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Neutral Zone - Pajeros Argentos 🧉

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PARTE 1 de 2 - RELATO PAJERO: ⚪️ MI COMPA DE FÚTBOL ⚽️⚽️⚽️ #03

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Pasaron algunas semanas desde aquella noche en la cancha. Pocas cosas en la vida me habían quedado tan grabadas como esa imagen: los tres en bolas bajo la luz de la luna, las manos moviéndose, los cuerpos brillando de sudor, las pijas duras apuntando al cielo estrellado. Y sí, no era algo que uno pudiera contar. Tampoco hacía falta. Desde ese día, había una electricidad nueva entre nosotros, un entendimiento que iba más allá del fútbol, más allá de los asados, más allá de las cargadas después de un partido. Una complicidad que no necesitaba palabras. Nos cruzábamos en los entrenamientos y bastaba una mirada rápida, una sonrisa de costado, un codazo al pasar, para saber que los tres teníamos la misma imagen en la cabeza. El grupo de WhatsApp TRICAMPEONES ⭐️⭐️⭐️ estaba más activo que nunca. Fotos del vestuario, memes pajeros, videos turbios que nos pasábamos entre nosotros. Y claro, la calentura iba en aumento. También habíamos descubierto que en Telegram había movida pajera y mandábamos fotos (sin cara) a los pajeros morbosos que se deleitaban con nuestras porongas duras. Cada mensaje era como cebar más y más una paja mental colectiva que tarde o temprano iba a explotar. —Che, hay que repetir —había tirado Lio un día, después de que Emiliano mandara una foto suya post entreno, en cuero, chivado, con la toalla apenas colgando de la cintura. —Ya fue, hay que organizar algo, ¿qué onda el sábado? —respondí, sabiendo que lo necesitaba como nadie, más caliente que techo de chapa. —Pero esta vez subimos la apuesta, ¿no? —cerró Emiliano, mandando un sticker de unas gotitas de agua que dejaba poco lugar a la imaginación. Llegó el sábado. Partido amistoso entre nosotros, porque todavía quedaba esa manija post Mundial de querer jugar siempre. Hacía calor, mucho calor. De ese que se pega a la piel, que hace que la remera sea un trapo mojado en cinco minutos y que te deje las bolas pegadas a las piernas como si tuvieras prisioneros los huevos. Jugamos fuerte, sin guardarnos nada. Nos reímos, nos puteamos, sudamos como caballos. Terminamos tarde, cuando el sol ya se había escondido y solo quedaba esa luz azulina del anochecer. Los otros pibes se fueron rajando: había que irse rápido antes de que Flor, la recepcionista del club con la que fantaseamos, nos puteara por dejarla encerrada. Pero nosotros tres nos quedamos. La excusa era estirar un poco, relajar las piernas, bajar las pulsaciones. Mentira. Sabíamos perfectamente lo que estábamos haciendo. Alargábamos el momento, buscábamos quedarnos solos. El vestuario estaba en penumbras, iluminado solo por un par de luces de emergencia que titilaban de vez en cuando, como si todo el club estuviera quedándose dormido y nosotros fuéramos los únicos despiertos. Abrimos unas birras que Emiliano había escondido en un bolso térmico, previsores como siempre. Las botellas chorreaban sudor igual que nosotros. El primer trago me bajó frío por la garganta, un alivio. Nos sentamos en los bancos de madera, en silencio. Emiliano, de un lado, con la birra en la mano, las piernas abiertas y la toalla colgando apenas de su cintura, dejando ver el principio del vello que desaparecía más abajo. Lio, enfrente, piernas estiradas, pelotas marcadas en el short de fútbol, remera pegada al cuerpo, transpirada, dibujando el relieve de sus pectorales. Yo en el medio, con el corazón bombeando un ritmo lento pero cargado de algo que no era solo cansancio. El aire tenía ese olor a vestuario después de un partido: desodorante, chivo, jabón barato, goma de botines gastados. Para mí, olía a estar en un lugar seguro. Tomamos unos tragos más. La charla, como siempre, empezó por pavadas: el partido, los goles errados, las minas del gimnasio que nos volvía locos. Hasta que, inevitable, la conversación viró. —Che, ¿se acuerdan de la otra vez en la cancha? —tiró Lio, con una sonrisa ladeada, como quien sabe que acaba de poner sobre la mesa la carta que todos querían ver. Emiliano soltó una risa corta. —¿Cómo olvidarlo? Me acuerdo y ya se me empieza a poner gomosa. —Se acomodó en el banco, dejando que la toalla resbalara un poco más. Yo me reí, jugueteando con el borde de mi short, bajándolo apenas un poco para ventilarme. —Posta que habría que repetir… o mejor todavía: subir un poco la apuesta. —Lo dije como al pasar, mirando mi botella de birra, pero sentí las miradas de los dos clavadas en mí. —¿Qué tenés en mente, degenerado? —preguntó Emiliano, con esa voz gruesa, ronca de cerveza y calentura contenida. Me encogí de hombros. —Qué sé yo… ¿alguna paja medio riesgosa? ¿Un desafío? ¿Algo distinto? Lio soltó una carcajada, esa risa suya que siempre terminaba en una exhalación por la nariz. —Siempre queriendo más, vos… —dijo, pero no era un reproche. Era una invitación. —Vení, comeme la verga, loquito. Se bajó los cortos y dejó ver su poronga gomosa que rebotó con gracia. Fue entonces cuando escuchamos los pasos. Un flap-flap de zapatillas contra el piso, acercándose. Nos quedamos en silencio, Lio guardó de nuevo su pija. El corazón me latía en los oídos. —¿Quién queda? —susurré, sin moverme. Lio se inclinó hacia adelante, espiando por el pasillo que conectaba el vestuario con la salida. —Flor, seguro. —Su voz fue apenas un murmullo, pero sentí cómo se cargaba el ambiente de inmediato. Florencia. La recepcionista del club. La que había alimentado más de una paja nuestras. Morocha, culona, siempre con esa remerita del club apretada, los labios pintados y una sonrisa que parecía decir sé perfectamente qué efecto les provoco. El sonido de los pasos se acercaba. Yo podía imaginarme la escena: ella cruzando el pasillo, el sonido de las llaves tintineando, el celular en la mano, la faldita que a veces usaba cuando hacía calor, dejando ver ese par de piernas que no tenían nada que envidiarle a ninguna modelo. La birra en mi mano parecía más fría de golpe. —¿Qué hacemos? —susurré. Emiliano sonrió, esa sonrisa suya que era mitad morbo, mitad desafío. —Nos hacemos los boludos. O… —dejó la frase en el aire. Lio se rió bajito, pero sus ojos brillaban. Yo tragué saliva. Sentía cómo la pija empezaba a crecer despacito dentro del short, como si supiera que algo estaba por pasar. Y en ese momento, lo supe: esa noche no nos íbamos a conformar con repetir lo de siempre. Esa noche íbamos a ir más allá. Flor estaba cerca. El morbo, también. CONTINÚA… Para desbloquear el morbo absoluto sobre la amistad pajera de los compañeros de fútbol, dejá tu pequeño aporte y enterate de todo lo que pasó después. SPOILER ALERT: El trío pajero futbolero no se detiene. Después del partido se quedan solos en el vestuario, todavía sudados y calientes. Las birras, los recuerdos de pajas anteriores y la tensión los llevan a más: pajas y petes cruzados, un 69 improvisado. El riesgo sube cuando Flor, la recepcionista del club, aparece de sorpresa. 🔥 Imperdible para los que saben lo que es una verdadera amistad pajera. PARTE 2 - https://shorturl.at/jFHwq
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