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Un preso Más

Escritura y literatura
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Un adiós definitivo

Hasta aquí llegué, muchachos. Es hora de decir adiós, todo tiene un final, y este último capítulo es el final definitivo de mi ensayo. Gracias a todas las personas que leyeron y se interesaron por este pequeño fragmento de mi insulsa vida. A aquellos pocos, pero fieles lectores, simplemente les tengo mi eterna gratitud. Sé que hay muchas cosas que me dejé en el tintero, pero les aseguro que acá exprese mis más sinceros pensamientos y hechos de mayor interés. Lo que se queda afuera solo son pequeñeces, cosas superfluas y relatos de menor importancia que solo hubiesen hecho sumar cantidad, a costo de restar calidad a mi, de por sí, ya pobre habilidad como relator. Esto no es el final de mi historia personal, todavía me faltan muchos años hasta que todo esto por fin termine. Pero eso ya me lo reservo para mí mismo. Las cosas que ocurran de acá a futuro y el día que recupere la libertad, son historias que nunca van a ser relatadas. Ustedes no sabrán más de mi estadía en Canadá. Sin embargo, aunque esto sea un adiós definitivo de esta historia, no significa que sea el final de mi literatura. A partir de ahora voy a dedicarme a escribir otras historias. De hecho mientras escribo esto ya he publicado una antología completa de cuentos de terror que ya está disponible para el lector. Me gustaría que fueran a leerla, porque dentro de mi humilde opinión como autor, en ella hay cuentos increíbles dignos de un Nobel de literatura (sarcasmo); y lamentablemente no tuvo la recepción que yo esperaba. Pero ya fuera de bromas, hay cuentos verdaderamente interesantes. Espero que les haya sido agradable el leerme, que les haya hecho reflexionar, y les haya cambiado la forma de pensar, si es que tenían una preconcepción hacía cómo es un preso; no todos somos personas crueles llenas de malicia. Espero que haya podido dar una buena voz a aquellos presos que sufren este lugar y que el castigo que llevan es injusto, o a lo sumo exagerado. Espero que el lector haya aprendido que los presos también somos humanos. Sin más se despide desde el fondo de su corazón, y con un hasta siempre, Un Preso Más. Adiós.
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Fe de erratas

Es hora de hablarles sobre algunas cosas que antes creía que eran de una forma, pero con el pasar del tiempo ya no lo creí así; y además en mis reflexiones cometí errores y no podía dejarlos así. Es muy necesario volver a conceptualizar ciertas cosas, admitir equivocaciones y aclarar que todo lo que acá dije no es tal cual, o por lo menos mi pensamiento cambió durante esta estadía. Para comenzar debo volver a reflexionar sobre algo que escribí hace mucho tiempo, en mi primera entrega, en el capítulo "Una realidad que nadie sabe". Allí, parafraseandome y haciendo un mal resumen, expliqué que si en la sociedad nos tratáramos como nos tratamos en la cárcel el mundo sería un lugar mejor. Hoy en día ya no creo en ello, o por lo menos ya no creo que fuese tan así. No sé confundan, acá hay muchas personas buenas que están por haber tomado malas decisiones, o por equivocaciones de la vida, o por ir por el mal camino, o por tener mala suerte, o porque sí. Gente bondadosa, solidaria y altruista, pero no son la mayoría, personas que no tienen ni una pizca de maldad, las hay, pero son los menos y ellos tienen que soportar al resto. Igualmente, esto es una sociedad y tanto la sociedad de afuera como esta de acá adentro, funciona y sale adelante porque la mayoría de sus integrantes son buenas personas. Ninguna sociedad perdura si la integran más personas malas que buenas, eso es barbarie. Aún así la mayoría de los presos, sin que sean intrínsecamente malvados, son egoístas, oportunistas y ventajeros. Siempre a la expectativa en busca de la debilidad de los otros para obtener de ellos un beneficio personal, y es muy desgastante lidiar con ello todo el tiempo. También existen una minoría, no tan pequeña, que si son verdaderamente malvados, personas realmente viles. A estos últimos no les