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Fotografías
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Fotografías…
Ver los viejos álbumes de fotografías es viajar por un momento a otras épocas, otros lugares, otros olores. Encontrarme con personas que ya no están, con lugares que ya no visito y con tiempos que ya se fueron. Verme siendo la misma pero tan distinta…
En todas y cada una, un recuerdo, lindo en general… Un momento bonito que alguien decidió inmortalizar, para revivirlo cada vez que pinta la nostalgia o para sorprendernos cuando las encontramos por casualidad.
En general, soy quien promueve la captura de esos instantes, a través del lente de una cámara antes y del celular ahora. Si bien, en general no me gusta verme en ellas, creo que no hay nada más lindo que coleccionar momentos. Y, cuando esos están retratados, aún mejor. Puede pasar que haya situaciones o personas a quienes no deseemos volver a ver. Siempre está la opción de archivarlas, romperlas, borrarlas.
Recurro a lasesas fotos cuando quiero viajar a mi niñez, pasear en la estanciera de mi abuelo, en el carrito de las sillas de la fábrica de papá, en la orilla del mar con mi mamá, de adolescente con el ridículo uniforme de la secundaria con esos pelos locos… O revivir nuestra boda, recordar nuestro primer hogar, volver a sentir la emoción el día del nacimiento de nuestra hija, su primer día de clase, la llegada de nuestras perras a casa, nuestros días en la casita del mar con mi hija chiquita, su fiesta de quince, su graduación en la Universidad, nuestro primer viaje solos como pareja y tantos otros…
También las busco para recordar cuánto nos divertíamos en nuestro grupo de amigas, cuando aún éramos siete y no cinco, cuando la muerte aún era para la gente vieja. Con lágrimas en los ojos aparecen una a una, enfrentándome a la finitud de la vida por un lado pero también a la gratitud por todo ese tiempo compartido. Ahí es cuando agradezco mi intensidad para insistir cada día, en cada encuentro, con la tradicional foto que formará parte de ese tesoro que me permite por momentos introducirme en ellas y volver a sentirlas tan vivas como antes.
Debo reconocer que en este último tiempo comencé a ser infiel a esa tradición. Estoy comenzando a flirtear con las imágenes en movimiento. Los videos, esos que no abundan entre mi bagaje de recuerdos, a diferencia de las fotografías, permiten conservar las voces para siempre. Esas voces que son las primeras en diluirse a través del tiempo. La retina es mucho más fiel que el oído. Y lo que la retina no recuerda la fotografía le da una mano. En cambio, las voces se van sin remedio. Y yo odio olvidarme de las voces.
Es por eso que comencé a filmar los encuentros familiares para que en un futuro, extrañar sea menos pesado y podamos volver a reírnos de los chistes de mi papá, las indicaciones de mi mamá, las peleas de mis hermanos para que deje de filmarlos, las caras de mi hija y mis sobrinas odiando ser enfocadas, las comilonas preparadas por mi marido, mientras Lola y Mía jugaban y ladraban entorpeciendo el audio pero inundando de vida el recuerdo.
Tengo en mi dormitorio fotos en portarretratos de las distintas etapas de mi hija y una del día de nuestro casamiento. Fuera de contexto, de colada, una de mi papá mirando extasiado a su nieta que bailaba feliz sobre un parlante el día de sus quince. No es una foto linda, hay un montón de gente detrás, pero nunca nadie había capturado esa expresión en la cara de mi papá, como lo hizo el fotógrafo ese día. Merece un lugar privilegiado.
En la puerta de la heladera, un gran rompecabezas de fotos imantadas de toda mi familia. Nosotros nueve en distintos momentos felices. Un lugar menos importante, más escondido pero que me ayuda a sentirlos más cerca, ya que a veces la distancia pesa demasiado.
Y la última foto que elegí en estos días para el fondo de pantalla de mi celular y para el rompecabezas de mi heladera es la de Loli, mirándome con ese amor único…
Un mes sin mi hija de cuatro patas.
Pareciera que así la extrañara un poco menos.
Ese es el mágico poder de las fotografías: hacer eternos los momentos que no queremos olvidar.
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