Palitos¿Te acordas cuando íbamos a la escuela en bicicleta? Yo terminaba de comer las costeletas con ensalada de lechuga y tomate, una banana de postre y manoteaba la mochila para salir a buscarte y recorrer las doce cuadras hasta la escuela. Fueron tres años así, una rutina que adoraba. Hasta que la mudanza de tu familia te llevó al otro lado de la ciudad y entonces vos tuviste que empezar a ir en colectivo. Pero esos años, en los que el viento nos pegaba en la cara, el sol del inicio de la siesta nos besaba la frente y vos te reías de los chistes tontos que yo hacia todo el trayecto, fueron lo mejor de la vida. Vos eras tan pequeña que apenas llegabas a los pedales y yo te cargaba diciéndote que te ibas a caer y llenar de sangre el asfalto. Por supuesto, nunca pasó. Solo me divertía verte reír de mis pavadas y tu carita de susto cuando te decía “¡guarda el pozo!”, inexistente en el camino. ¿Cuantas pieles cambiamos en todos estos años que nos hicieron olvidar de lo simple, de lo cotidiano? De andar en bici, de la seño en la escuela y la factura del segundo recreo. ¿Cuantos sueños grabamos y cuantos recuerdos se tatuaron en esas pieles que finalmente perdimos? Hoy recorro mentalmente el frente de la escuela, el portón de metal, la Virgen en su eterno santuario entre flores y verde. Seguro que está igual… con un par de añitos encima, diría Fito. Me contaron que el barrio esta igual, solo que no voltearon la casa de al lado. La convirtieron en una tienda que vende lencería que escandaliza a las viejas que siempre fueron viejas. O al menos eso parecía cuando pasábamos con las bicis por sus veredas y tiraban la bronca por nuestras risas y parloteo en las sacrosantas siestas. ¿Cuantos años pasaron? ¿Veinte?,¿treinta?,¿mil? Parece que nuestra vida hubiera subido a un barco a dar vueltas por el mundo, lejos de la familia y los amigos y se encontró con un iceberg como el Titanic. Quizás solo fui yo. En realidad, solo fui yo. Quiero mirar el cielo y encuentro un cielorraso. Veo las paredes grafiteadas y palitos escritos con lápiz. Algunos tachados, muchos no. Vuelvo a recordar las bicis, tu carita feliz y el sol en la frente. Miro por el hueco y veo que ya es de noche. Agarro el lápiz y tacho otro palito. Hasta mañana.Ver más
De rompecabezas y almas rotasRodrigo solía caminar por las calles con una leve renguera emocional, como si un pedazo de su espejo interno estuviera pinchando su corazón. Su mirada, antes luminosa, ahora sólo refractaba sombras de momentos pasados. Los niños, con esa inocencia punzante, a menudo intentaban contar las grietas de su expresión, como si fuera un juego de buscar estrellas en un cielo nublado. Vivía a dos cuadras del Bar, por eso era parroquiano frecuente, quien lo miraba descubría ese aire de las personas que han dejado de recibir noticias, de quienes revisan el buzón de mail sólo por costumbre y nunca por esperanza. Era como un televisor en una vieja tienda de reparaciones, esperando que alguien tuviera el interés o el conocimiento para arreglarlo. Por eso, en el bar encontraba uno de sus refugios. Quizás el único. Mirando el fondo de un vaso que había contenido Amargo Obrero con soda, las palabras salieron de su boca como si hubiera empezado el turno del sicólogo y Hernán,el mozo, como siempre escuchando como un verdadero profesional. - “Mi abuela tenía un refugio-comenzó- uno de esos que sólo las abuelas saben guardar, en el fondo del jardín, al costadito de la sombra de un algarrobo donde solía tomar sus mates con burrito, ahí estaba el "cuartito". Era una construcción bastante precaria, donde se guardaban desde algunos trastos viejos, ollas en desuso y cajones de sifones de soda, hasta los juguetes que mi vieja me traía cuando venía a visitarme.” El cuartito se había convertido en una cápsula del tiempo, como esas que se entierran o se envían al espacio y donde lo inservible gana estatus de tesoro. Por eso un día, con las canas asomando, Rodrigo se aventuró a ese recóndito rincón, donde sus juguetes olvidados construían geografías de recuerdos, y si bien el tiempo los había abandonado, su memoria les otorgaba vida. - “Entre el olor a humedad y madera, ollas viejas quemadas y bolsas