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Un hombre cualquiera

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Invitame un Cafecito

𝗣𝗮𝗿𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝗹𝗮 𝘃𝗶𝗱𝗮

Se llama compromiso porque no tiene fecha de vencimiento. -El autor --- –Seguís teniendo el anillo de compromiso –me dijo, señalando mi dedo con cierto desdén. –Pero con la vida –contesté con una sonrisa. … En la vida hay épocas y épocas. De las buenas y de las otras. Hay tiempos en las que todo parece estar prolijamente acomodado donde queremos que esté. Tiempos en los que “salud, dinero y amor” conjugan más o menos bien. Lo suficiente para que le digamos al mundo cuán felices somos. Y hay otros en los que parece que alguna forma de dedo poderoso decidió jugar a jodernos la vida y toda la trilogía de la felicidad se va al carajo. Si fuera tan fácil, tan sincronizado todo, tendríamos garantizada la felicidad la mitad de la vida, repartida en pedazos mezclados con el otro cincuenta por ciento de épocas de desgracias. Alguna vez escribí un irónico cartelito que no llegué a publicar que decía: “Tres cosas tiene la vida: salud, dinero y amor. No seas ambicioso”. Porque muchas veces, alguna de esas cosas no está como quisiéramos. Algunas otras sólo una está bien. Y, desgraciadamente, hay veces que se alinean en fila las tres en la cola de las cosas que están como el culo. … Hace mucho tiempo recibí un mail cadena que contaba un cuento de un regalo que un consejero le había hecho a su rey y que era más o menos así: El consejero le regalaba un anillo al rey diciéndole que en las épocas en las que el reino fuera un desastre, en que las cosechas fueran una porquería y en que el pueblo estuviera descontento, se sacara el anillo y leyera la frase que tenía grabada por dentro. Y que en los tiempos en los que el reino fuera todo alegría, en que las cosechas fueran abundantes y en los que el pueblo estuviera feliz, hiciera lo mismo; que se sacara el anillo y leyera la frase. La frase inscripta decía: “Esto también pasará”. … Unos cuantos años atrás, la que entonces era mi novia volvió de un viaje que hizo a Costa del Este y trajo con ella los anillos que en ese momento sellaron lo que era el compromiso de pasar los siguientes 40 años juntos. Nunca terminamos de decidir qué frase o fecha grabarles por dentro, pero de todas maneras, durante años fueron “nuestros” anillos, ésos que daban fe de la mutua promesa. No pudimos cumplir con esa promesa y un día, ya separados, me saqué el anillo y lo guardé en mi mesa de luz. Tiempo después, buscaba un reloj que sólo me pongo para fiestas y vi el anillo. Ya no era mi anillo de compromiso. Era algo que había sido muy importante en mi vida (fue la única vez que estuve comprometido) y ese día, de alguna manera, recuperaba algo de mí. Al día siguiente lo llevé a la joyería y le hice grabar aquella frase, la del consejero. Porque siempre viví así. Desde muy joven tuve presente que “esto también pasará” era una ley de la vida. Y disfruté cada minuto de las épocas en las que estaba “todo bien”. Y resistí sin doblegarme en las que estaba “todo mal”. Aún hoy, en los momentos en los que mucho está mal, no dejo de disfrutar lo que está bien. Aún hoy, en los momentos en los que mucho está bien, no dejo de resistir lo que no. Por eso agarro cada pedacito de felicidad, por muy pequeño que sea, y lo sumo a mi bolsa. Por eso peleo con uñas y dientes por lo que quiero, por los que quiero. Por eso resisto cuando las épocas son oscuras y no dejo de luchar en busca de la luz. Por eso disfruto de esa luz plenamente cuando llega y me preparo para la siguiente oscuridad. Por eso difícilmente algo pueda borrar mi sonrisa interna permanente. Porque estoy comprometido con mi vida de por vida. Por eso la vivo tan intensamente, por eso la disfruto tanto y la resisto tanto. Por eso río a carcajadas, lloro a mares, canto a voz en cuello, grito hasta quedar disfónico. Por eso me entrego por completo, por eso doy absolutamente todo lo que puedo. Por eso algunas veces sonrío sereno. Por eso otras, aprieto bien fuerte los dientes. Porque tengo muy claro que mi vida, algún día, en algún momento, también pasará…
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𝗔𝗰𝗮́ 𝘆𝗼, 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗮𝗿𝘁𝗶𝗲𝗻𝗱𝗼

La mayor parte de los problemas del mundo se debe a la gente que quiere ser importante. -T. S. Eliot --- Toda mi vida me la pasé fascinado ante las celebridades del mundo, sin distinción. Admiré tanto a Al Pacino como a Tinelli, del mismo modo a Maradona que a Karina Jelinek. Me muero de la envidia por la atención que el mundo les presta, cómo los “siguen”, cómo todos están pendientes de sus vidas, de cada cosita que hacen, desde la gran interpretación del actor hasta el nuevo kilombo del crack con su ex mujer. Y muchas veces pensé que tocaría el cielo con las manos si pudiera vivir lo que ellos viven. Aaahhh, sin tan sólo fuera como ellos, qué daría por tener fans que estuvieran atentos a los pormenores de mi vida... Hasta que un día Dios me iluminó con su infinita gracia y puso sobre esta Tierra a los creadores de Facebook. Basta de mirar para arriba desde este lodo de lo normal! Terminemos con esta vida intrascendente! Ahora sí! Fue entonces que decidí plantar mi perfil en este medio, hacerme de cuatrocientos “amigos” y comenzar a darles a mis nuevos seguidores al menos una alegría diaria, contándoles acerca de lo interesante de mi existencia, para que puedan ir a laburar sintiendo que la vida vale la pena. Así, compartí con ellos mi nueva remera, lo que cené ayer, lo sucias que quedaron mis medias después de jugar al fútbol y un montón de cosas más. Todas así, así de importantes. Lo hice y me fue bárbaro. Pilas de likes, pilas... Todo iba de perlas hasta hoy, que no tenía Internet y como no iba a dejar a todos mis fans sin su pan de cada día, decidí tomarme el trabajo de llamarlos por teléfono... La verdad no entiendo por qué, no lo comprendo, pero he aquí lo que pasó: La mayoría ni me atendió. Muchos me preguntaron quién carajo era y otros me cortaron en cuanto dije “Hola”. Pensé que si supieran quién los estaba llamando, me lo habrían agradecido, pero bueno, ellos se lo pierden. Llamé entonces a unos cuantos que sí saben quién soy. No son lo que se dice amigos-amigos, pero saben cómo me llamo, me conocen. Y cuando les conté que hoy a la mañana había cambiado de cepillo de dientes, sólo obtuve un “ajá” que no comprendí bien qué significaba... Decidí llamar a mis amigos posta. Esos a los que sí les importo, a los cuales sí les interesa mi vida. Pero la respuesta de los dos fue calcada. Me preguntaron si estaba drogado y cuando les dije que no, se limitaron al mandarme al carajo por romperles las pelotas con semejante boludez. Acto seguido llamé a mis hijas, seguro de que ellas sí serían mis fans. Y una vez más, la respuesta fue como si la hubieran dicho al unísono y con el mismo ritmo. Ambas me preguntaron por qué las llamaba para contarles esta pavada. Ya desesperado, recurrí a aquella para la cual soy la luz de sus ojos, esa mujer que me trajo al mundo y que vive pendiente de mi felicidad. Mi madre, claro! Marqué sú número, esperé ansioso a que atendiera y cuando finalmente lo hizo, con enérgica voz le dije: “Mamá! Hoy cambié de cepillo de dientes!”. Hizo un profundo silencio y en un casi inaudible susurro, reflexionó: “Dios... qué hice tan mal...”. Y cortó. … Gracias a Dios a la tarde volvió Internet. Ya estoy preparando el nuevo post para mañana, que ustedes, iluminados que tienen la avant premiere por estar leyéndome, van a saber antes que los demás: Mañana... (suspenso...) ¡voy a desayunar mate cocido con pan de centeno! Se qué mueren por saber con qué mermelada lo voy a untar, pero para saber eso van a tener que esperar. Así que... No dejen de seguirme!
