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Malena Monguillot

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IDENTIDAD

Cuando nací, el 20 de enero de 1985, casi me muero. Mi mamá solía contar la historia de su parto y siempre, inevitablemente, se emocionaba. Había empezado con contracciones dos días antes, y pasó de un lugar a otro hasta que desvanecida llegó a la Colonia, Colonia Caroya para los que no conocen el norte de Córdoba, pueblo de gringos y de salame casero. Mi mamá llegó a parirme prácticamente inconsciente. Tuvo suerte de conseguir un médico corajudo (o imprudente quizas para algunos) que la anestesió, y me sacó ahogada con todo tipo de cosas. Me reanimaron y me mandaron a otra ciudad a una unidad de neonatología. Lo que ella no había contado nunca, ni a mi abuela, ni a sus pocos amigos, era que estaba separada de hecho hacía años. Se había casado jovencísima y el matrimonio no funcionó, su marido la violentaba sin ponerle una mano encima. No le hablaba por días. La despreciaba. Y mi mamá conoció a otro hombre y se enamoró. Fue uno de esos amores que te atraviesan como una lanza. Un amor inevitable. Prohibido también porque aunque ella estaba separada, su marido no quería dejar de vivir en su casa. Si alguna persona de las que me lee ha amado incondicionalmente como uno ama a un hijo, a una criatura, con ese amor puro que te hace temblar de pensar que le suceda algo malo, entenderá que el daño que le hicieron a mi madre en realidad me lo hicieron a mí para lastimarla a ella. Su “marido ante la ley”, sabiendo de su internación en otra ciudad, tomó su libreta de familia y fue a anotarme en el registro civil del pueblo con su apellido. Ahí estaba, el nombre que mi madre había elegido en sus noches de insomnio con un apellido que no era el mío. Mi principal derecho después de la vida, manoseado absolutamente e impedido. Los acontecimientos se precipitaron lentamente a través de los años. Un divorcio traumático que abarcó desde 1985 hasta mediados de los 90. Un papá que yo sabía que era mi papá, al que le decía “papá”, que me criaba y me llevaba a la escuela, que me firmaba las libretas pero cuyo apellido yo no tenía. Tuve que demandar a mis padres. Yo, a los 11 años, en 1995 me presenté a Tribunales a demandar a mis propios padres para tener mi apellido. Recuerdo mis nervios cuando tuve que sentarme frente a la asesora de menores, y expresarle que yo sabía quién era y que no me parecía justo firmar solo con mi nombre de pila. Que ya estaba cansada que en la escuela mis compañeros me pelearan diciéndome ese apellido que no era el mío. Que mis maestras a veces no me entendían y me retaban. Fue un camino largo. El juez ordenó una pericia de ADN y me pasé toda la extracción haciéndole chistes al que me sacaba sangre porque estaba nerviosa. Viéndolo a la distancia mi mamá debe haber sentido mucho dolor por lo ocurrido, y quizás mi padre le reprochó algo alguna vez, cuando no tenían la culpa, ni ella ni él, ni mucho menos yo. Un 28 de diciembre de 1998 estaba en Catamarca en la casa de mis primos, siempre vacacionaba ahí, nunca hubo dinero para más veranos que los que disfrutaba ahí. Mi segunda casa. Mi tío me llamó a la oficinita que tenía en la casa y me extendió un fax que había llegado para mí. “Me alegra felicitarte, Malena Monguillot. Saludos. Dr. Guillermo Cordoba” PD: No sé porqué se me ocurrió publicarlo hoy pero gracias por leer
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DISTANCIA

¿El amor se siente a la distancia? ¿Atraviesa kilómetros, penetra fronteras, te hace sentir como un abrazo tibio y apretado? ¿El amor se siente a la distancia o se queda en el que ama ahí, hasta que un día por fin ya no se siente más, y se convierte en un recuerdo que ya ni entibia el pecho? Si el amor atraviesa todo, ¿puede sentirlo el otro estando tan lejos? Si es así ¿cómo lo siente? ¿Se da cuenta que alguien lo está amando, que alguien piensa en él, que alguien se desvela pensando qué fue de su vida? ¿Ese otro, ese amado o amada, percibirá acaso cosquillas en la panza de la nada? ¿Sentirá un calor repentino en el bajo vientre, se pasará la lengua por los labios, se morderá un poquito? ¿Ese otro sentirá el fuego, las ganas, el sudor, el olor? ¿El amor se siente a la distancia o se queda con uno hasta que un día por fin no se siente más, y se muere ahí? Todas las memorias las llevo conmigo...
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Insomnio