con contenidos dudosos, encontré algo extraño- continuó relatando- un tablero que no reconocí, pero que claramente había formado parte de mi arsenal de juegos y una voz interior me gritaba que ese objeto podía leer mi alma. En él, había espacios llenos de trozos de vida y otros, abismalmente vacíos, como si algún recuerdo travieso se hubiese fugado.” Hernán se acodó para. escuchar más cómodo el relato de su cliente, quien frunciendo el ceño recordó. - ” Había una tenue luz que venía del exterior, parecía un rayo enviado por mii nfancia, allí me di cuenta que las piezas brillaban, gritaban en su lenguaje mudo. "¡Aquí! ¡Recuérdame! ¡Salva esta esencia que se desvanece!". Lo que Rodrigo no sabía, es que eran fragmentos de una historia que creía haber vivido, pero que ahora lucían más como una película de Tim Burton que como uno de sus recuerdos de verano. - “En un acto de nostalgia cruda, cerré mis ojos, buscando las respuestas. El cuartito se transformó en un estudio de arte, el tablero se volvió lienzo y una vieja radio en el rincón, misteriosamente, comenzó a emitir una melodía conocida. Podía percibir con cada uno de mis sentidos la magia que se extendía por el cuartito -decía emocionado al borde de las lágrimas - las piezas eran demasiadas, tantas que el rompecabezas no podía albergarlas. Estaban allí, representando al niño temeroso que fui, al adolescente rebelde con el que tanto batallé y el adulto confundido que hoy tanto me ahoga.” Hernán rompió el silencio y le preguntó: - “Pero ¿cuál era la verdadera? ¿Cuál es la pieza que define quién sos vos realmente?” - “No lo sé, en un momento sentí la presencia de otros – describió- estaban aquellos que creían o decían conocerme, pero sólo conocían de mí las piezas que el viento había juntado. Quienes me ven, no ven mi verdadera esencia –se lamentó Rodrigo-tan solo el eco de una apariencia, de piezas que se esfuman en el viento.” - “¿Y qué haces con todo eso, entonces?”- inquirió Hernán, casi como preguntándoselo a si mismo también. - “Hoy…hoy sigo buscando esa pieza que le da coherencia a mi tablero. Y aunque a veces creo que la búsqueda es eterna, voy descubriendo en quienes, con una sonrisa, con una palabra, con una mirada me muestran la pieza que faltaba, y ¿sabes cuál es, mi querido amigo? El mozo-psicólogo lo miró intrigado y Rodrigo con una mezcla de sabiduría y nostalgia le contestó: -“es ese movimiento muscular que va más allá de un simple latido, es el que ilumina todo el cuadro.” Hernán sonrió ante la reflexión, se golpeó el pecho con el puño y dos dedos en “V”, luego lo dirigió en dirección de Rodrigo y se dispuso a prepararle otro vaso de bebida. Rodrigo sonrió y aceptó ese nuevo latido. El cuadro se iluminó un poquito más.Ver más
NostalgiaDicen que cuando vivís en el presente, vivís más tranquilo. Porque si no, mirás ese futuro que no podés anticipar, y la ansiedad te carcome las entrañas. O mirás el pasado y te genera la nostalgia de aquellos tiempos supuestamente mejores. Pero a veces, en el presente, la nostalgia juega a disfrazarse. Suelen ser muy sutiles y creativos, lo suficientemente engañosos para que no nos demos cuenta de que está detrás. A veces se disfraza de personaje de una serie que miramos distraídamente y vuelven los juegos de la infancia y aquellos seres queridos se asoman en la cara de un actor que nos saluda desde el pasado, Otras veces adopta el disfraz de una melodía, y nos transporta a aquella primera canción que, sin saberlo, nos transformó en adolescentes acalorados en aquel baile de secundaria, donde descubrimos la inocencia del primer amor, del primer beso. Otras veces se disfraza de olores. El olor del puchero de la vieja. Del asado del abuelo. Y otras simplemente se camufla en una flor, que busca el sol y perfuma el patio. O espía, recostada en una luna brillante llevándonos a esas caminatas por la playa y el ruido del mar ronroneando a nuestros pies. Pero su disfraz preferido, es en la lluvia que cae en un día gris y monótono. Se queda allí, al acecho. Una gota que cae pausada, implacablemente. Ese día, decide reclamar su triunfo, deja caer el disfraz y finalmente, la gota se transforma en una lágrima en tu mejilla.Ver más