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𝗟𝗮 𝗺𝗮𝗴𝗶𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗮𝗺𝗼𝗿

Quien tiene magia no necesita trucos. -El autor --- –Qué hermosas flores! Son para mí? –preguntó ella. –Usted es del 5to C? –repreguntó el florista. –Si... –balbuceó ella sorprendida, con una tenue sonrisa que le bailaba en la boca. –Entonces son para usted... … Recién estaba conociendo a la que más tarde sería mi segunda mujer y ese día era la víspera de su actuación en el Astral con el Coro Kennedy. Había comprado la entrada (sí, “la” entrada, fui solo) a la mañana y decidí la “jugada” de enviarle por adelantado las clásicas flores que se dan después de la actuación, combinadas con una tarjetita que lo justificaba. “En este mundo del revés donde nuestras hijas se conocen antes que nosotros, primero van las flores y después voy a verte”, se podía leer. (Un galán yo...). Hasta acá, nada de magia. Sólo un tipo en plan de seducción... Pero la historia del diálogo entre ella y el florista es absolutamente real. Y no le pagué al tipo para que hiciera de stalker y la esperara munido de una foto para poder reconocerla, no. El hombre fue a la hora que se le cantó el tujes y “la magia” fue la que hizo que ella llegara justo en el mismo momento, en el exacto momento. La misma magia que hizo que reparara en las flores, sintiera ganas de hacerse la graciosa, y así yo generara un “impacto” que de ninguna manera podría haber previsto... ... Soy un tipo que cree que la mística es una suerte de desvarío social, que pelotudeces como el Destino son eso, pelotudeces. No me hablen de Dios y sus insondables caminos. Ni se les ocurra convocarme a pedirle nada al Universo... Un escéptico de mierda, bah. Un jodido de pura cepa. Pero creo en la magia... La historia que me tocó vivir (y tengo una más casi igual de rara) es, al menos, sorprendente. Y por supuesto que no tengo ni la más mínima explicación racional para ninguna de las dos. Pero no es por eso que creo en la magia. Creo en la magia justamente porque no existe. No hay tal cosa en este mundo. La magia es la capacidad para hacer trucos. Y es ahí, en ese punto exacto, en el cual sí soy el feligrés más devoto. No es tan difícil hacer esa magia, no son tan complejos los trucos. Todos los conocemos, todos los sabemos hacer y los ponemos en acción cuando nos enamoramos. Conocemos bien el truco de las flores y el de los mensajes de “te quiero” y los usamos a ambos bien seguido. También sabemos de taquito el truco del deseo... y ni hablar del de la intimidad. Y también los desplegamos con frecuencia al principio. Como buenos magos, vamos mejorando en cada acto y hacemos trucos cada vez más complejos. Tenemos bajo la manga las charlas, las horas “estando” para esa persona, el compañerismo, la lealtad, la franqueza... sacamos de la galera la fidelidad y el compromiso y obtenemos mucho más que el aplauso: vivimos el amor, ése, el mágico. Pero por algún motivo, quizá tan estúpido como vagancia, vamos cambiando de hobbie y poco a poco, olvidamos los trucos. Ya no somos los magos que éramos, ya no “engañamos” a nadie... … Ya no hay copón de vino compartido en la cocina. Ya no le tocamos el culo cuando se arquea para abrir un cajón ni la tomamos por la cintura para besarle la nuca. No más compañerismo, no más charlas. No más estar para el otro. No más hacerla reír. Puede ir sola al médico, no hace falta el truco de “te acompaño”. Puede charlar con una amiga, para qué usar el de “te escucho”. Que no nos pidan trucos tan complejos como quedarnos viendo una película sólo para estar despiertos para ir a buscarla cuando su salida con sus amigas termine. Ya no hay la “magia” que había... Lo loco es que cuando eso pasa nos transformamos en idiotas que creemos que la magia, ésa, la que no depende de trucos, realmente existe. Y entonces le echamos la culpa a ella, a esa Magia que hizo su propio truco y desapareció sin dejar rastros. Y entonces nos separamos y vamos, cada uno por su lado, a buscar la “magia” de un nuevo amor. Tal vez esa nueva no conozca el truco de desaparecer y podamos disfrutar de ese amor para siempre... ... Queremos disfrutar del amor toda la vida? Con la misma persona? Es fácil, realmente fácil. Hay un sólo truco que no debemos olvidar: el de ser magos todos los días…
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𝗟𝗮 𝗮𝗴𝗼𝗻𝗶́𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗮𝗺𝗼𝗿

Amar a quien no te ama no es amar. - El autor --- Estamos despedazando el significado del amor de pareja. Por el camino de pretender que cualquier afecto hacia otro lo es lo estamos poniendo en una agonía tal que no nos sorprenda que en un tiempo lo hayamos licuado por completo. En mi opinión, cuando de pareja se trata, amar es cosa de dos. Ya cité alguna vez a Erich Fromm –con quien estoy absolutamente de acuerdo– con la frase que dice que jamás encontrarás al amor de tu vida porque el amor no se encuentra, se construye. No es la primera vez (ni será la última, seguro) que escribo sobre la bilateralidad del amor de pareja. Ya en notas como “Dámelo todo”, “Nadie sufre por amor”, “No me digas que me amás” y “Cualquier cosita llamada amor” planteé, desde diferentes ángulos, mi postura con respecto a este tema. … Hace unos días posteé –en formato gráfico– un “ida y vuelta” que tiempo atrás había tenido con una lectora por privado y que está incluido en la introducción de la última nota mencionada. Ella había preguntado: “Y si amás a alguien que no te ama?” y yo había respondido: “No es amor”. Si bien la mayoría estuvo de acuerdo, hubo comentarios que sostenían amar unilateralmente. Bien, a eso me opongo en esta nota. Si hay un idioma rico en palabras, pues ése es el Castellano. Y existiendo palabras como arrobamiento, fascinación o embeleso, me parece casi caprichoso pretender llamar “amor” a un sentimiento que no tiene base alguna