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Guadalupe Rivas

Arte
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Lo hago por vos

Sentada afuera de tu casa con el sol fuerte norteño el ambiente sofocado No me molestaría si me dejas plantada porque contigo No tengo Ní voz ní voto lo hago por vos Yo no sé, si mi aliado es el tiempo o la presión de verte un par de horas Que conste que soy sumisa de tus brazos Ellos hacen que mi soledad sea menos densa Escucho el poder de irme en los colectivos podría hacerlo Sin remordimiento Sin retroceso Pero soy amante de esperarte No quiero perderme en las calles de tierra tampoco en el sol tucumano saciar mi sed con semillas de girasol Quiero enredarme en las sábanas de tu cama en tu cuerpo Todo lo que es tuyo, abarque en mi vulnerabilidad Sé que te vas Nosé, si el tiempo Nos vá a volver a unir No sé si encontrarás a alguien que ame tus ojos amarillos como yo lo hago Alguien que te espere en el sol como yo lo hago No sé si lo encontraras
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Pato

Esperaba el colectivo a mitad de la cuadra por la Santiago del Estero, entre 25 de mayo y Laprida. En la esquina se encuentra beka; como diría mi vieja, donde se junta el “tontaje”. Era de esas noches de verano, donde la humedad tucumana te hace sentir más pesado de lo general. Ya volvía tarde a casa, mientras tanto, en mi celular llegaban 6 mensajes de mi vieja de manera consecutiva. Bueno, ya te ubiqué en el lugar, pero en esa parada de colectivo estaban mis zapatillas negras, talle 40, con trenzas blancas y sucias, una de ellas desatada; yo aparte la mirada y recorría con mis ojos todo el piso, mirando cómo estaba tan hecho mierda, cómo la mayoría de las veredas tucumanas. Esperando, esperando; mirando a las personas que pasaban, a los autos de distintos colores con sus luces relucientes… En eso, llega un pibe. Siempre lo observo -ya sé que está mal-, pero es inevitable cuando te da miedo sacar el celular por la inseguridad, sacarlo durante el simple hecho de matar el imbécil tiempo para mirar un rato los reels de instagram o tik tok, por lo tanto, me toca ver a la gente; él es bastante tembloroso, ansioso, siempre caminando de un lado hacia el otro. Es de contextura ancha o, como dirían otros sin escrúpulos “gordo”, tiene rulos, cada uno de ellos es diferente como las rayas de las cebras, varias veces ya lo había visto en la misma parada pero, entre tantas veces que nos vimos, hoy realicé el primer paso, y le dije: -Hola… Cómo un estúpido y simple saludo comenzó una historia que tenía que ser redactada… No lo sé. Nombre de identidad, Patricio, pero me dijo que le diga Pato. Siempre va por la vida mirando hacia abajo, pero es él “el protagonista de la vida” me decía después de una buena charla; en otras palabras, el actor principal. Me flasheaba diciéndome que las luces de los autos todas se direccionaban a él… Este joven va por ahí con su pelo ruludo castaño, su campera de color negro oscuro algo gastada, pero no le importa porque se siente seguro con sus manos en los bolsillos; cada día para él es diferente, le gusta estar en su mambo, éste jovencillo, inexperto en lo sociable, me hizo sentir que lo esperaba toda la vida. Comenzamos hablar y nos dimos cuenta que compartimos los mismos gustos; conectamos al toque. Llegamos a comprometernos a que nos juntaríamos 2 o 3 veces por mes; siempre esperaba el finde para estar con él un rato en alguna plaza, como la Urquiza, la independencia, la Alberdi o en la parada del centro. De esta manera, nos distraíamos de la fastidiosa vida cotidiana. Comenzamos a tener mucha más confianza; comenzó a contarme sus problemas -tal vez cuente lo que le sucedía en otro escrito-, pero yo ya lo sabía, porque con tan solo mirarnos era como si su mente se desvistiera, se ponía desnuda e ligera, para que comprendiera lo que sucedía en sus nubes de pensamientos. Comienza siempre refunfuñando, apretando los labios y luego