importa nada y se puede esperar de ellos cualquier clase de locura, afortunadamente la mayoría están en confinados o en población (cada cual con su cada cual). Pero siempre hay algún infiltrado, un lobo con piel de oveja merodeando cerca. Antes había dicho que la sociedad carcelaria era, a su manera, mejor. Pero ahora no creo eso, la sociedad interior solo es el reflejo de un rostro que se refleja en un espejo sucio, de lo que es la sociedad exterior. No somos ni mejores ni peores que ustedes, solo somos la cara que no les gusta ver cuándo se miran al espejo. También tengo que resarcirme sobre mi opinión pre-fundamentada sobre los pabellones iglesia y las personas que lo manejan. En mi primera parte del ensayo fui muy crítico con ellos sin siquiera haber conocido uno, y después el haber vivido en un pabellón iglesia cachivache en la alcaldía me hizo creer que ciertos prejuicios sí eran ciertos. Sin embargo, ahora que estoy en el penal y en un verdadero pabellón iglesia, ya no creo tanto en estos prejuicios preconcebidos que tenía. Si, si bien hay pabellones cristianos que si son un caretaje o que hay miembros en la iglesia que están refugiados ahí, como yo, no todas las personas son así. Hay presos que realmente buscan de dios, presos que le dieron una vuelta de ciento ochenta grados a su vida y hoy en día practican férreamente su fe. Personas que se entregan en cuerpo y alma a dios, y que realmente sus hechos pasados, son pasados y ahora son todos hechos nuevos en la senda de cristo que todo lo puede. Yo nunca pude ser así, nunca pudieron convencerme, ni cambiar mi mentalidad y erróneamente creí que todos eran así. Que todos la careteaban como yo, pero estaba equivocado, acá hay verdaderos transformados. Y hasta cierto punto les tengo un poco de envidia, obviamente ese no es el cambio que quiero para mi vida, pero envidio la fuerza de voluntad que tienen para hacer morir al viejo hombre que eran, envidio el poder de convicción que tienen, para prevalecer fuertes día tras día. Los siervos, los reales siervos, son un ejemplo de ello. Ellos se sacrifican día tras día por el bien y la seguridad del resto, sin que aquello les traiga un beneficio particular, más que la convicción de que están obrando para la honra del Señor. Todos los días se tienen que levantar temprano, más temprano que el resto, y deben cargar en los hombros el peso de llevar adelante y por la senda del bien al pabellón. Deben cuidar a los débiles para que esté ambiente de mierda no se los lleve por delante, deben asegurar la mejor convivencia posible en el pueblo. Básicamente son las niñeras de otros presos y cuidarlos de que no los caguen. Para colmo deben hacer esta labor día tras día, sin descanso y esto a la larga los perjudica más de lo que los beneficia. Manejar un pabellón provoca que vayas ganando muchos enemigos con el tiempo, y en Canadá no es el mejor plan tener enemigos esperándote en otros pabellones o penales. También se ganan el repudio de los judiciales, ser siervo, manejar un pabellón es considerado, para ellos, como adaptarse al sistema carcelario, y lo más probable es que esto te perjudique a la hora de pedir un beneficio. Ser un siervo, es más una entrega a dios y acción altruista que buscar tu beneficio personal. Estar en una verdadera iglesia me amplió el panorama y me hizo darme cuenta de que la conversión realmente existe, la fe realmente existe. Y no aclarar mi cambio de perspectiva sería censurar el lado bueno de esta moneda que llamamos pabellón hermanitos. Otra preconcepción que tenía pero al final no resultó ser así, fue el de la transfobia. Pensaba que era abundante pero al final no era tan así, caso contrario, y todavía no entiendo porque es eso, la homosexualidad si está muy mal vista en el ambiente tumbero. Un puto solo puede vivir en un pabellón de diversidad de género, en otro pabellón no dura mucho tiempo y es muy maltratado en caso de que caiga en el pabellón equivocado. Los trans tampoco podrían vivir en otro pabellón, pero fuera de ellos, y para mí sorpresa, son muy respetados y tratados dignamente. Creo que ya lo mencioné, pero acá la persona que maneja la droga es La Negra, una