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El paraíso de las ratas.
En el siglo pasado un grupo de científicos conductistas querían ver cómo sería una sociedad en dónde todo tipo de necesidades estarían cubiertas y sus habitantes solo se dieran al disfrute y el hedonismo. Así es como surgió el experimento llamado Universo 21 (al que yo bautice a fines creativos como el hotel de las ratas), que era básicamente un corral con suficiente comida, agua y lugar de descanso como para un grupo máximo de tres mil quinientas ratas, literalmente no les faltaba nada. El objetivo de tal experimento era poder observar el comportamiento social antes de su inevitable colapso por sobrepoblación.
Una vez todo listo largaron un pequeño grupo de ratas y ellas rápidamente empezaron hacer uso del hotel. La primera generación se dió la gran vida y con una existencia tan cómoda, rápidamente empezaron a reproducirse a gran escala. El hotel de las ratas inmediatamente comenzó a poblarse con las siguientes generaciones, aún así todavía había mucho espacio y capacidad en él.
Sin embargo, cuando iba por las dos mil y pico de ratas, todo cambió. Las ratas ya no se sentían cómodas, a pesar de que todavía tenían comida y espacio suficiente y el hotel de las ratas se volvió una auténtica pesadilla. Las ratas cambiaron su conducta, primero dejaron de reproducirse y esto por algún motivo se transformó en un acoso constante a las hembras, ellas también cambiaron, las que se embarazaban devoraban las crías ni bien las parían. Los machos por su lado se dividieron en dos grupos, los débiles y los fuertes (a quienes los científicos bautizaron como los hermosos). Los fuertes se ejercitaban, se acicalaban y se la pasaban acosando a los débiles; y los débiles por su parte, se aislaron del resto, se descuidaron, dejaron de comer y hasta se arrancaron el pelo. Los científicos dieron por finalizado el experimento cuando el canibalismo comenzó.
Para más detalles vaya a ver su vídeo de Youtube más cercano.
A colación de todo este mambo que les acabo de explicar, una de las primeras cosas que me llamó la atención, fue la gran cantidad de ratas que hay en la alcaldía dónde me encuentro detenido actualmente. Afortunadamente casi ninguna entra y se mantienen a las afueras del edificio.
El pabellón donde me encuentro está en un segundo piso y entre pabellón y pabellón hay un patio, o mejor dicho un terreno baldío. Todo esto me proporciona una vista privilegiada a lo que yo denominé como el paraíso de las ratas.
El paraíso de las ratas es la tierra de nadie entre pabellón y pabellón, un lugar donde los roedores acampan a sus anchas con gran soltura, y han acogido este lugar como su hogar construyendo caminos y madrigueras por doquier. Y en mi carácter de persona muy al pedo he dedicado largas horas a la observación de esta hermosa sociedad; y ahora tendré el placer de contarles mis conclusiones.
El paraíso de las ratas está a otro nivel que el hotel de las ratas, es una sociedad más compleja, más completa, más poblada y posiblemente con un mejor confort. Pero igual que en el hotel de las ratas nada es perfecto y un cambio de paradigmas puede convertir el paraíso en un auténtico infierno.
Las ratas viven en una sociedad próspera en términos reproductivos, eso quiere decir que hay ratas de todas las edades y tamaños, ratas bebes, ratas jóvenes, y ratas viejas, son las que conforman la sociedad. Se las puede ver mayormente en la mañana y cuando empieza a ocultarse el sol, durante el día se esconden en sus madrigueras y solo unas pocas valientes, salen a esas horas corriendo el peligro de ser la presa de un aguilucho.
Aprovechan cualquier cosa que el preso les tira, comen el pan de ayer y las sobras del catering. También dan provecho de las bolsas y ropas viejas, las cuales utilizan para el acondicionamiento de las madrigueras. El preso en sí, no tira la basura por la ventana por sucio, sino por una cuestión de practicidad y control de plagas (si guardamos toda esa basura en nuestras celdas, las ratas van a dejar de estar afuera y van a comenzar a entrar.
