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Cruzar el Rubicón

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En la mañana del 11 de enero del año 49 que, al amanecer, un guía les indicó el camino, César iba a tomar una de las decisiones más trascendentales de su vida. El día anterior, como si nada extraordinario fuera a suceder y para no levantar sospechas, había asistido en Ravena a un espectáculo público y a continuación participó en un concurrido banquete, según su costumbre. En mitad de la cena se levantó de la mesa y dijo a los comensales que debía abandonarlos un momento. Partió en secreto con una pequeña escolta. En la oscuridad de la noche, el carro de César se extravió y anduvo durante largo tiempo dando vueltas hasta que al amanecer, un guía les indicó el camino correcto, aunque él y sus acompañantes tuvieron que ir a pie por senderos muy estrechos. El Rubicón señalaba el límite entre la Galia Cisalpina e Italia, y según la ley romana ningún gobernador provincial podía atravesarlo al frente de sus tropas so pena de ser declarado enemigo público. César era plenamente consciente de las consecuencias que tendría el hecho de atravesar el río con sus legiones. Por ello, expresando en voz alta sus encontrados sentimientos, dijo a sus hombres: «Ahora todavía podemos retroceder, pero si atravesamos este pequeño puente, todo tendrá que resolverse con las armas». César estaba aún dudando sobre qué hacer, a continuación puso su destino en manos de la Fortuna con una frase que ha quedado para la historia: Alea iacta est, «la suerte está echada» o "los dados están echados" Para los romanos, la mejor tirada era la que llamaban «la suerte de Venus», y precisamente de esa diosa descendía la gens Julia, la familia de César.
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