mujer trans, que es la referente del pabellón nueve. Tanto dentro como fuera del pabellón es tratada con mucho respeto y nadie se anima a dirigirle la palabra o tan siquiera a hablarle. Pero ella es un caso especial, ella se ganó el respeto a pulso, imponiendo su rudeza con violencia, haciéndole frente a cualquier tumbero que se quiera hacer el guapo. A modo anecdótico. Me acuerdo que un compañero mío, que es referente de la cancha, tuvo un altercado con La Negra, a ella le habían desaparecido unas zapatillas cuando fueron a cancha, y mi compañero tuvo la mala suerte de estar ese día trabajando ahí. Después del incidente mi compañero estuvo como dos meses refugiado dentro del pabellón y no salía para nada por miedo de que La Negra quisiera hacer justicia por sus zapatillas perdidas. Los trans son tratados dignamente acá, en nuestro pabellón, en el lado de los confinados, cada tanto viene una mujer trans que está con la rotativa, Lore, se llama. Ella al igual que La Negra se ganó el respeto a pulso. Antes hubiese sido impensable que un travesti pudiera vivir en un pabellón de confinados, con los más violentos e inadaptados de esta sociedad. Sin embargo ella vino a cambiar las cosas. Todavía algunos se lo recriminan y le dicen que se vaya al pabellón de putos, pero ella le aplica mafia a todos, cerrándosle la boca. No se deja amedrentar por nadie y si se tiene que desengomar para pelearse con quién sea, lo hace sin problemas. Cuando ella llega al pabellón impone su ley y todos tienen que hacerle caso a regañadientes. Cuando ella llega el llompa se vuelve más silencioso, excepto por la música electrónica que pone a todo volumen a altas horas de la noche. En la facultad también llegó está cierta deconstrucción, tenemos dos compañeras trans. Ellas son tratadas de ELLAS, como si fueran otra mujer más. Todos les hablan, se sientan junto a ellas, comparten la comida y el mate con ellas como si fueran un preso más. Hasta las saludan con un beso en el cachete. No existe ningún tipo de discriminación. Es más, cuando llegué a la facultad me di cuenta de que era yo quien tenía que romper esas barreras. Me sentía incómodo si me tenía que sentar al lado de ellas, no les hablaba y no las saludaba con un beso, a lo sumo les estrechaba la mano si ellas tomaban la iniciativa para saludarme. Me preocupaba mucho que alguien me vea hablando con un travesti. Me costó mucho naturalizar su presencia y romper esos prejuicios que de manera inconsciente la cárcel me había implantado, y todavía sigo trabajando en ellos. Estas son las correcciones y meas culpas que debía hacer por mis errores en reflexiones pasadas. Afortunadamente no fueron demasiados, debido a que hice bien mi labor como observador consciente en toda esta experiencia, pero aún así era debido aclarar ciertas equivocaciones.
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Una maldición silenciosa y mi mayor miedo.

No soy supersticioso, no creo en maldiciones, ni en el karma, ni en muchas de esas giladas, sin embargo, si lo pusiéramos de manera estadística pareciera aparecer un patrón que por lo menos resulta ser muy sospechoso. Esta cuestión que parece alcanzar a uno de cada tres presos, también es uno de mis mayores miedos estando acá y ojalá nunca tenga la desdicha de sufrir semejante mal. Aunque tarde o temprano a todos nos toca vivirla, pero es algo que para nada me gustaría tener que vivirla estando en cana. Estoy hablando de la pérdida de un ser querido estando acá. Obviamente que se te muera un ser amado nunca es algo agradable, pero estando en cana la cosa es peor. La frustración es inmensa, te sentís completamente impotente, completamente alejado de tu duelo. No podés estar con tu familia, no podés recibir su consuelo, ni consolarlos. No podés despedirte de aquella persona que ya partió, ni estar en su funeral, debe ser algo desgarradoramente horrible. Como si fuera poco, pareciera ser que está maldición ataca aquella persona que más queremos en la vida, aquella persona que quisiéramos que sea eterna. Nuestras mamás. Ya he visto a muchos sufrir la pérdida de sus madres estando acá y la mayoría de los presos reincidentes y