A pesar de que las ratas tienen comida en sobreabundancia, no existe la distribución igualitaria de bienes, aplican la ley de la selva, son ratas tumberas. Se pelean entre ellas por un pedazo de pan, las más grandes tienen la ventaja y las jóvenes solo les queda corretearlas por todos lados en la busca de la oportunidad de que suelten la comida y poder hacerse con el preciado botín. Esto es algo inútil porque mientras se pelean por un pancito, hay otros veinte panes por ahí tirados, pero es como si el egoísmo y competencia fuese parte intrínseca del comportamiento animal, debido a que muchas veces pareciera ser que el objetivo principal en realidad fuese sacarle el alimento al prójimo más que asegurarse su propio sustento. Esto último es una cuestión que tranquilamente podemos aplicar tanto a las ratas como a los seres humanos. En algunas ocasiones las ratitas primerean a la rata grande y arman verdaderas marañas de ratitas alrededor de un rancho podrido, es un espectáculo digno de ver en el que se forman montículos peludos de movimientos convulsivos y agudos chillidos, que solo acaban cuando la bandeja plástica queda sin un rastro de comida.
Hace una semana tiraron veneno en todo el patio. Esto sinceramente no hizo mucho efecto, muy pocas fueron las ratas que murieron, solo fueron afectadas las ratas jóvenes y las más viejas. Esto fue más molesto para nosotros los presos que tuvimos que aguantar el hedor que dejaron los cadáveres de estás ratas, y provocaron la proliferación de moscas. Las ratas respetan nuestro lugar, entienden que ellas pertenecen a afuera y nosotros a adentro, en cambio, la mosca no tiene respeto por nada ni nadie, primero van y se alimentan de la carne putrefacta, y después entra y posa sus patas sucias en todo lo nuestro, nuestra comida, ropa o rostro. Es algo realmente asqueroso si en realidad uno lo piensa.
El personal del servicio penitenciario al ver que con el veneno no bastaba, en un intento desesperado pusieron tachos de basura en la nave del pabellón y nos pidieron encarecidamente que dejemos de tirar la comida por las ventanas. Cómo buenos infractores de la ley que somos, no le dimos mi bola a las peticiones de la autoridad. Después de unas semanas sin que las cosas cambiarán bajo el jefe de la alcaldía y no instigó a dejar de tirar comida por las ventanas o si no se iban a cortar los beneficios. Ahí accedimos, las amenazas suelen ser un buen disuasivo cuando uno quiere imponer la norma.
Esto despertó mi curiosidad, quería saber cómo iba a reaccionar el paraíso de las ratas.
Los primeros días no hubo gran diferencia, tenían comida de sobra así que el cambio no fue algo repentino. Cuando la comida empezó a mermar, las ratas estaban muy confundidas, se las veía pasear de un lado a otro buscando cualquier cosa, todavía había algo de comida, pero al ser unas ratas malcriadas se resistían a comer comida añeja.
Después de un par de semanas ya no había nada para comer, la desesperación era evidente paseaban todas las ratas a toda hora, y así fueron víctima fácil de los aguiluchos, quienes tenían la manía de matar a alguna rata incauta, destriparla para luego solo comer el aparentemente delicioso hígado, dejando el resto para algún carroñero con menos pretensiones. En este punto las ratas ya comían cosas que jamás habían comido, comieron papel, cartón, plástico y pasto.
Ya para cuando no había nada de nada, dejaron de salir de sus madrigueras, muchas se fueron y las que quedaron apenas se las veía. Sin embargo, pasó lo que los presos más temían. Las ratas empezaron a entrar al pabellón. Un compañero se despertó una noche y tenía una rata en el pecho; otros mataron a palos a otra rata que se había metido en su celda.
El paraíso de las ratas se había convertido en un auténtico infierno; y al igual que en el hotel de las ratas todo terminó cuando comenzó el canibalismo. Los presos se compadecieron de las ratas y paulatinamente volvieron a tirarles basura y todo volvió, de a poco fue volviendo a la normalidad, como siempre debió ser.
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