para ser llamado de esa manera. Incluso “calentura” creo que define mejor ese supuesto amor por alguien que incluso puede ni registrar tu existencia. Entre los comentarios que sostenían lo que para mí es un sinsentido, uno llamó la atención. Allí se sostenía que, si no dabas amor, independientemente de si el otro te amaba o no, eso era “puro ego”. Me resultó tan en las antípodas de lo que opino que no pude dejar de verlo. Porque pienso que amar a quien no te ama es síntoma de una fantasía absoluta. Y si ese “amor” se manifiesta en cosas concretas (“somos lo que damos”, dice el comentario), peor aun. Porque da cuenta de una autoestima baja, realmente baja. Dar y dar sin recibir nada a cambio es imposible. Porque el “otro” no puede no comunicar, sea con palabras o con gestos. Hasta en situaciones donde el “dar” es meramente dar y no tienen que ver con el amor de pareja, el otro “devuelve” algo. La madre Teresa recibía las sonrisas de agradecimiento, por ejemplo. Y no existe la posibilidad de que el otro no me de nada. Porque cuando nada me da, lo que me da es indiferencia. “Parejo” significa que es igual o muy parecido a otro. Por eso me gusta el término: porque no creo que alguna vez sea “igual” el amor que una pareja se prodiga mutuamente, pero creo que es vital que sea parecido. Amar, lo que se dice amar, lleva tiempo. Tiempo para conocerse, tiempo para ir descubriendo esas cosas del otro que nos enamoran, tiempo para ir encontrando aquellas cosas que tenemos en común, tiempo para ir limando las que no. Y entre las cosas que me enamoran están cómo me mira, cómo me acaricia, cómo me escucha. Están el tiempo que me dedica, su capacidad para contenerme, su apoyo en mis proyectos y una parva de cosas más. Si el amor no se retroalimenta, se acaba. Inexorablemente. Ése es, tal vez, uno de los principales motivos de las rupturas. Y estamos hablando de parejas que lo son. Pretender que se “ama” a alguien que no siente nada por nosotros, incluso que muchas veces ni nos conoce, es un planteo inmaduro. Es un disparate. Como escribí en otra nota, son las adolescentes las que “aman” a Justin Biever. Se puede (y sigo desplegando la riqueza de nuestra lengua) admirar, sentir entusiasmo por, estar encandilado, hasta –aunque me parezca un afecto siniestro– idolatrar a alguien. Pero “amar”? Amar sin que te amen? ... Amar es dar, es estar para el otro, es mimar, es acompañar, es ayudar a crecer, es compartir, es construir… Amar a alguien que no te da, no está para vos, no te mima, no te acompaña, no te ayuda a crecer, no comparte con vos y no pone ni un ladrillo no parece muy razonable que digamos. Mas bien parece enfermo. Creo que compramos el falaz romanticismo de Hollywood, ése en el cual se pretende vender que “si ella es feliz, yo soy feliz, aunque ella lo sea con otro”. Habrá mentira más grande que eso? Alguien quiere convencerme de que cuando aquél al que supuestamente se “ama”, ama a otra persona, se es feliz porque su amada/o es feliz? Por otra parte, me pregunto qué es lo que se ama de ese otro. Porque aquellas cualidades que no tengan que ver con uno –desde lo atractivo físicamente que sea hasta la inteligencia que tenga o la nobleza de la que sea capaz– son motivos de respeto, admiración. Y en casos exagerados podrán llegar a escalar a adoración o veneración, afectos que, por otra parte, también me parecen siniestros. … No, amar es otra cosa. En Castellano, insisto con la riqueza de nuestra lengua, tenemos la posibilidad de querer, de sentir afecto por otro. Cuando uno quiere a alguien le da un lugar de importancia en su vida. Ni hablar cuando ama. Llegué a leer a alguien que decía amar a sus enemigos. A menos que estemos hablando en términos del disparate de “la otra mejilla”, amar a un enemigo es estar dispuesto a darle muchas cosas buenas a alguien dispuesto a hacerte daño. Soy un buen tipo. Pero si alguien es mi enemigo, lo menos que hago es alejarme. Porque me quiero lo suficiente como para protegerme del daño que pueda hacerme. Muy lejos estoy de darle afecto a quien está dispuesto a joderme la vida de alguna manera. “Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen”, como puede leerse en la Biblia, es demencial. … Estamos llamando “amor” a la idolatría, a la veneración, a la sumisión al otro, hasta al masoquismo. Y así lo estamos despedazando. Le estamos quitando riqueza a su significado hasta el punto de tornarlo tóxico, enfermizo. En la era de “la autoestima” es llamativo que haya quienes sostengan amar a quien no los ama. Hay una brutal diferencia entre ser ególatra y tener la autoestima en su lugar. En el primer caso te creés más que los demás. En el segundo, te sabés primero para vos mismo. “Si yo no me quiero, no puedo querer a nadie” es una frase que he visto posteada hasta el hartazgo. Pero, más allá de que opine que al momento de tener que postearla al mundo das cuenta de una falta de esa autoestima que decís tener, la frase es absolutamente cierta. Y si amo a alguien que nada me da, que no valora lo que le doy por amarlo, se da la contradicción que supone que lo que le estoy dando no debe ser muy bueno que digamos. Porque está sostenido desde una autoestima inexistente. Cuando hablamos del amor de pareja, amar es otra cosa. Amar es compartir, es construir juntos, es estar para el otro. Amar es apoyarse mutuamente, es escucharse, es entregarse. Es valorar, respetar, comprender. Amar es, necesariamente, una cuestión de dos…
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𝗟𝗶𝗸𝗲𝘀 𝗼 𝗯𝗲𝘀𝗼𝘀