viejos, cuando charlamos y le digo que mi madre viene a verme, no pueden evitar mencionar a su madre que iba a todas la visitas en la condena anterior o que hace años que no reciben visitas, porque sus mamás ya no están. Yo ya tuve que consolar, con mi torpeza, a varios compañeros que perdieron a un ser querido, desde que estaba en la taquería. Recuerdo que estando allí, uno de mis compañeros recibió una única esquela en todo ese tiempo, solo para avisarle que su primo había muerto, otro perdió a su madre, recuerdo que me había contado que su mamá era una hija de puta (esas eran las palabras que usó), que lo fajaba todos los días hasta que se escapó de su casa en el Chaco, huyó de ella y se vino a Buenos Aires cuando tenía catorce años – mi mamá era una hija de puta – decía – pero aún así era mi mamá – y no paraba de llorar. Estando en la alcaldía la maldición siguió y otro compañero perdió a su única hermana de un repentino ACV, y mi compañero de celda cayó en depresión cuando murió una de sus sobrinas. Estando en Sierra también se repitió este patrón, una noche me desperté y escuché el llanto ahogado de uno de mis compañeros, fingí seguir estando dormido, al dia siguiente me contó que había muerto su abuelo, quien había sido como su padre, ya que al suyo lo habían asesinado cuando él todavía estaba en el vientre de su madre. Hace poco me crucé con un compañero que había conocido estando en la comisaría, noté que estaba demasiado flaco y se lo comenté, él me dijo que había perdido mucho peso en los últimos tres meses debido a que su mamá se había muerto. Mi compañero de pabellón de la celda de al lado tuvo la misma desgracia hace unos meses también. Es evidente que existe una gran proporción de personas que están transitando un duelo acá en Canadá; y esa proporción pareciera ser mayor que la que hay afuera. Acá en Sierra Chica hay aproximadamente tres mil presos, si tomara una cantidad igual de personas en la calle, creo yo, que la cantidad de personas que están sufriendo una pérdida sería proporcionalmente mucho menor, comparándolo con la cantidad de presos que están atravesados por un duelo. No entiendo el porqué de esta maldición, por qué al encanar aumentan las posibilidades de que se te muera un ser querido. En caso de que se muera un familiar directo, el servicio penitenciario muestra un atisbo de humanidad y te permite asistir a su funeral. Sin embargo, según los dichos de un compañero de taquería esto es peor que no poder estar ahí. Recuerdo que me había contado que en la anterior condena fue al funeral de su madre, solo lo dejaron estar una hora, siempre amarrocado, con dos cobanis siempre agarrándole del brazo, no le permitieron acercarse a nadie, ni que nadie le hable, ni le permitieron acercarse al cajón – Hubiese preferido no ir – me decía. Todo esto es mi mayor miedo. Acá no vivo con miedo que a mí me pase algo, sino que tengo miedo de que le pase algo a mi familia estando yo adentro – Nosotros estamos más seguros acá adentro de lo que nuestras familias lo están, estando afuera – decía un compañero de la alcaldía, y tenía razón. Vivo con el constante miedo de que un día llame a casa y una voz llorosa me diga que algo horrible pasó, o que nadie me atienda. Me sobresalto y espero lo peor cuando me llaman en un horario poco habitual al que me suelen llamar, o cuando me dicen que tienen una mala noticia que decirme. Me desespero cuando tardan más de lo normal en llegar a la visita, si llegarán a tener un accidente mientras vienen acá, no me lo podría perdonar. Lo mismo me ocurre cuando se van, o tienen que hacer un viaje largo. Afortunadamente mis miedos se desvanecen cuando al fin me atienden y me dicen que no habían escuchado el celular, o cuando resulta ser que las malas noticias son pequeñeces que piensan que me las voy a tomar a mal; o que llegaron tarde porque había mucha fila para ingresar al penal, o tardaron en volver porque la General Paz estaba hasta la bolas de tráfico. Siempre me preocupo al pedo por boludeces, que al final solo están en mi cabeza. Sin embargo, siempre existe esa ínfima posibilidad de que la maldición sea real, y ese es mi mayor miedo.
