gasa que caían debajo de la rodilla, en colores pasteles, zapatos stilettos con pulsera y corsets bien apretados para asistir a las fiestas de 15. Sin embargo, perdimos la poca pizca de dignidad que nos quedaba cuando se abrió una grieta muy grande en Argentina. A algunas se nos ocurrió taparnos un ojo con el flequillo, usar zapatillas flúo, chupines de colores y bailar en todos lados al ritmo de Ale Sergi y alguna que otra música de afuera, con una actitud como si hubieramos consumido estupefacientes.. A otras se les dio por la ropa negra, cinco remeras superpuestas y la música de Evanescense. Si, fuimos flogers y fuimos emos y sentamos precedente para las generaciones que nos siguieron. Sin duda fuimos, somos y seremos la generación más permeable a los cambios de la industria textil. Nuestras madres, principales culpables de nuestro eclecticismo vanguardista, lo comprenden. Nuestras abuelas no. El sub 90 que me conoce no sabe de qué trabajo. En realidad saben que estudié en la facultad, que me hicieron una fiesta de recibimiento de algo, que tengo un trabajo en relación de dependencia y hago algunas otras cosas sueltas con una socia. Ni siquiera hacen el esfuerzo por entender o preguntar especificaciones técnicas del maravilloso mundo de la comunicación. No las juzgo. Para una generación cuya mejor red social fue el almacén de don Roberto en la otra cuadra de su casa y cuya mayoría de miembros utiliza el teléfono fijo, es difícil comprender cómo la gente puede hacer todo desde un aparatito que entra en el bolsillo. Este grupo conformado por tías y abuelas y que es contemporáneo a Mirta, a la Reina Isabel, a Carlitos Balá y quién sabe a cuántos más que ya se murieron, difícilmente escuchen este podcast. En primer lugar porque no saben qué es y en segundo, porque siempre que no les guste alguna palabra de las que siguen a continuación, la pila del audífono puede fallar. Todavía no logro determinar los fundamentos de su pensamiento. No sé si se trata de creencias religiosas, de conservadurismo etario o simplemente tiempo de sobra para observar con detenimiento los movimientos de los demás. Lo cierto es que les molesta que las mujeres usen ropa corta y se les vea un centímetro de piel entre los pantalones y la prenda de arriba. También las transparencias. El agravante es que mostrar un centímetro de piel entre la prenda inferior y la superior está prohibido (en su mundo, claro) para mayores de 28 años. Más aún, resulta pecaminoso y reviste el carácter de purgatorial si la modelo tiene pareja estable con papeles o sin ellos. En la escala de peligros, merece la horca si la modelo tiene hijos. Pero el cuento no termina aquí. Al parecer, cuando este grupo era joven, no existían los trastornos alimentarios ni la aceptación de los hermosos cuerpos femeninos tal y como son. Porque en esta lista de prohibiciones las gorditas que somos felices con nuestro cuerpo no podemos mostrar los brazos, los rollitos y mucho menos usar pantalones apretados. Tampoco se puede usar bikini y los shorts tienen que ser bermudas. Por ley, todas las prendas superiores deben estar a la altura de la cadera. Sin embargo, recuerdo las fotos de algún álbum familiar donde treintañeras (casadas y con hijos, claro) lucían vestidos por arriba de las rodillas y de breteles finitos. En ese caso, ya deberían estar en el infierno. A riesgo de no echar demasiada leña al fuego, para mí la verdadera grieta está entre quienes militamos el body positive y esta pandilla que consume analgésicos varios y antinflamatorios y que solo sabe darle la razón a las grandes cadenas de ropa. Las polleras son minifaldas, las musculosas dejan ver los breteles y las remeras se usan a la cintura. Aunque resulte bastante dogmático, no hay otro camino posible. En una especie de código preestablecido está claro que hay algunas cosas que no vamos a negociar: el delineado oscuro en los ojos, el rojo pasión en la boca, el glitter a diestra y siniestra, los brillos, los flúos, las mochilas, las riñoneras, las zapatillas, los borcegos, los aros grandes, los pantalones de colores, los estampados de helados y donas, las camperas inflables que parecen una sucesión de chorizos amontonados, las minifaldas y las remeras del Rey León, ni aunque seamos gordas, ni aunque seamos flacas, ni ahora, ni cuando tengamos más de cien años. Si querés escuchar el podcast en https://open.spotify.com/episode/1h5qWtCvh87QWIYlisDmcS?si=QwcsRN0JTraOOOVc3tPXxA&dl_branch=1
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