Doscientos kilos no es “de talla grande”. Doscientos kilos es obesidad mórbida. -El autor --- No imagino siquiera que alguien pusiera “me gusta” o comentara su admiración por la valentía de un tipo con cáncer de pulmón que postea fotos fumando tres cigarrillos al mismo tiempo, con 14 paquetes sobre la mesa y la máscara de oxígeno de fondo. O que aplaudiera el post de un sujeto con cirrosis rodeado de 20 botellas de alcohol y mandándose un trago de vodka del pico de otra, tirado en su sillón, absolutamente borracho. Y creo que a nadie se le ocurriría criticarme si comentara cualquiera de esas publicaciones haciendo hincapié en que se trata de enfermedades y que el sujeto en cuestión es un tarado que se está matando a conciencia. O, en el mejor de los casos, alguien que necesita desesperadamente ayuda. … Sin embargo, cuando personas con obesidad mórbida que pesan 250 kilos, tienen llagas en todos los pliegues de la piel, rodillas inexistentes y tobillos como columnas del Coliseo, una catarata de estúpidos “incluyentes” aplauden, vitorean y comentan sobre la valentía del sujeto en cuestión bajo el imperio de “todos los cuerpos son hermosos”, una de las tantas mentiras contemporáneas. Y confunden que una persona con kilos de más pueda sentirse bella y pueda lucir cuán bien le queda una remera, con alguien que padece de una en-fer-me-dad GRAVE y que, además, está lejos de poder sanar porque eligió el camino de desmentir su condición. Una condición que tiene consecuencias jodidas y que lo más probable es que termine con su vida a corta edad. En alguna otra nota conté que a mis 6 años padecí de enuresis por un tiempo. Me hacía pis en la cama durante la noche. Y que cada mañana desplegaba las sábanas como un torero y le decía a mi hermana menor desde “arriba”, en mi cama marinera: “Mirá Andrea, mirá cuánto pis!” Que un chico de 6 años pretenda lidiar con su problema por ese camino es absolutamente normal. Pero si un adulto se vanagloria de su riesgo de muerte y se muestra acelerando el proceso… tiene serios problemas. De valiente no tiene nada. Nada. No puede dar pelea y busca el reconocimiento social que “alimente” su desmentida y lo ayude a convencerse de que lo que hace con su vida es digno de admiración. Y en esta sociedad de idiotas que nos supimos conseguir, encuentra cientos, cuando no miles de imbéciles que entendieron muy mal la inclusión y le “dan de comer” con comentarios halagadores. Incluir a esa persona es tenerla en cuenta como ser humano. Es no insultarlo ni agredirlo por su condición. De ninguna manera es adaptarle la realidad, distorsionándola a tal punto de estar fomentando su patología. Leí hace poco un post que decía que había que enseñarles a nuestros hijos a no hacerle bullying a un chico obeso. Algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo. Pero comenté “Al mismo tiempo de enseñarle a los padres a alimentar bien a sus hijos para que no padezcan obesidad mórbida a tan temprana edad”. Si alguien cree que estoy apoyando el bullying, pues a recursar “Comprensión de textos”. Lo que planteo es que, si la sociedad toda va a aplaudir la cantidad de pis que me hice de noche, pues en nada me ayudan a superar mi problema. No hace tanto en la historia peleábamos con la anorexia y la bulimia (aún hoy peleamos). Y muchos tratábamos de explicar a los idiotas que las apoyaban que no eran chicas “delgaditas”, eran personas enfermas camino a una muerte segura. … Pues hemos evolucionado en la imbecilidad. Ahora, bajo el imperio de la Inclusión y el mantra “todos los cuerpos son hermosos” tenemos que pelear con los estúpidos que apoyan a las tres enfermedades y vitorean a una persona adulta que pesa 35 kilos, padece amenorrea y tiene la garganta destrozada por los vómitos, entre otros síntomas, y al mismo tiempo aplauden a personas cuyo corazón tiene que bombear sangre como si tuviera tres cuerpos que abastecer, sus articulaciones se despedazan a diario y tienen que andar en silla de ruedas para trasladarse una cuadra y que no sea de noche cuando lleguen a la esquina. Es hasta increíble que en la era en la que cualquiera puede acceder a la información acerca de las graves consecuencias que tienen estas enfermedades, no sólo no hayamos acabado con los infelices que apoyan la anorexia como si fuera una dieta, sino que además tenemos que enfrentarnos a que ahora “defienden” la obesidad mórbida, so pena de juzgarte “discriminador” si cuestionás el enfermizo post. Y no es lo mismo “de talla grande” que tener unos kilos de más, estar gordo que padecer obesidad. A mayor “kilos de más”, mayor el riesgo de contraer dolencias, enfermedades jodidas y hasta de morir. Sólo un idiota aplaudiría a un enfermo de cáncer de pulmón que se jacta de cuántos paquetes de cigarrillos se baja por día. Sólo un imbécil apoyaría a alguien con cirrosis que se ufana de cuántas botellas de vodka consume a diario. Y sólo una sociedad cada día más boluda e idiotizada por la ridícula exageración ideológica de estos tiempos es capaz de ovacionar y hasta alentar a alguien con obesidad mórbida que se muestra orgulloso comiendo como un cerdo. … Con los avances tecnológicos que fomentan el sedentarismo y el boom de la comida chatarra el porcentaje de niños obesos está creciendo en forma alarmante desde hace años. Tenemos de dejar de fomentar que la obesidad mórbida sea vista como “una forma de ser”. Tenemos que dejar de aplaudir y alentar a gente que necesita ayuda para tomar conciencia y pasar a la acción en pos de sanar en lugar de regodearse en su patología. Porque aun cuando fuera cierto que la belleza viene en todos los tamaños, lamento decirles que la salud no. Y si no comprendemos que la obesidad es un trastorno de salud grave, pues mucho más lamento decirles que también nosotros estamos enfermos de gravedad…
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𝗣𝗼𝗿 𝗾𝘂𝗲́ 𝗮 𝗺𝗶́