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El suicidio

El otro día estaba charlando con un compañero que había conocido en la DDI; y ahora compartimos pabellón en Sierra. Hablábamos de lo que había sido de nuestros otros compañeros cuando estábamos en la seccional, a dónde habían ido a parar y cuántos años les habían dado a los que ya estaban condenados. En ese momento me habló de un compañero, al principio no lo recordaba, pero él comenzó a describirlo hasta que logré recordarlo. Cuando lo hice y le dije que ya lo recordaba, él me dijo – Bueno, sabías que se mató. Cuando le dieron la sentencia, esa noche se cortó el cuello –, quedé un poco sorprendido y le dije – Mirá, ¿Sabes quién se quiso matar, pero por suerte sobrevivió? … X, igual ahora está bien. Está en Varela, está estudiando periodismo digital y labura como administrativo para el servicio. – La charla continuó con otros temas sin importancia y después se fue a su celda. Como si fuera poco, al día siguiente se corbateó un preso que estaba en el lado de los confinados y a los días, también otro se quitó la vida, pero esta vez le tocó al pabellón nueve. Todos estos acontecimientos recientes me hicieron volver a reflexionar sobre el suicidio. Ya en mis anteriores entregas hablé sobre él, pero no me centré mucho en el concepto, más bien, puse mi foco en dar testimonio a casos cercanos que tuve que presenciar. Sin embargo, lo reciente me hizo pensar qué es lo que hay de diferente en mi, ¿Por qué muchas personas en este ambiente toman esta decisión y yo no? ¿Por qué yo soy diferente? ¿qué hay de especial en mi?, sí es que lo hay. Claro, tal vez, aunque el contexto de encierro sea el mismo, las experiencias son distintas. Tal vez el que opta por matarse es porque tiene que hacerle muchos años, y yo sé que como mucho en unos cuatro años ya estaré en mi casa. Tal vez el suicida, lo perdió todo al caer en cana, tal vez la pasó insoportablemente mal acá. No conozco sus razones, pero en fin la experiencia no difiere tanto. Yo también estoy en el peor momento de mi vida, un punto de inflexión en el que no se que clase de futuro me depara. Si bien mi familia me sigue, hay personas que nunca más podré volver a ver, y eso duele. Tampoco sé qué será de mis amistades, con ellos hablo regularmente, pero no sé si se va a sostener la amistad en el futuro. Tal vez ya no me vean de la misma manera, o tal vez yo haya cambiado tanto que ya no sería lo mismo. Por el momento todo es incertidumbre hasta que esto termine. La verdad es que no creo que tenga una fortaleza mental por encima del promedio, es más creo todo lo contrario. Aún así, nunca se me ocurriría tomar mi propia vida, no tengo ni la intención, ni las pelotas. Además el hecho sería terriblemente penoso para mí familia y un final trágico y hasta un tanto humillante para mí. Nunca voy a entender al suicida, para mí no hay nada peor en esta vida que estar muerto.
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Ni una chinche te picó todavía

Cuando un preso que le lleva poco tiempo se queja y dice que está cansado de estar en cana, lo primero que sale de la boca del preso viejo es la frase – Ni una chinche te picó todavía –, que es un dicho tumbero que significa que le llevas poco tiempo encerrado. Porque a la larga, padecer una invasión de chinches es algo inevitable. Pero bueno, comencemos por el principio. ¿Qué es una chinche? Las chinches, más específicamente las chinches de la cama, son insectos de la familia de los hemipteros, de cuerpo redondito plano y de color rojizo. Y lo más importante es que son hematofagas, esto significa que se alimentan de sangre. Hasta el momento había zafado de las chinches y en mis casi dos años de encierro nunca había sido picado por una, incluso cuando tuvimos una infestación en mi celda, yo no fui picado ni una vez mientras que mis compañeros tenían ronchas por todo el cuerpo. Hace un mes aproximadamente me cambiaron de celda, me dieron una cama nueva y tuvimos un compañero nuevo temporario en la celda. Después de que este nuevo compañero se fue comencé a experimentar picazón en todo el cuerpo acompañado por ronchas. Al principio estaba en negación y no admitía que tenía chinches, ya que no veía ninguna, le atribuí mi malestar a una alergia, supuestamente producida por el polvillo y escombro que todos los días se desprende del centenario techo, y también culpé a las cucarachas, ya que una, una vez me mordió mientras dormía. Las picaduras se hicieron más frecuentes y las ronchas invadieron todo mi cuerpo. El escozor era insoportable, no podía ni dormir y estaba constantemente rascándome hasta que me dolían las uñas y los dedos, o hasta que lastimaba la piel. Esta vez era al contrario, yo era el afectado y mis compañeros no tenían ni una picadura. Lo peor es que no podía culpar a las chinches porque todavía no había encontrado ni una, pero sus evidencias