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Fe de erratas
Es hora de hablarles sobre algunas cosas que antes creía que eran de una forma, pero con el pasar del tiempo ya no lo creí así; y además en mis reflexiones cometí errores y no podía dejarlos así. Es muy necesario volver a conceptualizar ciertas cosas, admitir equivocaciones y aclarar que todo lo que acá dije no es tal cual, o por lo menos mi pensamiento cambió durante esta estadía.
Para comenzar debo volver a reflexionar sobre algo que escribí hace mucho tiempo, en mi primera entrega, en el capítulo "Una realidad que nadie sabe". Allí, parafraseandome y haciendo un mal resumen, expliqué que si en la sociedad nos tratáramos como nos tratamos en la cárcel el mundo sería un lugar mejor.
Hoy en día ya no creo en ello, o por lo menos ya no creo que fuese tan así. No sé confundan, acá hay muchas personas buenas que están por haber tomado malas decisiones, o por equivocaciones de la vida, o por ir por el mal camino, o por tener mala suerte, o porque sí. Gente bondadosa, solidaria y altruista, pero no son la mayoría, personas que no tienen ni una pizca de maldad, las hay, pero son los menos y ellos tienen que soportar al resto.
Igualmente, esto es una sociedad y tanto la sociedad de afuera como esta de acá adentro, funciona y sale adelante porque la mayoría de sus integrantes son buenas personas. Ninguna sociedad perdura si la integran más personas malas que buenas, eso es barbarie.
Aún así la mayoría de los presos, sin que sean intrínsecamente malvados, son egoístas, oportunistas y ventajeros. Siempre a la expectativa en busca de la debilidad de los otros para obtener de ellos un beneficio personal, y es muy desgastante lidiar con ello todo el tiempo. También existen una minoría, no tan pequeña, que si son verdaderamente malvados, personas realmente viles. A estos últimos no les importa nada y se puede esperar de ellos cualquier clase de locura, afortunadamente la mayoría están en confinados o en población (cada cual con su cada cual). Pero siempre hay algún infiltrado, un lobo con piel de oveja merodeando cerca.
Antes había dicho que la sociedad carcelaria era, a su manera, mejor. Pero ahora no creo eso, la sociedad interior solo es el reflejo de un rostro que se refleja en un espejo sucio, de lo que es la sociedad exterior. No somos ni mejores ni peores que ustedes, solo somos la cara que no les gusta ver cuándo se miran al espejo.
También tengo que resarcirme sobre mi opinión pre-fundamentada sobre los pabellones iglesia y las personas que lo manejan. En mi primera parte del ensayo fui muy crítico con ellos sin siquiera haber conocido uno, y después el haber vivido en un pabellón iglesia cachivache en la alcaldía me hizo creer que ciertos prejuicios sí eran ciertos.
Sin embargo, ahora que estoy en el penal y en un verdadero pabellón iglesia, ya no creo tanto en estos prejuicios preconcebidos que tenía.
Si, si bien hay pabellones cristianos que si son un caretaje o que hay miembros en la iglesia que están refugiados ahí, como yo, no todas las personas son así. Hay presos que realmente buscan de dios, presos que le dieron una vuelta de ciento ochenta grados a su vida y hoy en día practican férreamente su fe. Personas que se entregan en cuerpo y alma a dios, y que realmente sus hechos pasados, son pasados y ahora son todos hechos nuevos en la senda de cristo que todo lo puede.
Yo nunca pude ser así, nunca pudieron convencerme, ni cambiar mi mentalidad y erróneamente creí que todos eran así. Que todos la careteaban como yo, pero estaba equivocado, acá hay verdaderos transformados. Y hasta cierto punto les tengo un poco de envidia, obviamente ese no es el cambio que quiero para mi vida, pero envidio la fuerza de voluntad que tienen para hacer morir al viejo hombre que eran, envidio el poder de convicción que tienen, para prevalecer fuertes día tras día.
Los siervos, los reales siervos, son un ejemplo de ello. Ellos se sacrifican día tras día por el bien y la seguridad del resto, sin que aquello les traiga un beneficio particular, más que la convicción de que están obrando para la honra del Señor.
Todos los días se tienen que levantar temprano, más temprano que el resto, y deben cargar en los hombros el peso de llevar adelante y por la senda del bien al pabellón. Deben cuidar a los débiles para que esté ambiente de mierda no se los lleve por delante, deben asegurar la mejor convivencia posible en el pueblo. Básicamente son las niñeras de otros presos y cuidarlos de que no los caguen.