Esperar que la vida te trate bien porque sos buena persona es como esperar que un tigre no te ataque porque sos vegetariano. - Bruce Lee --- Soy un buen tipo. Al menos estoy convencido de ello. Siempre, cometiendo errores como cualquiera, he tratado de hacer “las cosas” bien. Así, sencillo. Sin demasiada vuelta. Cuando amé, lo hice con el alma. Crié hijas dando lo mejor de mí y tratando de protegerlas de lo peor que mi humanidad porta. Siempre he sido leal a mis pocos amigos. Soy un tipo honesto. Laburador. Bienintencionado. Por qué, la puta madre, he tenido que pasar por las cosas chotas que me han tocado vivir entonces? Qué poderoso y caprichoso dedo se entretiene cada tanto en apoyarse sobre mi cabeza y presionar? Qué enfermo placer encuentra el dueño del gran Dedo en joderme la vida? Qué mierda hice en esta vida para merecer tanto castigo? … A los 23 años tenía una empresa maderera. Compraba la madera “en pie”, esto es, sólo los árboles, hacía un contrato de tiempo con el dueño del campo y en ese lapso talaba y vendía la madera a papeleras. Corinto –tal el nombre de mi empresa– ya tenía algunos kilombos a poco de empezar. Los agrónomos que habían analizado el monte me habían informado mal acerca de qué clase de eucalipto era el plantado y yo había pagado mucho más del valor real de esa madera, que a poco de comenzar a talarla, dejó de ser la especie que se podía vender a papeleras y pasó a ser de la que sólo podía venderse a fábricas de aglomerado, con un precio muy inferior por tonelada. Para rematarla, el costo del combustible se me había triplicado, porque la empresa más cercana que compraba la madera que ahora tenía era Fiplasto, y quedaba a 300 kilómetros del monte en Cañuelas, en contrapartida de los escasos 100 a los que estaba la papelera a la que le había vendido las primeras toneladas. –Juan –dije recaliente. –Qué pasa? –me preguntó mi analista. –Cómo qué pasa!? Qué pasa? Qué pasa? Llueve! Eso pasa! –Ajá… –contestó. Lo hubiera matado de la bronca que me daba su mirada zen. –Juan… con los kilombos que tengo no estoy para que llueva. Cuando llueve, no puedo entrar el camión porque cuando lo cargo, se hunde y no salgo –dije, en un tono de voz que no sé cómo no vino a atenderme el psicólogo del consultorio de al lado también. Y seguí, tan caliente o más que cuando había empezado, con tono de maestrito ciruela: –Y si no salgo, no entrego. Y si no entrego, no cobro. No es muy difícil de entender, Juan –dije con cara de orto, casi pretendiendo verduguearlo. –Pobres los 90 mil evacuados que están sin casa por tu culpa… –me contestó el desgraciado. Por un instante quise asesinarlo. Hasta que recordé que le pagaba para que me ayudara a reflexionar sobre mi vida y me dí cuenta que el tipo se estaba ganando la guita justificadamente. … Muchas veces en mi vida miré para arriba con la soberbia que supone imaginar que sos tan importante en esta Tierra como para que el gran Dedo se ocupe en joderte a vos. Específicamente a vos. Una estupidez de proporciones gigantescas… No llueve para joderme a mí. Sólo llueve. Y así como a algunos esa lluvia sólo les complica la caminata hasta el bondi para ir al laburo, a otros los saca de sus casas. Y en el medio, en una escala pretendidamente objetiva, están aquellos a quienes esa lluvia les complica la vida mucho más que al que la resuelve con un paraguas, pero mucho menos que a aquél que está en un refugio preguntándose cómo mierda va a recuperar todo lo que perdió. Pero ni siquiera ése está en el pináculo del sufrimiento. Ni siquiera ése puede mirar para arriba. Porque a su lado bien podría haber alguien postrado en una cama, con fecha de vencimiento dada por un diagnóstico de mierda, que daría todo lo que tiene a la lluvia a cambio de vivir. A todos nos llueve. A algunos más, a algunos menos. Pero nos llueve a todos. Y si bien nunca acepté como consuelo el que haya en esta Tierra otros para los cuales llueve mucho más intensamente que para mí, de todas maneras, no dejo de ver que ninguna de esas lluvias que me han tocado vivir se hayan llevado mi casa. O mis cosas. O mi gente… Hace unos cuantos años me tocó acompañar a un gran amigo en una de las mierdas más “antinaturales” que te puedan tocar vivir: enterrar un hijo. Hija, en su caso. Yo ya no tenía la empresa maderera desde hacía muchos años. Pero si la hubiese tenido, el camión hubiese podido entrar y mi empresa facturar. Porque era un día absolutamente despejado. Hermoso… Y sin embargo, no había paraguas que pudiera proteger a mi amigo de la lluvia de su propio llanto, de su propio dolor. Ni a mí, que caminaba a su lado y me retorcía de la angustia que sentía por él… … Desde hace mucho tiempo, cuando llueve en mi vida, trato de bancármela lo mejor que pueda. Y lucho para salir de las aguas desbordadas que esa lluvia pueda traer consigo. Pero todo el tiempo, aún bajo la tormenta más poderosa que me haya tocado soportar, no he dejado de ver, ni por un instante, todo lo que esa lluvia no se llevaba. Que es, justamente, todo aquello que me da las fuerzas para llegar a los días soleados. Ésos que disfruto intensamente, absorbiendo cada rayito de sol, por muy chiquito que sea. Para poder tener de qué agarrarme cuando, por esas cosas de la vida, llegue la próxima tormenta…
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𝗖𝗼𝗿𝘁𝗮 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗼𝗿𝘁𝗮 𝘃𝗶𝗱𝗮