Dormir, qué era eso? De un tiempo a esta parte no puedo dormir. No concilio el sueño, no importa si dormí o no siesta, no puedo a la noche lograr dormir más de tres horas. Siento que me voy a desintegrar durante el día porque el cansancio que cargo es monumental, pero a la noche no puedo dormir. Me pasa hace un tiempo. Las pastillas me atontan, el té no me da resultado. Apago la luz y doy vueltas en la cama. Me levanto, prendo un cigarrillo, escribo. Vuelvo a acostarme y me tironean del pie, monstruos salidos de los cuentos de Blake, entidades de las novelas de King. No tengo mi propio Pascow solo porque acá no hay cementerios indígenas y tampoco soy médica, pero en cualquier momento acabaré inventándome un amigo con la cabeza destrozada de seguir así. Aunque no quiera pienso en las cuentas, lo que falta hacer, el trabajo que viene, el que perdí, lo intercalo con listas de útiles y mercadería para mi casa, vuelvo a intentar dormir y no puedo. Me levanto, prendo un pucho, la computadora y escribo.
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Sin título

Con frecuencia pienso en mi mamá. Se me hace bastante injusto que muriera tan joven, tan pronto. Me enoja la idea de que muriera cuando yo no había podido darle más cosas. Me hubiera gustado que viajara más. Hubiera deseado que conociera a mi segundo hijo. A veces pienso en cómo hubieran sido nuestras discusiones por los caprichos de mis hijos o los consejos por las peleas con mi compañero. Pienso que mi mamá era una de esas mujeres que conocemos en la vida que dejan todo por los demás y su bienestar. Siempre hay alguien que necesita más que ella, y allá va, dispuesta a hacer todo para llenar esos huecos. Ausencias, carencias emocionales o económicas, ella iba a intentar poner el parche ahí donde estuviera el hueco. Me veo ahí también. Amiga triste? Ahí voy a hacerle algo rico de comer para que piense por un rato en otra cosa. Hijos saliendo bien en la escuela? Ahí voy a darles un pequeño premio, aunque sea un caramelo. Siempre hay alguien a quien cuidar, a quien mimar. A mi mamá le gustaba Baglietto y le gustaba Jairo. No tuvo oportunidad de verlos nunca en vivo. Jairo vino a mi pueblo una vez y yo estaba muy entusiasmada. Y ella me dijo "andá vos a verlo, yo me voy a quedar con el bebé", lloviznaba y yo le creí que estaba convencida por eso. Hoy creo que mi mamá no quería quedarse, solo quería que yo pudiera ver eso que también a ella le gustaba. Me abrasa la culpa ahí, no sé porqué. Creo que porque se murió antes que pudiera recompensarla por todos los gestos que tuvo a través de su vida conmigo. No pude darle todo lo que hubiera merecido tener. No sé si alguna vez me va a dejar de doler. https://youtu.be/FTlKfMKs334 para las dos, vos y yo, siempre
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Fuego