Para colmo deben hacer esta labor día tras día, sin descanso y esto a la larga los perjudica más de lo que los beneficia. Manejar un pabellón provoca que vayas ganando muchos enemigos con el tiempo, y en Canadá no es el mejor plan tener enemigos esperándote en otros pabellones o penales. También se ganan el repudio de los judiciales, ser siervo, manejar un pabellón es considerado, para ellos, como adaptarse al sistema carcelario, y lo más probable es que esto te perjudique a la hora de pedir un beneficio.
Ser un siervo, es más una entrega a dios y acción altruista que buscar tu beneficio personal.
Estar en una verdadera iglesia me amplió el panorama y me hizo darme cuenta de que la conversión realmente existe, la fe realmente existe. Y no aclarar mi cambio de perspectiva sería censurar el lado bueno de esta moneda que llamamos pabellón hermanitos.
Otra preconcepción que tenía pero al final no resultó ser así, fue el de la transfobia. Pensaba que era abundante pero al final no era tan así, caso contrario, y todavía no entiendo porque es eso, la homosexualidad si está muy mal vista en el ambiente tumbero. Un puto solo puede vivir en un pabellón de diversidad de género, en otro pabellón no dura mucho tiempo y es muy maltratado en caso de que caiga en el pabellón equivocado.
Los trans tampoco podrían vivir en otro pabellón, pero fuera de ellos, y para mí sorpresa, son muy respetados y tratados dignamente.
Creo que ya lo mencioné, pero acá la persona que maneja la droga es La Negra, una mujer trans, que es la referente del pabellón nueve. Tanto dentro como fuera del pabellón es tratada con mucho respeto y nadie se anima a dirigirle la palabra o tan siquiera a hablarle. Pero ella es un caso especial, ella se ganó el respeto a pulso, imponiendo su rudeza con violencia, haciéndole frente a cualquier tumbero que se quiera hacer el guapo.
A modo anecdótico. Me acuerdo que un compañero mío, que es referente de la cancha, tuvo un altercado con La Negra, a ella le habían desaparecido unas zapatillas cuando fueron a cancha, y mi compañero tuvo la mala suerte de estar ese día trabajando ahí. Después del incidente mi compañero estuvo como dos meses refugiado dentro del pabellón y no salía para nada por miedo de que La Negra quisiera hacer justicia por sus zapatillas perdidas.
Los trans son tratados dignamente acá, en nuestro pabellón, en el lado de los confinados, cada tanto viene una mujer trans que está con la rotativa, Lore, se llama. Ella al igual que La Negra se ganó el respeto a pulso. Antes hubiese sido impensable que un travesti pudiera vivir en un pabellón de confinados, con los más violentos e inadaptados de esta sociedad. Sin embargo ella vino a cambiar las cosas.
Todavía algunos se lo recriminan y le dicen que se vaya al pabellón de putos, pero ella le aplica mafia a todos, cerrándosle la boca. No se deja amedrentar por nadie y si se tiene que desengomar para pelearse con quién sea, lo hace sin problemas. Cuando ella llega al pabellón impone su ley y todos tienen que hacerle caso a regañadientes. Cuando ella llega el llompa se vuelve más silencioso, excepto por la música electrónica que pone a todo volumen a altas horas de la noche.
En la facultad también llegó está cierta deconstrucción, tenemos dos compañeras trans. Ellas son tratadas de ELLAS, como si fueran otra mujer más. Todos les hablan, se sientan junto a ellas, comparten la comida y el mate con ellas como si fueran un preso más. Hasta las saludan con un beso en el cachete. No existe ningún tipo de discriminación.
Es más, cuando llegué a la facultad me di cuenta de que era yo quien tenía que romper esas barreras. Me sentía incómodo si me tenía que sentar al lado de ellas, no les hablaba y no las saludaba con un beso, a lo sumo les estrechaba la mano si ellas tomaban la iniciativa para saludarme. Me preocupaba mucho que alguien me vea hablando con un travesti. Me costó mucho naturalizar su presencia y romper esos prejuicios que de manera inconsciente la cárcel me había implantado, y todavía sigo trabajando en ellos.
Estas son las correcciones y meas culpas que debía hacer por mis errores en reflexiones pasadas. Afortunadamente no fueron demasiados, debido a que hice bien mi labor como observador consciente en toda esta experiencia, pero aún así era debido aclarar ciertas equivocaciones.
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