Quien procede injustamente es más desgraciado que la víctima de su injusticia. - Demócrito Nací macho. No es algo que haya elegido. Simplemente nací así. Y si bien no soy violento por naturaleza, algunos dirían que soy “territorial” y que reacciono agresivamente cuando me provocan. De todas formas, no logro comprender cómo es que llegué a esta situación. Cómo es que pasé de ser un tierno e indefenso crío a estar envuelto en esta brutal batalla. … Nada que recuerde de mi historia concuerda con este momento de mi vida. Crecí en un hogar a las afueras del pueblo y tuve una infancia feliz. Fui alimentado como cualquier criatura y con todos los cuidados y el cariño que era de esperar. Y hoy estoy en medio de esta lucha a muerte con alguien a quien nunca había visto en mi vida. Y al que estoy seguro que nada le he hecho. No entiendo su odio a mí. Simplemente no lo entiendo. Mucho menos creo que haya algo en mí que justifique que haya tanta gente que destila veneno gritando en mi contra. No entiendo por qué, en esta cruel contienda, nadie, absolutamente nadie, me alienta a mí. Y sí se desgañitan animándolo a él a que acabe conmigo, sin tener en cuenta que no fui yo quien comenzó la pelea. Fue él, que bien sabe cómo provocarme, el que logró que finalmente me descontrolara y tratara de golpearlo. No, no fui yo quien comenzó. Y ni siquiera soy del todo yo el que sigue intentando pegarle. Es él, que sabe que una vez que empiezo no puedo detenerme, el que tomó ventaja de mi debilidad e hizo que yo reaccionara. Nunca imaginé que todo se trataba de una estrategia. Nada sabía de la habilidad que tiene para esquivar mis golpes durante el suficiente tiempo como para agotarme. Llámenme estúpido, pero de lejos se lo veía mucho más pequeño que yo. Fácil, si se quiere. Menos imaginé que no sería una pelea limpia. Y que sus amigos esconderían armas para ir dándole al momento en que yo comenzara a sentirme agotado. Y que el muy cobarde me apuñalaría por la espalda una y otra vez, aprovechándose de mi imposibilidad de desistir por mi condición de macho. Y ahora borbotones de sangre cubren mi espalda y bombean mi vida al suelo, debilitándome al acelerado ritmo de mi corazón. No está en mi rendirme. Es más fuerte que yo. Sé que es eso lo que va a terminar matándome, pero no puedo parar. Porque soy macho. El verdadero macho de esta historia. Y no el pusilánime traicionero que tengo enfrente. … Nadie escucha mis gritos, mezcla de ukases de guerra y desgarrante dolor. Los de odio de la gente son tanto más fuertes… tanto más… El sudor de mi frente apenas me deja ver y la fatiga dobla mis rodillas. Y siento que desfallezco en cada desesperado embate en el que intento golpearlo sin éxito. Presiento el fin de mi vida casi suplicando que así sea. Rezando para que acabe de una vez esta pelea que no sabía que la tenía perdida desde el principio. No es justo, claro que no. Pero es mi realidad. Y voy a soportarla hasta mi último suspiro. Ese momento en el que la verdadera “bestia”, esa horda de gente enardecida, llenará de vítores y flores a este infeliz al que llaman “torero…
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𝗨𝗻 𝘁𝗼𝗰𝗼 𝘆 𝗺𝗲 𝘃𝗼𝘆 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝘂𝗻𝗰𝗮 𝗳𝘂𝗲

Me basta mirarte para saber que con vos me voy a empapar el alma. - Julio Cortázar --- Era demasiado temprano, en hora y en época, como para que alguien llegara al pub aquella noche de verano... … En aquella época, Juan Salvador –el de la Costa (el original quedaba en Belgrano)– estaba frente al mar en el medio de la nada, a mitad de camino de los agrestes 12 kilómetros que separaban Mar del Plata de Santa Clara. Apenas había comenzado la temporada y era la primera del pub que, recién inaugurado y sin promoción, contaba con el de boca en boca para competir con los bares de Alem e ir armando su propia gente. Me había servido un Martini Bianco y estaba concentrado practicando “enganches” para cuando llegara la hora de comenzar a regular la música del ambiente. Venía de un año trabajando en el mismo pub pero en Belgrano, unos de los corazones de la “movida” en aquellos tiempos. Una vida de locos. Viviendo de noche, a contramano del mundo, con los vicios que esa vida conlleva. Alcohol, humo y relaciones ocasionales con cuanta mujer estuviera dispuesta hacían la envidia de muchos de mis amigos, a pesar de que yo estaba agotado de ese constante despilfarro de energía y horas de sueño. Había llegado a Mar del Plata cuando Juan Salvador aún estaba en construcción y desde hacía unos días, había dejado un departamento que los dueños habían alquilado para mudarme a la planta alta del pub, a un cuarto que acondicioné como para que “estar” ahí fuera realmente confortable. Y desde ese momento en el cual mi vida transcurría en esa enorme casona, intentaba bajar cambios de aquella locura que traía de la capital. Algo que no lograba del todo. Una sorda ansiedad se mantenía viva en la boca de mi estómago, a pesar del cálido ambiente que las maderas oscuras, las luces tenues y el hogar de piedra generaban. Los grandes ventanales de vidrio repartido que daban al enorme parque no alcanzaban para llevarse hasta el mar a ese malestar de base que me acompañaba todo el día y que por momentos se apoderaba de mis pensamientos, confundiéndolos, no dejándolos llegar con claridad a mi conciencia. ... La puerta de entrada estaba emplazada perpendicular a la barra y una columna que sostenía el ángulo de la “L” que era el pub no permitía ver quién entraba hasta que la hubieran traspasado por completo, lo que hizo que su perfume llegara a mis sentidos antes de que pudiera ver cómo giraban en el aire sus negrísimos cabellos, haciendo las veces de un telón que se abría para que pudiera perderme en sus no menos oscuros ojos. Esos ojos que ya conocía y que me mantuvieron inmóvil, con el disco girando en balde bajo mis dedos, mientras en la otra “bandeja” sonaba Paul Young con “Every time you go away” (Cada vez que te vas) y yo sonreía por la ironía que suponía que ese tema sonara mientras yo pensaba en todo lo que sentía cada vez que ella llegaba. –Turquita… –atiné a susurrar. Su mirada clavada en la mía y una acogedora sonrisa fue toda la respuesta que obtuve mientras se acercaba a la barra. El escote de un veraniego vestidito que se bamboleaba al compás de sus pasos dejaba ver parte de sus pechos. Blancos, tersos, suaves a la vista. En forma de pequeñas gotas que remataban en los pezones que podían adivinarse por debajo de la delgada tela del vestido. Se estiró para darme un beso por arriba de la barra, para dejarme en el aire cuando, a mitad de camino, se arrepintió y decidió dar la vuelta para hacerlo. Al momento del encuentro de su cuerpo contra el mío los últimos acordes de Paul Young