soplando para afuera, como si llevara adentro demasiadas palabras que quieren escapar, pero se las traga UNA-POR-UNA sin recelo… Algunas veces lo abrazo y le digo que no se lo guarde porque no hay que hacerlo y todo lo que acumulamos va a salir de una u otra manera. Me cuenta que se odia, cada parte de él la odia; su personalidad, su cuerpo -que para mis ojos es lo más apapachable del mundo- (no le digo esto porque quedaría muy puto, porque los hombres terrenales si llegan a decir esas cosas tiernas a otros hombres quedan de esta manera… Yo odio esto, aunque me chupa un huevo cómo está estructurado todo este mecanismo; igual le digo que es perfecto tal cual como es). Pocas veces me escuchó, otras, incluso, le miento, porque nunca me presta atención cuando le hablo. A mí no me interesa mucho que me cuestione las cosas que le digo, porque a mí me interesa inquietamente que él esté bien, y así yo estaré bien. Me encanta que viva en la ignorancia de quererme. Inicia la conversación diciéndome que si él fuera escritor sería como el omnipotente. “Me gustaría -me dice- escribir la historia de cada uno de las personas que están en la tierra; algunas se van morir de hambre, otras van a tener como decoración un rollo de papel higiénico de oro en el baño… Escribiría el cómo las personas están destinadas a amarse… Algunos van a pensar que los castigo, pero no lo haría… ¿o sí?, porque también aceptaría el cáncer terminal y las muertes inesperadas” Largando una carcajada, me dice “sería muy gracioso si supieran que yo escribo sus vidas. ¡Yo, patricio, de 17 años! algunos me odiarían profundamente y otros me amarían.” Le contesto diciéndole que podría hablarle sobre todas estas contradicciones, verdades y mentiras todo el tiempo que le queda, pero no lo voy a hacer porque soy generoso con él… Él solo se vuelve a reír. El gordo siempre aparecía con un cigarro de sabor diferente cada semana; hacía que respire todo ese humo, que en parte no me gustaba, pero por otra ya me había acostumbrado a los distintos olores, como él se acostumbró a que yo lo escuche y lo aconseje cada vez que nos veíamos. Cuando nos volvíamos a encontrar, Pato me decía que ya no se sentía tan pesado porque podía escupir sus palabras conmigo, como un bebé que vomita o una persona que tomó mucho alcohol o como cuando te pega la pálida. Así, el ruludo me contaba historias, parábolas, fábulas… también, abriendo los brazos, con un cigarro en la mano derecha, que tenía por decoración en la muñeca una pulsera de hilo encerado de color negro, lanzaba preguntas sin responder. Me decía, con mucha paz, que había dejado de lado la soledad que sentía cuando estaba conmigo. Quería descubrir otras cosas el pibe de rulos. Quería que lo acompañe… Yo ya no podía acompañarlo, porque mi camino de encontrarnos por las veredas de San Miguel de Tucumán había concluido. Lamentablemente, ya había completado mi misión, y tuve que desaparecer de su vida sin remordimiento. ¿Cómo le digo a Pato que no soy de acá? Nunca fui del mundo de los humanos, soy parte de otro plano, solamente vine a recodarle que no debe sentirse de la forma que se sentía y que debe darle otra mirada a sus mambos. Estoy en otro lugar en donde muy pocos me pueden ver. Desde donde estoy me rio de él; ahora yo soy el que borró su historia con una goma de color roja una parte y azul la otra, y un lápiz negro Faber-Castell… Hago que camine derecho y mire hacia arriba… que se tome en serio aquello que es el VERDADERO ACTOR PRINCIPAL. Él quiere contactarme por llamadas, mensajes de Whatsapp, sin embargo, no puede. Me extraña demasiado, lo siento en todo mi ser. Y también maldice la parada de la cuadra del beka, desde aquella vez que nos conocimos. En fin, hice demasiado con él… Cumplí mi misión de llenar un poco esa abertura con profundidad sin límites, llamada vacío de su pecho. Por acá, en el cielo, no recibimos whatsApps, y mucho menos hay señal.
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