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El Tabano Digital

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De rompecabezas y almas rotas

Rodrigo solía caminar por las calles con una leve renguera emocional, como si un pedazo de su espejo interno estuviera pinchando su corazón. Su mirada, antes luminosa, ahora sólo refractaba sombras de momentos pasados. Los niños, con esa inocencia punzante, a menudo intentaban contar las grietas de su expresión, como si fuera un juego de buscar estrellas en un cielo nublado. Vivía a dos cuadras del Bar, por eso era parroquiano frecuente, quien lo miraba descubría ese aire de las personas que han dejado de recibir noticias, de quienes revisan el buzón de mail sólo por costumbre y nunca por esperanza. Era como un televisor en una vieja tienda de reparaciones, esperando que alguien tuviera el interés o el conocimiento para arreglarlo. Por eso, en el bar encontraba uno de sus refugios. Quizás el único. Mirando el fondo de un vaso que había contenido Amargo Obrero con soda, las palabras salieron de su boca como si hubiera empezado el turno del sicólogo y Hernán,el mozo, como siempre escuchando como un verdadero profesional. - “Mi abuela tenía un refugio-comenzó- uno de esos que sólo las abuelas saben guardar, en el fondo del jardín, al costadito de la sombra de un algarrobo donde solía tomar sus mates con burrito, ahí estaba el "cuartito". Era una construcción bastante precaria, donde se guardaban desde algunos trastos viejos, ollas en desuso y cajones de sifones de soda, hasta los juguetes que mi vieja me traía cuando venía a visitarme.” El cuartito se había convertido en una cápsula del tiempo, como esas que se entierran o se envían al espacio y donde lo inservible gana estatus de tesoro. Por eso un día, con las canas asomando, Rodrigo se aventuró a ese recóndito rincón, donde sus juguetes olvidados construían geografías de recuerdos, y si bien el tiempo los había abandonado, su memoria les otorgaba vida. - “Entre el olor a humedad y madera, ollas viejas quemadas y bolsas con contenidos dudosos, encontré algo extraño- continuó relatando- un tablero que no reconocí, pero que claramente había formado parte de mi arsenal de juegos y una voz interior me gritaba que ese objeto podía leer mi alma. En él, había espacios llenos de trozos de vida y otros, abismalmente vacíos, como si algún recuerdo travieso se hubiese fugado.” Hernán se acodó para. escuchar más cómodo el relato de su cliente, quien frunciendo el ceño recordó. - ” Había una tenue luz que venía del exterior, parecía un rayo enviado por mii nfancia, allí me di cuenta que las piezas brillaban, gritaban en su lenguaje mudo. "¡Aquí! ¡Recuérdame! ¡Salva esta esencia que se desvanece!". Lo que Rodrigo no sabía, es que eran fragmentos de una historia que creía haber vivido, pero que ahora lucían más como una película de Tim Burton que como uno de sus recuerdos de verano. - “En un acto de nostalgia cruda, cerré mis ojos, buscando las respuestas. El cuartito se transformó en un estudio de arte, el tablero se volvió lienzo y una vieja radio en el rincón, misteriosamente, comenzó a emitir una melodía conocida. Podía percibir con cada uno de mis sentidos la magia que se extendía por el cuartito -decía emocionado al borde de las lágrimas - las piezas eran demasiadas, tantas que el rompecabezas no podía albergarlas. Estaban allí, representando al niño temeroso que fui, al adolescente rebelde con el que tanto batallé y el adulto confundido que hoy tanto me ahoga.” Hernán rompió el silencio y le preguntó: - “Pero ¿cuál era la verdadera? ¿Cuál es la pieza que define quién sos vos realmente?” - “No lo sé, en un momento sentí la presencia de otros – describió- estaban aquellos que creían o decían conocerme, pero sólo conocían de mí las piezas que el viento había juntado. Quienes me ven, no ven mi verdadera esencia –se lamentó Rodrigo-tan solo el eco de una apariencia, de piezas que se esfuman en el viento.” - “¿Y qué haces con todo eso, entonces?”- inquirió Hernán, casi como preguntándoselo a si mismo también. - “Hoy…hoy sigo buscando esa pieza que le da coherencia a mi tablero. Y aunque a veces creo que la búsqueda es eterna, voy descubriendo en quienes, con una sonrisa, con una palabra, con una mirada me muestran la pieza que faltaba, y ¿sabes cuál es, mi querido amigo? El mozo-psicólogo lo miró intrigado y Rodrigo con una mezcla de sabiduría y nostalgia le contestó: -“es ese movimiento muscular que va más allá de un simple latido, es el que ilumina todo el cuadro.” Hernán sonrió ante la reflexión, se golpeó el pecho con el puño y dos dedos en “V”, luego lo dirigió en dirección de Rodrigo y se dispuso a prepararle otro vaso de bebida. Rodrigo sonrió y aceptó ese nuevo latido. El cuadro se iluminó un poquito más.
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