dieron paso a un silencio que nos cobijó mientras intentábamos infructuosamente fundirnos en la piel del otro. Sin soltarla me senté en el taburete, abrí las piernas para dejarla entrar y acaricié su cabeza que ahora, ya apoyada sobre mi hombro derecho, parecía buscar el encastre ideal, cuando realidad era un modo más de refregarse como lo haría un gatito antes de acostarse. –Hola –dejó caer en mi hombro. –Hola –apoyé contra su frente. Y en una córeo no ensayada, me paré, la tomé de la mano y subimos en silencio las escaleras. Abrí la puerta de mi cuarto dándole lugar para que pasara. Sólo para interrumpir esa entrada tomándola por la cintura desde atrás, rodeando su abdomen con mis brazos y mezclando beso y mordida sobre su cuello, ahí, donde se junta con el hombro. Se arqueó hacia atrás buscando mi boca mientras con mis manos separaba los breteles del vestido para hacer que cayera a sus pies. Dio un paso como quien sale de un pocito, giró para encontrarnos sin despegar su boca de la mía en un tibio y lascivo retuerce de labios y ambos nos dejamos caer en la cama… … No fue el inicio de una historia de amor. Fue el segundo y último tiempo de un primero que había ocurrido en Buenos Aires tiempo atrás. Un primer tiempo que simplemente se había dado una noche cualquiera en la que se había hecho muy tarde como para volver a mi casa y que me llevó a dormir a la de ella. O al menos esa fue la excusa que encontramos. No fue el caso de éste. Este segundo tiempo lo buscamos. Sin pretextos, sin excusas. Así, tan desnudos de alma como estaban nuestros cuerpos mientras mi piel se encontraba con la suya en ese cuarto escaleras arriba. Aquella primera vez habíamos charlado, reído y nos habíamos puesto serios. Pero esta vez, como ya conté en otro relato, la charla, la risa y el ponerse serios vino después. Desayunamos en el balcón terraza envueltos en una frazada, en silenciosa contemplación de un amanecer sobre el mar que, cual las doce de Cenicienta, anunciaba el final de nuestro propio cuento. … “Hay quienes no vienen a quedarse en tu vida, vienen a tocarte e irse”, leí alguna vez por ahí. Y ella me había tocado. Ya no había ansiedad. Se había caído en algún peldaño de la escalera a mi cuarto. O tal vez ya se había ido por la puerta del pub al mismo momento en que su perfume alcanzaba mis vísceras. No sé cuándo fue. No sé por qué tampoco. Pero yo me había encontrado en ella, entre sus delgadas piernas, contra sus respingados pechos, en la humedad de su boca y lo profundo de su sexo. Un mes después viviría un frustrado amor de verano que me tuvo a maltraer un buen rato, pero ésa es otra historia. Porque en ésta algo en mi interior se había corrido de lugar para siempre. Algo muy dentro de mí había hecho espacio para que Marcela, la turca, se acomodara en ese rincón, justo ahí, donde los latidos cada tanto aún hoy pronuncian su nombre. Ella se fue y yo trabajé allí el resto del verano. Hubo un segundo verano y Juan Salvador cerró sus puertas para siempre. Y hoy es una casona perdida en el continuo de construcciones que es el camino entre Mar del Plata y Santa Clara. … Hay quienes no vienen a quedarse en tu vida. Vienen, te tocan y se van. Y ella vino y me tocó. Pero se fue sin irse. Porque yo podría jurar que si hoy visito esa casona y subo las escaleras, voy a encontrarnos, en un tiempo y espacio alternativos, tan desnudos y abrazados como aquella noche de verano. Y que si miro hacia el mar por la ventana del balcón terraza, un sol apenas asomado, no terminará nunca de salir, esperando inútilmente el momento en que volvamos a despedirnos envueltos en una frazada. Porque hay quienes no vienen a quedarse en tu vida. Y sin embargo, vienen, te tocan, y se quedan para siempre…
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𝗠𝗲𝗹𝗼𝗱𝗶́𝗮 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗻𝗰𝗮𝗱𝗲𝗻𝗮𝗱𝗮

Un día voy a escribir todo lo que siento. Y vas a leerlo y a preguntarte si se trata de ti. Y probablemente sí. Y posiblemente ya no. - Instagram/Escritos --- La imaginación tiene ese fantástico poder. Con la imaginación puedo hacer cualquier cosa. Lo que se me ocurra. Por eso hoy, mujer, voy a tocar el piano para vos. Y voy a componer, sobre la marcha, una melodía única, con la esperanza de que apenas logre reflejar todos los sentimientos que despertás en mí. Pero no voy usar notas musicales. Voy componerla utilizando un montón de verbos que encontré en un cajón donde guardo todo aquello que absorbo de la Vida. Un cajón repleto de pasiones, de las más rojas y de las más calmas, pero todas con un nivel de intensidad que con sólo tocarlas me recorre la sensación de una nueva huella que queda grabada en mí cada vez que las vivo. … Mi sonata empieza mirándote, en silencio, casi en niveles de contemplación. Un mirarte con las manos suspendidas sobre el piano y que es mejor cuando no ves que te miro, cuando soy sólo un espectador de tu belleza… un mirarte que ansía explorarte, así, de a poco… Golpeo suavemente las teclas y puedo sentir las primeras notas en la punta de mis dedos. Se estremecen con cada pulso y desean escucharte decir mi nombre con cierto pudor, como si pudieras anticipar los próximos movimientos musicales de mi concierto. La melodía sigue siendo suave mientras busco olfatearte soñando con el momento en que pueda acercarme lo suficiente para poder saborearte. Acentúo algunas notas para intentar seducirte y me falta el aire de sólo imaginar que vas a acercarte como para que pueda alcanzarte… y tocarte. Ya está. Ya viste que te miraba. Ya venís despacio, sólo para que sea yo quien tenga que dar más pasos… siempre te gustó sentir cuánto te deseo y acelerar el paso es una de las tantas formas de decírtelo. Te abrazo y la melodía se acelera, se pone más intensa. Con sonoros acordes que hacen de intro al despliegue de mis manos, que tiemblan de ganas. Te beso y te recorro la