si estaban. Tenía las picaduras, y las sábanas comenzaron a mancharse con diminutas gotas de sangre que van dejando a medida que te van picando. Para colmo la picadura es indolora y solo te das cuenta que fuiste picado cuando ya tenés una molesta roncha en la piel. Esto fue hasta que un día, a la tarde mientras estaba acostado, sentí un cosquilleo en mi mano y al fin pude ver a una chinche en acción, ya no podía negarlo, tenía una invasión de chinches. El problema es que las hijas de puta son muy cautelosas, solo salen de noche y durante el día permanecen escondidas en cualquier rincón donde entren; y son chiquitas y planas, se pueden esconder en cualquier resquicio prácticamente. Además, para colmo, no es necesario una población muy grande como para que se vuelvan un problema, ya que una sola chinche te puede picar hasta diez veces, porque la muy soreta te va picando hasta dar con una vena y no contenta con eso, después va siguiendo el camino de la vena picandote varias veces en el proceso. Una vez admitido el problema me di a la tarea de eliminarlas. Revisaba detalladamente todas mis sábanas, las colchas, cada pliego del colchón, la ropa, y en todas mis inspecciones solo pude encontrar un par de chinches diminutas, ¿Dónde era que se escondían? Un compañero me prestó un poco de veneno que rocié en todos lados y pensé que con eso las eliminaría, pero no, mi cuerpo tenía cada vez más ronchas y seguía sin encontrar una cantidad significativa. Fue hasta que una noche a eso de las dos de la madrugada, accidentalmente iluminé con mi celular la pared y pude ver una chinche saliendo de un huequito. Eso encendió mi mente, agarré un clavito y la linterna del celular y empecé a iluminar todos los huecos de la pared. Las paredes de la celda están hechas mierda, llenas de huecos hechos con clavos y otras partes donde el revoque por lo viejo se desprende constantemente. Ahí era donde estaban las malditas chinches. Las iluminaba y aplastaba con el clavito, no sé cuántas habré matado, pero fueron suficientes como para que la celda se impregnara con el olor amargo que largan cuando las reventas. Creí que con eso las había eliminado, pero no. Erróneamente pensé que la plaga se había erradicado, pero en mi cuerpo aparecían nuevas ronchas todos los días. Afortunadamente, por fin esa semana llegaba la encomienda y en ella el veneno para las chinches. El domingo de esa semana decidí desmontar todo y rociar profusamente todo, las paredes, las sábanas, la ropa, las colchas, las camas de mis compañeros, el colchón y mi reciente cama. En esta última cuando ya había rociado el veneno por todas partes, antes de volver a acomodar todo, se me dió por iluminar para inspeccionarla bien, y ahí fue donde encontré el verdadero escondite. En la cama, más específicamente, en los alambres torsionados que cumplen la función del elástico de la cama, ahí era que se escondían las chinches. Yo había asumido que las chinches las había traído ese compañero que estuvo por un par de semanas, pero no, las muy putas habían venido en mi nueva cama. Feliz de encontrar su verdadero escondite, rocié cada doblez de alambre varias veces, era sorprendente ver cómo salían chinches de todos los tamaños de entre los dobleces del alambre, así que también aplasté las que pude, por si acaso. En una inspección más cercana pude ver centenares de huevos los cuales también rocié y aplasté. Y volví a acomodar todo, satisfecho con mi labor. Los días siguientes pude descansar en paz, y en cuestión de días las ronchas fueron desapareciendo, solo quedaron las lastimaduras por mi desenfrenado rascado y alguna que otra roncha persistente. Sin embargo, no me fie y seguí tirando veneno por si acaso. Al fin había eliminado las chinches y ahora ya puedo decirle a un recién llegado – ¿De qué te quejas? ¡Ni una chinche te picó todavía! –
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La facultad

Esta no es mi primera experiencia con respecto a la academia universitaria, anteriormente, cuando estaba en la calle había estudiado dos carreras en la Universidad Nacional de las Artes. Sin embargo, no terminé ninguna de las dos, la primera la fui dejando de a poco porque la oferta laboral ya no se ajustaba al estilo de vida que quería llevar en un futuro; y la segunda solo la estaba estudiando porque me pareció una manera rápida de obtener una profesión con una salida laboral relativamente amplia adaptable a casi cualquier entorno, pero Canadá llegó antes de que pudiera terminarla. Ahora no me interesa finalizar ninguna de ellas. Retomemos con historias que traten sobre el acá adentro, el afuera es cosa del pasado y tampoco viene a tema contarles mi anterior vida. Ahora estamos a finales de octubre, ya es tarde como para anotarme en cualquier curso o centro de formación profesional. Podría anotarme en el colegio y volver a hacer el primario y la secundaria, eso suma