Estaba nerviosa. Temblaba y me fue evidente, pero nadie más que yo lo notó. Alrededor las voces se alzaban ruidosas a pesar de los barbijos. No nos veíamos hacía meses y de golpe coincidíamos en aquél lugar. Por esas casualidades (casualidades?) nos encontramos en el hall del caserón antiguo donde íbamos a una charla, para pocos, acerca de comunicación y política. La espalda se me tensó, y se me puso la piel de gallina. Estaba encorvada y me incorporé, las piernas tiesas. La imagen que se me venía a la cabeza no era precisamente la de aquel día en que nos separamos y yo me quedé llorando en esa habitación. Quizás hubiera sido mejor recordar eso, y no evocar lo otro. Siempre había tenido esos brazos fuertes, y yo me sentía protegida y atrapada a la vez. Le notaba la curva a través de la camisa y agradecía que estuviera a unos metros de mí, solo para que no sintiera como el aire se entrecortaba entre mis labios. Él advirtió mi turbación y rápidamente se acercó, tratando tal vez de resolver con un saludo lo que no se había podido resolver en meses de idas y vueltas. Siempre adivinaba lo que se me pasaba por la cabeza y hoy no era excepción . Dios ese temblor en (entre) mis piernas. Con el acercamiento, los saludos y la pregunta de rigor. Que cómo estás, que qué has estado haciendo, que yo sigo laburando en el mismo lugar, que estoy dirigiendo un equipo de comunicación, qué lindo, interesante, contá conmigo si lo necesitás. Él no lo notó, claro, pero debajo del barbijo me estaba mordiendo el labio inferior. A él lo calentaba y a mí me volvía loca porque me salía sin querer. De nuevo el recuerdo de la ropa desparramada en el piso y le tuve que apartar la mirada porque esta vez juro que se dio cuenta de lo que me pasaba por la cabeza. Las manos me sudaban, e instintivamente me las pasé por la cintura. Él miró el escote, como no hacerlo, si de algo me había dotado el señor en su inmensa sabiduría era de un par de tetas que no pasaban desapercibidas. Casi le podía escuchar la respiración entrecortada cuando me ofreció que nos sentáramos juntos. Me moví y a propósito, bien a propósito, le rocé la pierna con la mía. No sos el único que puede jugar así. En la punta de los dedos casi que podía sentir su pelo cuando hundía la cabeza en mi pecho, la piel de la nuca, el sudor. Odiaba esa vulnerabilidad que me provocaba. Me había roto el corazón el hijo de puta pero me había dejado marcada la piel y de esas marcas uno no se zafa con facilidad. Es como fuego, como cuando se marca a los animales en el campo, así de brutal y definitivo. Me revolvía sobre la silla y apretaba las piernas como si fuera a romperlas, no pudiendo dejar de recordar todas las veces que me había desnudado a las apuradas porque estaba completamente entregada a que este hombre hiciera de mí lo que quisiera. Él decidía siempre. Yo era simple espectadora y luego ya más decidida, la más entusiasta colaboradora de todo lo que hacíamos, y me gustaba, aunque sabía que quizás para otros estuviera mal o me juzgaran. Después de todo yo era solamente una pendeja de 20 años y él un tipo en pareja. No había podido evitar enamorarme. Enamorarme bien hasta el cuello de un tipo que en un primer momento me había rechazado. Y yo insistí, porque siempre fui tozuda, siempre terca. Necesitaba besarlo, sentirlo, acariciarlo. Sentirme dueña aunque sea por un rato de alguien que ya tenía a otra persona en su vida. Las primeras veces me dejaban con un subidón de adrenalina enorme. Nos encontrábamos en mi departamentito lleno de libros por todas partes, y desde que lo recibía en el ascensor hasta llegar a la puerta nos manoseábamos sin cesar. Pasábamos dos o tres horas ahí adentro, hasta que no quedaba en el ambiente más que vidrios empañados, sábanas empapadas por el piso mezcladas con la ropa. Se metía en mí como nadie nunca, yo no tenía casi nada de experiencia más que con un ex novio de la secundaria y estaba absolutamente fascinada. Saliva. Sudor. Semen. Todo con él me gustaba. Adoraba la sensación de sus dedos metiéndose por todos lados, su lengua que jugaba con cada rincón de mi cuerpo. Mis tetas inertes se convertían en otra cosa cuando las tocaba, me humedecía entera con su mano paseando por mi ombligo. No me avergonzaba para nada y creo que desde ese momento le perdí el miedo a toda expresión de deseo, pero era solo con él, era solo por él. Me gustaba que se tocara mirándome, me gustaba tocarme mirándolo. Me hacía sentir poderosa, una fuerza que me nacía de las entrañas, nueva y distinta, me movilizaba. Me sentía deseada en toda la extensión de la palabra. El olor de los preservativos lo tenía fijado en la nariz por horas, el ruido del paquete rompiéndose era uno de mis sonidos favoritos. Estaba completamente enloquecida y no temía expresarlo, hasta yo me desconocía. Él después se iba y yo me sentía vacía y culpable. ¿Cómo podía hacerle eso a otra mujer y hacérmelo a mí, qué clase de mujer era? Aprendí a no juzgarme tan duramente porque eso ya lo harían los demás si lo supieran. No tenía ganas tampoco de entretenerme con juicios morales e imposiciones. Me sobresalto porque me habla al oído. Me hace sonreír bajo el barbijo lila. "No voy a irme con vos, no voy a hacerme esto ahora" pienso, pero respondo "sí, vamos" porque desde que lo vi hace una hora escasa en lo único que pienso es en que necesito que me coja. Me muevo como autómata. Subimos a su auto, comienzo a ajustarme el cinturón y no llego a hacerlo porque me pone la mano en el hombro, me saca el barbijo y me besa, su lengua, toda en mi boca, y me relajo, y hago lo que siento que debo, aunque no deba. Mete sus dedos entre mi pelo suelto, y presiona un poco sobre la base de mi cabeza para hundir su boca en mi cuello. "Nunca pude despegarme de vos" me susurra suavecito en el oído. Y yo lo miro nomás, los ojos nubladísimos de deseo, el labio inferior mordido y suave. No alcanzamos a salir del estacionamiento que yo ya tengo en la mano la llave del departamento, aquél lleno de libros por todas partes...
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