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Ni una chinche te picó todavía
Cuando un preso que le lleva poco tiempo se queja y dice que está cansado de estar en cana, lo primero que sale de la boca del preso viejo es la frase – Ni una chinche te picó todavía –, que es un dicho tumbero que significa que le llevas poco tiempo encerrado. Porque a la larga, padecer una invasión de chinches es algo inevitable.
Pero bueno, comencemos por el principio. ¿Qué es una chinche? Las chinches, más específicamente las chinches de la cama, son insectos de la familia de los hemipteros, de cuerpo redondito plano y de color rojizo. Y lo más importante es que son hematofagas, esto significa que se alimentan de sangre.
Hasta el momento había zafado de las chinches y en mis casi dos años de encierro nunca había sido picado por una, incluso cuando tuvimos una infestación en mi celda, yo no fui picado ni una vez mientras que mis compañeros tenían ronchas por todo el cuerpo.
Hace un mes aproximadamente me cambiaron de celda, me dieron una cama nueva y tuvimos un compañero nuevo temporario en la celda. Después de que este nuevo compañero se fue comencé a experimentar picazón en todo el cuerpo acompañado por ronchas. Al principio estaba en negación y no admitía que tenía chinches, ya que no veía ninguna, le atribuí mi malestar a una alergia, supuestamente producida por el polvillo y escombro que todos los días se desprende del centenario techo, y también culpé a las cucarachas, ya que una, una vez me mordió mientras dormía.
Las picaduras se hicieron más frecuentes y las ronchas invadieron todo mi cuerpo. El escozor era insoportable, no podía ni dormir y estaba constantemente rascándome hasta que me dolían las uñas y los dedos, o hasta que lastimaba la piel.
Esta vez era al contrario, yo era el afectado y mis compañeros no tenían ni una picadura. Lo peor es que no podía culpar a las chinches porque todavía no había encontrado ni una, pero sus evidencias si estaban. Tenía las picaduras, y las sábanas comenzaron a mancharse con diminutas gotas de sangre que van dejando a medida que te van picando. Para colmo la picadura es indolora y solo te das cuenta que fuiste picado cuando ya tenés una molesta roncha en la piel.
Esto fue hasta que un día, a la tarde mientras estaba acostado, sentí un cosquilleo en mi mano y al fin pude ver a una chinche en acción, ya no podía negarlo, tenía una invasión de chinches. El problema es que las hijas de puta son muy cautelosas, solo salen de noche y durante el día permanecen escondidas en cualquier rincón donde entren; y son chiquitas y planas, se pueden esconder en cualquier resquicio prácticamente. Además, para colmo, no es necesario una población muy grande como para que se vuelvan un problema, ya que una sola chinche te puede picar hasta diez veces, porque la muy soreta te va picando hasta dar con una vena y no contenta con eso, después va siguiendo el camino de la vena picandote varias veces en el proceso.
Una vez admitido el problema me di a la tarea de eliminarlas. Revisaba detalladamente todas mis sábanas, las colchas, cada pliego del colchón, la ropa, y en todas mis inspecciones solo pude encontrar un par de chinches diminutas, ¿Dónde era que se escondían?
Un compañero me prestó un poco de veneno que rocié en todos lados y pensé que con eso las eliminaría, pero no, mi cuerpo tenía cada vez más ronchas y seguía sin encontrar una cantidad significativa. Fue hasta que una noche a eso de las dos de la madrugada, accidentalmente iluminé con mi celular la pared y pude ver una chinche saliendo de un huequito.
Eso encendió mi mente, agarré un clavito y la linterna del celular y empecé a iluminar todos los huecos de la pared. Las paredes de la celda están hechas mierda, llenas de huecos hechos con clavos y otras partes donde el revoque por lo viejo se desprende constantemente. Ahí era donde estaban las malditas chinches. Las iluminaba y aplastaba con el clavito, no sé cuántas habré matado, pero fueron suficientes como para que la celda se impregnara con el olor amargo que largan cuando las reventas. Creí que con eso las había eliminado, pero no.
Erróneamente pensé que la plaga se había erradicado, pero en mi cuerpo aparecían nuevas ronchas todos los días. Afortunadamente, por fin esa semana llegaba la encomienda y en ella el veneno para las chinches. El domingo de esa semana decidí desmontar todo y rociar profusamente todo, las paredes, las sábanas, la ropa, las colchas, las camas de mis compañeros, el colchón y mi reciente cama.
En esta última cuando ya había rociado el veneno por todas partes, antes de volver a acomodar todo, se me dió por iluminar para inspeccionarla bien, y ahí fue donde encontré el verdadero escondite. En la cama, más específicamente, en los alambres torsionados que cumplen la función del elástico de la cama, ahí era que se escondían las chinches.
Yo había asumido que las chinches las había traído ese compañero que estuvo por un par de semanas, pero no, las muy putas habían venido en mi nueva cama. Feliz de encontrar su verdadero escondite, rocié cada doblez de alambre varias veces, era sorprendente ver cómo salían chinches de todos los tamaños de entre los dobleces del alambre, así que también aplasté las que pude, por si acaso. En una inspección más cercana pude ver centenares de huevos los cuales también rocié y aplasté. Y volví a acomodar todo, satisfecho con mi labor.
Los días siguientes pude descansar en paz, y en cuestión de días las ronchas fueron desapareciendo, solo quedaron las lastimaduras por mi desenfrenado rascado y alguna que otra roncha persistente. Sin embargo, no me fie y seguí tirando veneno por si acaso.
Al fin había eliminado las chinches y ahora ya puedo decirle a un recién llegado – ¿De qué te quejas? ¡Ni una chinche te picó todavía! –
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