para el beneficio, pero sería una pérdida de tiempo, mejor sería anotarse en la facultad y comenzar una nueva carrera. Sierra Chica es uno de los pocos penales que cuenta con una facultad, tiene convenio con la Universidad Nacional del Centro (UNICEN), una universidad pública que tiene varias sedes posicionadas en varias ciudades del interior de Buenos Aires, como en Bahía Blanca, Tandil y Olavarría, y desde hace una década tiene un programa de extensión con sede en varios penales, la treintaiocho, la veintisiete, la cincuenta y dos (de mujeres), la siete y la dos. Esta extensión está manejada por el PECE (programa de estudio en contexto de encierro) y este programa ha abierto distintos centros de estudiantes en los penales que antes les mencioné. Donde yo me encuentro, la dos, funciona el centro de estudiantes Rodolfo Walsh. La oferta académica es muy acotada, tan solo hay tres carreras para elegir, abogacía, licenciatura en comunicación social y licenciatura en antropología social. De las tres decidí anotarme en comunicación social, abogacía me parece un bodrio y prefiero la muerte antes de ser un boga, y antropología la verdad es que me interesa mucho, pero ya estudié dos carreras muy interesantes con las que me voy a cagar de hambre, sumarle una tercera hubiese sido una pérdida de tiempo. Comunicación social me pareció la mejor opción. Para anotarme le pedí que me haga el favor a uno de mis compañeros de celda que estaba estudiando esa carrera, pero decidió desertar y anotarse en marketing en el terciario, que le llevara mis datos al referente de la facultad, pero nunca recibí respuesta. Aproveché un día que tuve que salir a sanidad para escaparme e ir personalmente a la facultad, obviamente le fui pidiendo permiso a los encargados para que me dieran paso hasta llegar a la facultad que está en el otro extremo del penal, andar circulando sin autorización puede llevarte a pasar un par de días en buzones y un parte de por medio. Finalmente llegué a la facultad, esta está detrás de la cancha, en un antiquísimo galpón que antes era una caballeriza, y que comparte el lugar con el taller de chapa-pintura y mecánica, además de el centro de formación profesional. La facultad tiene una única gran aula con al menos diez computadoras, mesas, sillas y muchos libros, y a decir verdad es bastante decente, si podría pasar por cualquier institución educativa de la calle, si es que uno llegase ahí sin saber que está en una cárcel. Ahí me anotaron como oyente y me dieron el carnet para poder salir del pabellón todos los días de la semana. Ahora todas los días me levanto a las seis y media de la mañana, me preparo, espero el desengome, subo al monte a orar, limpio la celda y espero a que los porteros llamen a la tercera. La tercer hora es la mañana (no se porqué se llama así) en este horario salen los que trabajan, los de la facultad y los que están anotados a la mañana en el colegio, después hay otro llamado a eso de las once de la mañana, Intermedia, que salen los que hacen cursos; y por último, los de la escuela a la tarde que salen a las dos. Yo si o si tengo que salir a la mañana, no puedo salir en otro horario y tengo que mostrar mi carnet al encargado y salir bien afeitado. Por el momento no estoy haciendo nada, solo estoy como oyente, porque las clases en realidad ya terminaron y están yendo los alumnos que deben preparar exámenes en diciembre, yo solo voy a chorrearla como se dice acá, a perder el tiempo. Pero en enero y febrero tengo el curso de pre-ingreso y el CIVU (curso de introducción a la vida universitaria). Ambos cursos son para tener un pantallazo general de cómo son las carreras y cómo funciona la burocracia universitaria, también tiene la función de nivelar a los estudiantes. Hay que considerar que algunos recién aprendieron a leer y escribir hace unos años y además muchos nunca usaron una computadora en su vida y la carrera es prácticamente en su totalidad virtual, por eso antes de largarnos con las materias, deben enseñarnos como hacer un Word, mandar un mail, usar Zoom y muchas cosas más. Estar en la facultad me gusta, es lo más alejado al ambiente tumbero que puedo llegar a tener estando acá. Cuando estoy en la facultad no siento que estoy en una cárcel, es un ambiente completamente distinto, más tranquilo, lejos del villerio y el fanatismo religioso que podés encontrar entremezclados en una cárcel. Hasta mis compañeros son distintos, la mayoría son gente grande, gente más culta, gente que en la calle llevaba una vida decente, trabajaba y por H o por B terminó en cana. Son más como yo, en la facultad me siento uno más y no como un sapo de otro pozo como me siento en el pabellón o en el penal en general. Creo que al fin encontré mi lugar en este ámbito con el que desencajo tanto. La facultad es un poco de libertad en tanto encierro.
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