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𝗔𝗰𝗮́ 𝘆𝗼, 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗮𝗿𝘁𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼
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La mayor parte de los problemas del mundo se debe a la gente que quiere ser importante.
-T. S. Eliot
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Toda mi vida me la pasé fascinado ante las celebridades del mundo, sin distinción. Admiré tanto a Al Pacino como a Tinelli, del mismo modo a Maradona que a Karina Jelinek. Me muero de la envidia por la atención que el mundo les presta, cómo los “siguen”, cómo todos están pendientes de sus vidas, de cada cosita que hacen, desde la gran interpretación del actor hasta el nuevo kilombo del crack con su ex mujer.
Y muchas veces pensé que tocaría el cielo con las manos si pudiera vivir lo que ellos viven. Aaahhh, sin tan sólo fuera como ellos, qué daría por tener fans que estuvieran atentos a los pormenores de mi vida...
Hasta que un día Dios me iluminó con su infinita gracia y puso sobre esta Tierra a los creadores de Facebook. Basta de mirar para arriba desde este lodo de lo normal! Terminemos con esta vida intrascendente! Ahora sí!
Fue entonces que decidí plantar mi perfil en este medio, hacerme de cuatrocientos “amigos” y comenzar a darles a mis nuevos seguidores al menos una alegría diaria, contándoles acerca de lo interesante de mi existencia, para que puedan ir a laburar sintiendo que la vida vale la pena.
Así, compartí con ellos mi nueva remera, lo que cené ayer, lo sucias que quedaron mis medias después de jugar al fútbol y un montón de cosas más. Todas así, así de importantes. Lo hice y me fue bárbaro. Pilas de likes, pilas...
Todo iba de perlas hasta hoy, que no tenía Internet y como no iba a dejar a todos mis fans sin su pan de cada día, decidí tomarme el trabajo de llamarlos por teléfono...
La verdad no entiendo por qué, no lo comprendo, pero he aquí lo que pasó:
La mayoría ni me atendió. Muchos me preguntaron quién carajo era y otros me cortaron en cuanto dije “Hola”. Pensé que si supieran quién los estaba llamando, me lo habrían agradecido, pero bueno, ellos se lo pierden.
Llamé entonces a unos cuantos que sí saben quién soy. No son lo que se dice amigos-amigos, pero saben cómo me llamo, me conocen. Y cuando les conté que hoy a la mañana había cambiado de cepillo de dientes, sólo obtuve un “ajá” que no comprendí bien qué significaba...
Decidí llamar a mis amigos posta. Esos a los que sí les importo, a los cuales sí les interesa mi vida. Pero la respuesta de los dos fue calcada. Me preguntaron si estaba drogado y cuando les dije que no, se limitaron al mandarme al carajo por romperles las pelotas con semejante boludez.
Acto seguido llamé a mis hijas, seguro de que ellas sí serían mis fans. Y una vez más, la respuesta fue como si la hubieran dicho al unísono y con el mismo ritmo. Ambas me preguntaron por qué las llamaba para contarles esta pavada.
Ya desesperado, recurrí a aquella para la cual soy la luz de sus ojos, esa mujer que me trajo al mundo y que vive pendiente de mi felicidad. Mi madre, claro! Marqué sú número, esperé ansioso a que atendiera y cuando finalmente lo hizo, con enérgica voz le dije: “Mamá! Hoy cambié de cepillo de dientes!”.
Hizo un profundo silencio y en un casi inaudible susurro, reflexionó: “Dios... qué hice tan mal...”. Y cortó.
…
Gracias a Dios a la tarde volvió Internet. Ya estoy preparando el nuevo post para mañana, que ustedes, iluminados que tienen la avant premiere por estar leyéndome, van a saber antes que los demás:
Mañana... (suspenso...) ¡voy a desayunar mate cocido con pan de centeno!
Se qué mueren por saber con qué mermelada lo voy a untar, pero para saber eso van a tener que esperar.
Así que...
No dejen de seguirme!
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