espalda con las yemas de mis dedos. Te estuve pensando y quiero que sepas cuánto. Por eso te tomo por la cintura y te traigo hacia mí… Voy buscando ansiosos sonidos y los voy uniendo en un fluir ligero, suave, manteniendo una armonía inmaculada pero resuelta a migrar a sanguinaria. Mis dedos van cobrando una magnífica seguridad con cada golpe de tecla, con cada nota que resuena entre los dos, con cada arriesgado acorde con el que innovo. El ritmo se hace presto, desordenado, con algunas disonancias que paradójicamente suenan increíblemente bien, maravillosamente melodiosas. Los dedos se enredan entre tantos verbos que se agolpan en el teclado… la intensidad aumenta… te quiero, te odio, te busco, te alejo, te desgarro, te cuido… Te despeino, te muerdo, te aprieto y te suelto. Mis manos enloquecen yendo y viniendo de un extremo al otro del piano, con profundos graves que conmueven el cuerpo y osados agudos que calan el alma. Sube el volumen de las notas, en una despiadada invasión del ambiente, con furiosos acordes y apasionados arpegios que sirven de antesala al vigoroso estruendo que se acerca. El sonido nos envuelve, colándose entre tu cuerpo y el mío, llenando los pocos y diminutos espacios que quedan entre ambos. Nos sacude de un lado a otro. Cada vez con más intensidad, cada vez más fuerte, casi con violencia, para finalmente mezclarse en el eufórico final… Ya no suena melodioso. Es disonante por completo. Caótico. Sin tiempos. Sin ritmo. Te estallo… y yo también estallo. … Vuelvo a apoyar los dedos sobre el piano… suave, casi dejándolos caer… alternándolos con delicadeza para que las notas puedan distinguirse aún en medio del continuo de los compases. Y otros verbos se suman al concierto. Incluso se cuelan notas que no son verbos pero que se disfrazan para poder ser parte de los insomnes y magníficos acordes que suenan entre nosotros. Te peino, te acaricio, te anochezco… Me quedo y te protejo. Vuelvo a mirarte, como si la melodía volviera empezar. Pero esta vez digito en tu oído una tierna cadencia, la misma con la que se inició la abrasadora tonada. Y haciendo caso omiso a que estás pegada a mí, murmuro: –Vení, abrazame… Y te traigo sobre mi pecho... y te duermo. Y me duermo. Y te sueño… … Y despierto… Te madrugo. Te desayuno y te beso. Una nueva melodía que es la misma de siempre. Por eso esta sonata para vos, por eso este concierto para dos. Porque te olvido, te recuerdo, te peleo y te vivo. Porque te canto, te escribo, te pienso, te siento. Y porque finalmente, todas las notas de este piano se agolpan en el maravilloso acorde que condensa todos los verbos que conjugué en esta desencadenada melodía. Ese acorde que suena cada vez, todas la veces, que te digo que te amo…
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𝗘𝗹 𝘂́𝗹𝘁𝗶𝗺𝗼 𝗽𝗼𝗲𝘁𝗮

El arte hace los versos, pero sólo el corazón es poeta. - Andrea Chénier --- Ya no hay Troya que conquistar para recuperarte ni épicas batallas para luchar con tenacidad bravía. No puedo más ser el héroe de tu historia y morir en el campo de batalla pronunciando tu nombre... … No hay ya más circo romano ni leones. Ya no puedo ser el gladiador que admires desde las gradas del Coliseo, por salir airoso de la condena del Emperador. Ya no puedo matarlo y marcharme de esta vida con honor dando un último suspiro en tus brazos. Ya no hay caballos blancos a los que subirse para cabalgar raudo a tu rescate. No hay más indios que te atrapen ni hogueras de las cuales sacarte justo a tiempo. No. Ya no. No hay más carruajes para ir a buscarte ni calabazas para convertir en carrozas. Tampoco hay más zapatos de cristal para probar hasta encontrarte. No hay más dragones con los cuales pelear para salvar a tu pueblo, para llegar herido después de la batalla y conseguir así la gracia de tu sonrisa. No existen más brujas que te hechicen y te duerman en algún bosque perdido ni tengo ya el poder en mis labios para despertarte. No hay más ciudades que conquistar en tu nombre, ni cascos ni espadas ni sables. Ya no hay armaduras ni lanzas para batirme a duelo en una justa medieval por el derecho a cortejarte. Ni caballeros con los cuales enfrentarme. No hay más mazmorras a las que treparse. Ni cadenas que romper para liberarte. Ya no hay bosques en Sherwood donde encontrarme con vos a escondidas para declararte mi amor. Ya no hay siquiera capas que poner sobre los charcos ni barro en las calles de los que protegerte. No tiene más sentido alguno caminar con vos siempre atento a que estés del lado de la pared, aun cuando siga haciéndolo. Ya nadie más lo hace. Ya casi nadie sabe de dónde viene esa costumbre. Ya nada de eso existe, ya nada de eso tengo. Pero tengo éstas, mis letras. Mis letras son mi soga a tu balcón. Son mi caballo y mi carruaje. Mis letras son mi bastión, mi fortaleza. Son el castillo donde protejo la pureza del romance, el eterno cortejo, la permanente búsqueda de tu sonrisa como el más alto premio a mi devoción. Acá soy el rey sometido voluntariamente a los deseos de su reina, soy el caballero andante dispuesto a luchar con los dragones que amenacen tu vida, el héroe siempre dispuesto a cabalgar por tus sueños. Las letras son mi armadura, mi lanza, mi espada. Las letras son, amor mío, mi caballo de Troya. Son mi coraje, mi honor y mi hombría. Son mi rodilla apoyada en el piso en espera de que me nombres caballero de tus tierras. Por eso, en esos días en que detengo el tiempo por un instante tan sólo para poder contemplarte, en esos días en los que logro atravesar tu belleza y te veo el alma, es tan maravilloso lo que allí hay, que voy en busca del caballo, la lanza y la armadura. Traigo del bastión toda la poesía protegida y la pongo en letras. Letras que revoleo en el aire, sin orden y sin gracia, con el único fin y pretendida nobleza, de ser el caballero que las pone a tus pies…
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