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Un preso Más

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La facultad

Esta no es mi primera experiencia con respecto a la academia universitaria, anteriormente, cuando estaba en la calle había estudiado dos carreras en la Universidad Nacional de las Artes. Sin embargo, no terminé ninguna de las dos, la primera la fui dejando de a poco porque la oferta laboral ya no se ajustaba al estilo de vida que quería llevar en un futuro; y la segunda solo la estaba estudiando porque me pareció una manera rápida de obtener una profesión con una salida laboral relativamente amplia adaptable a casi cualquier entorno, pero Canadá llegó antes de que pudiera terminarla. Ahora no me interesa finalizar ninguna de ellas. Retomemos con historias que traten sobre el acá adentro, el afuera es cosa del pasado y tampoco viene a tema contarles mi anterior vida. Ahora estamos a finales de octubre, ya es tarde como para anotarme en cualquier curso o centro de formación profesional. Podría anotarme en el colegio y volver a hacer el primario y la secundaria, eso suma para el beneficio, pero sería una pérdida de tiempo, mejor sería anotarse en la facultad y comenzar una nueva carrera. Sierra Chica es uno de los pocos penales que cuenta con una facultad, tiene convenio con la Universidad Nacional del Centro (UNICEN), una universidad pública que tiene varias sedes posicionadas en varias ciudades del interior de Buenos Aires, como en Bahía Blanca, Tandil y Olavarría, y desde hace una década tiene un programa de extensión con sede en varios penales, la treintaiocho, la veintisiete, la cincuenta y dos (de mujeres), la siete y la dos. Esta extensión está manejada por el PECE (programa de estudio en contexto de encierro) y este programa ha abierto distintos centros de estudiantes en los penales que antes les mencioné. Donde yo me encuentro, la dos, funciona el centro de estudiantes Rodolfo Walsh. La oferta académica es muy acotada, tan solo hay tres carreras para elegir, abogacía, licenciatura en comunicación social y licenciatura en antropología social. De las tres decidí anotarme en comunicación social, abogacía me parece un bodrio y prefiero la muerte antes de ser un boga, y antropología la verdad es que me interesa mucho, pero ya estudié dos carreras muy interesantes con las que me voy a cagar de hambre, sumarle una tercera hubiese sido una pérdida de tiempo. Comunicación social me pareció la mejor opción. Para anotarme le pedí que me haga el favor a uno de mis compañeros de celda que estaba estudiando esa carrera, pero decidió desertar y anotarse en marketing en el terciario, que le llevara mis datos al referente de la facultad, pero nunca recibí respuesta. Aproveché un día que tuve que salir a sanidad para escaparme e ir personalmente a la facultad, obviamente le fui pidiendo permiso a los encargados para que me dieran paso hasta llegar a la facultad que está en el otro extremo del penal, andar circulando sin autorización puede llevarte a pasar un par de días en buzones y un parte de por medio. Finalmente llegué a la facultad, esta está detrás de la cancha, en un antiquísimo galpón que antes era una caballeriza, y que comparte el lugar con el taller de chapa-pintura y mecánica, además de el centro de formación profesional. La facultad tiene una única gran aula con al menos diez computadoras, mesas, sillas y muchos libros, y a decir verdad es bastante decente, si podría pasar por cualquier institución educativa de la calle, si es que uno llegase ahí sin saber que está en una cárcel. Ahí me anotaron como oyente y me dieron el carnet para poder salir del pabellón todos los días de la semana. Ahora todas los días me levanto a las seis y media de la mañana, me preparo, espero el desengome, subo al monte a orar, limpio la celda y espero a que los porteros llamen a la tercera. La tercer hora es la mañana (no se porqué se llama así) en este horario salen los que trabajan, los de la facultad y los que están anotados a la mañana en el colegio, después hay otro llamado a eso de las once de la mañana, Intermedia, que salen los que hacen cursos; y por último, los de la escuela a la tarde que salen a las dos. Yo si o si tengo que salir a la mañana, no puedo salir en otro horario y tengo que mostrar mi carnet al encargado y salir bien afeitado. Por el momento no estoy haciendo nada, solo estoy como oyente, porque las clases en realidad ya terminaron y están yendo los alumnos que deben preparar exámenes en diciembre, yo solo voy a chorrearla como se dice acá, a perder el tiempo. Pero en enero y febrero tengo el curso de pre-ingreso y el CIVU (curso de introducción a la vida universitaria). Ambos cursos son para tener un pantallazo general de cómo son las carreras y cómo funciona la burocracia universitaria, también tiene la función de nivelar a los estudiantes. Hay que considerar que algunos recién aprendieron a leer y escribir hace unos años y además muchos nunca usaron una computadora en su vida y la carrera es prácticamente en su totalidad virtual, por eso antes de largarnos con las materias, deben enseñarnos como hacer un Word, mandar un mail, usar Zoom y muchas cosas más. Estar en la facultad me gusta, es lo más alejado al ambiente tumbero que puedo llegar a tener estando acá. Cuando estoy en la facultad no siento que estoy en una cárcel, es un ambiente completamente distinto, más tranquilo, lejos del villerio y el fanatismo religioso que podés encontrar entremezclados en una cárcel. Hasta mis compañeros son distintos, la mayoría son gente grande, gente más culta, gente que en la calle llevaba una vida decente, trabajaba y por H o por B terminó en cana. Son más como yo, en la facultad me siento uno más y no como un sapo de otro pozo como me siento en el pabellón o en el penal en general. Creo que al fin encontré mi lugar en este ámbito con el que desencajo tanto. La facultad es un poco de libertad en tanto encierro.
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